Página/12 | Opinión
Era previsible. Las brumas del Pacto de Mayo firmado una madrugada de julio, se disiparon con los primeros aires de la mañana tucumana. Los 18 gobernadores que se prestaron a la foto histórica se fueron escabullendo lo antes posible. No tardarán en arrepentirse de su decisión de “otorgarle gobernabilidad y darle las herramientas” a este presidente de ultraderecha, quien les dijo que su misión más trascendente es destruir al Estado y hacer el ajuste más grande del mundo, todo sazonado con aquel “los voy a mear”. Varios de ellos justifican su conducta argumentando que no tuvieron alternativa ante el chantaje económico, consecuentemente se subordinaron, esperanzados de que el Presidente y el Jefe de Gabinete cumplirá su compromiso de entregarles fondos para terminar alguna ruta o solventar sus cajas de previsión. Lo cierto es que el FONID sigue cerrado, sometiendo a sus docentes a una penosa pérdida de ingresos, mientras la obra pública nacional continúa clausurada, con su secuela de desocupación y atraso.
Sin embargo, los 18 gobernadores de la noche tucumana asistieron al “histórico” anuncio de la segunda fase luego del “triunfazo” legislativo de la Ley Base, la cual muchos de ellos, oficialistas y amigables, contribuyeron con el voto de sus legisladores. El consuelo de los firmantes fue que se salvaron del desfile castrense teñido por el despliegue de carapintadas, golpistas y ex combatientes; de un presidente que actúa como tributario de la corona británica, afirmando que “hubo una guerra y nos tocó perder”. De allí que a la periodista de la BBC londinense le dijo sin ruborizarse “el territorio de Malvinas hoy está en manos del Reino Unido”, tiene “todo el derecho de que su canciller lo visite”. El presidente se dio el lujo de subirse a un tanque con su vice Villarruel, con quien comparten admiraciones: ella al dictador genocida J.R. Videla y él a Margaret Thatcher, cuya foto nos mira desde su despacho presidencial. Ante esta conducta de sumisión del gobierno mileista, el otrora gran imperio ahora en franca decadencia se agranda, decidiendo ampliar la zona de exclusión alrededor de “sus islas”. Todo indica que a los pactistas estas cuestiones sobre nuestra soberanía nada le importan.
Quienes expresaron su fuerte apoyo fueron los representantes del gran empresariado, tanto local como extranjero: El Grupo de los Seis, ADEBA, Bolsa de Comercio, Cámara de Comercio y de la Construcción, SRA, IDEA, UIA, CAME y COPAL. No faltó nadie. Todos los supermillonarios celebraron el acuerdo. Su apoyo político se expresa con una diplomacia que oculta sus verdaderos deseos por gritar: ¡Gracias por el RIGI, las reformas laborales, el blanqueo de todo lo que fugamos, la rebaja del impuesto a nuestros sagrados bienes personales, y el traspaso de ese costo a los 800 mil “giles” que tendrán que volver atributar! Finalizado el globo del Pacto y el desfile militar, sobrevino lo inevitable: la realidad económica y social con sus banquinazos cada vez más violentos. Los indicadores del lado de las víctimas del modelo austríaco, que los mercados compraron a precio de ganga, desmejoran dramáticamente: 25 millones de pobres, 7,5 millones de indigentes, o sea personas que pasan hambre, 9 mil Pymes cerradas en 6 meses, el desempleo llegando al fatídico numero del 10%, los asalariados perdiendo en medio año un 19% de sus ingresos, los jubilados sometidos a un ajuste del 28% de sus magros haberes y las clases medias en caída libre. Un ejemplo elocuente es el de la CABA: si bien sus indicadores sociales son menos malos que los de otras provincias, sobre una población de 3.120.000 habitantes tiene 1.083.000 pobres, de los cuales 155 mil son nuevos. Esa catástrofe social se nutre del retroceso de la clase media que cae del 40% a 37% (Dirección Estadísticas y Censos). El dato de la indigencia también es oprobioso: 472.000 personas viven en esa condición, y la pobreza infantil llegó al 44% de los menores de 17 años. El primo Macri guarda silencio.
En el otro polo observamos que los mercados y el Fondo no solo no le creen a Caputo ni a Milei, sino que le exigen abiertamente que conduzca el modelo por otro rumbo más ortodoxo aún: una devaluación, asumiendo que se incrementarán los precios y una nueva confiscación de salarios y jubilaciones. Con ese propósito se valen de su viejo apotegma: el pez por la city muere. Disparan el dólar ilegal y los grandes medios ofician de claque. Lo hacen con los gobiernos populares, pero no trepidan en aplicarlo a los suyos, como el actual. Lo que ya sabemos es que las salidas de las crisis desde la city nunca son a favor del pueblo. El tema central desde las mayorías sociales y políticas es el cambio radical del modelo. No hay solución asumiendo la imposibilidad frente a los poderes económicos. La historia reciente demuestra que esa línea termina mal. En la actualidad llevó a la desilusión, al crecimiento de la desconfianza en los políticos y a esperanzarse con mesianismos de ultraderecha. Se trata de redistribuir efectivamente ingresos y riquezas. Resulta inevitable, entonces, definir de donde saldrán los recursos para atender la actual emergencia de la deuda social.
Así las cosas, a este Terminator, que viene de un pasado olvidado y marginal de la escuela austríaca, a la que el capitalismo nunca le dio pista para aplicar sus teorizaciones, no le va quedando más que despotricar contra “la conspiración internacional” de socialistas, comunistas, populistas, keynesianos y ahora también el culpable del atentado a D. Trump. El Terminator criollo viaja por el mundo en visitas privadas, tras su temerario propósito de impedir la debacle universal que sobrevendrá por la acción del “socialismo empobrecedor” que recorre el planeta frustrando al “capitalismo creador, que siempre ha generado libertad y felicidad”. No debiéramos soslayar el tema de la oposición. Resulta imprescindible que el distanciamiento y rechazo creciente al gobierno encuentre una nueva perspectiva política, no sólo declarativa, sino con un cuerpo de ideas y un programa auténticamente popular y progresista. Una propuesta alimentada de la savia popular, desde aquel subsuelo de la patria, a las clases medias progresistas, protagonistas de las recientes manifestaciones en defensa de la escuela y la universidad pública más grande de la historia.