Conservadurismo y recorte de los recursos públicos expresan las orientaciones reales del gobierno porteño.
En los últimos días se instaló un intenso debate a partir de decisiones de política pública de Mauricio Macri y su ministro de Educación Esteban Bullrich, especialmente en lo referido a las prohibiciones de talleres sobre El Eternauta, la imposición de un 0800 para denuncias anónimas y la separación de un equipo directivo completo y docentes que en marzo habían dramatizado una escena en la cual se denunciaba el cierre de cursos en las escuelas públicas, comunicados por el gobierno porteño como «fusión».
A propósito de estas imposiciones, el artista popular Fito Páez dijo en un reportaje: «Esta gente en la dictadura hubiera sido buchona, hubiera entregado gente.» El legislador del PRO Daniel Lipovetzky le contestó con una carta documento exigiéndole «una respuesta en el término de las próximas 24 horas, bajo apercibimiento de iniciar acciones legales penales y de daños y perjuicios».
Coincidimos con muchas voces que se alzaron señalando al macrismo como una expresión acabada de la derecha conservadora en su versión moderna, que expresa su propuesta de política pública y su proyecto futuro para la sociedad. De allí que resulta oportuno desentrañar la esencia de su ideología.
Cabe consignar en primer lugar que las acciones de gobierno no se limitan a una mera restricción del espacio público o las redes institucionales del Estado, sino a una clara y profunda reconfiguración en sentido autoritario y mercantilista. En otras palabras, la idea de que Macri es “un inútil” implica rebajar el sentido y la ideología que motiva sus actos políticos y culturales. El macrismo expresa valores, un modelo de ser humano y de sociedad, ideas sobre lo público, lo político, la ciudadanía, lo económico y lo social ciertamente consistente. El caso de la política educativa es el más relevante, pero si hiciéramos un recorrido por otras políticas públicas –salud, vivienda, cultura, seguridad– veríamos patrones similares.
Una primera nota de la política educativa –que por cierto tuvo continuidades innegables en las gestiones de Mariano Narodowski, Abel Posse y Esteban Bullrich– es su talante profundamente autoritario. Veamos: desde prohibiciones a los docentes impidiendo declaraciones públicas ante medios de comunicación sin la autorización de las autoridades competentes; siguiendo con amenazas, denuncias judiciales del gobierno y elaboración de listas negras, hasta invitaciones a la delación a los estudiantes y a los actores movilizados en defensa de sus derechos, dan cuenta de su ideología intolerante y punitiva.
El gasto en educación es otro buen ejemplo. Por un lado, se aprueban incrementos presupuestarios, para luego subejecutar las partidas. Pero no de todas ellas. Mientras que en infraestructura o becas se producen incumplimientos sustantivos en la ejecución, la transferencia de recursos públicos a instituciones educativas privadas se cumple plenamente y se asegura un incremento sostenido a las mismas.
Otro ejemplo interesante ocurrido en el primer año del macrismo fue la reducción del gasto destinado al cumplimiento de la Ley de Educación Sexual. El programa correspondiente sufrió de un año para el otro un recorte del ¡97,5%! Conservadurismo y recorte de los recursos públicos expresan las orientaciones reales de este gobierno.
Ahora bien, esta doble línea autoritaria y mercantilista tiene matices significativos con el discurso neoliberal-conservador tradicional, pues a diferencia de los ’80 y ’90, cuando sus defensores los expresaban crudamente, el actual modernoso del siglo XXI tiene como rasgo específico la contradicción flagrante entre sus dichos y los hechos.
Otro gran paradigma del macrismo fue la ineficiencia en la gestión. Luego de cinco años quedó demostrado que es incapaz de gestionar eficientemente, y mucho menos con un sentido social de la eficiencia. El escapismo manifiesto para administrar nuestros subtes es elocuente. Vale recordar sus dichos del año 2007 en televisión: «Somos acaso tan idiotas que no vamos a poder construir 15 kilómetros por año de redes de subterráneos.» Una confesión premonitoria.
Los medios oligopólicos lo protegen, ocultan sus exabruptos y torpezas, intentando colocarlo como el principal antagonista del gobierno nacional. Uno de sus argumentos preferidos es que la presidenta de la Nación tiene una política autocrática y crispada, en la que no se propicia el diálogo como, presuntamente, promueve el jefe de gobierno, un hombre pacífico, sonriente y feliz. Sin embargo, ante la aparición de la menor discrepancia, sus prácticas han sido radicalmente opuestas: en donde posemos la mirada veremos que la respuesta a las demandas de trabajadores o ciudadanos ha sido la judicialización, la represión, la denuncia y la amenaza. No es el de Mauricio Macri, precisamente, un gobierno de “diálogo” y “buena onda”.
La idea de impugnar la realización de talleres con el relato de El Eternauta se fundó en sus primeras declaraciones en el supuesto uso de la “política” que, para la concepción del gobierno de nuestra ciudad, debe ser erradicado de las escuelas. Pero todos sabemos que esta “antipolítica” es mentira. En realidad es un modo de política, brumoso e hipócrita, porque no se presenta con sus verdaderos valores. Ciertamente Fito tiene razón, y convicciones firmes.
El proyecto macrista tiene, pues, nuevas estrategias políticas y comunicacionales. En este tiempo histórico, de grandes cambios y rupturas con el viejo modelo neoliberal, la derecha intenta vestirse de moderna y pacífica, buscando nuevos caminos para prolongar viejas dominaciones. Sin embargo, como el gran Discépolo, podemos decir: «Son disfrazados sin Carnaval.»
En nuestra ciudad tenemos que sumarnos al proyecto nacional. Sólo por allí transitan las verdaderas transformaciones económicas y culturales que mejoran la vida de los porteños. Sólo por allí hay una auténtica ruptura con lo caduco y un futuro de progreso para el conjunto del pueblo.
Nota publicada el 11 de septiembre de 2012 en Tiempo Argentino.