Página/12 | Opinión
En estos días turbulentos, se generó un acontecimiento político tan paradójico como significativo: en el Parlamento el gobierno del presidente Milei sufría una fuerte derrota, mientras la dirigencia empresaria apoyaba de manera vehemente al gobierno y su “plan” económico. Las Cámaras que las representan políticamente, reiteraban su compromiso con el mileismo. Como siempre expresaban su “preocupación” por lo acaecido en Diputados, reclamando la necesidad imperiosa de avanzar en las reformas. AmCham (Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina) no trepidó en exigir que los líderes políticos promuevan “la transformación profunda” que Argentina necesita. Una vez más confunden deliberadamente su afán por potenciar las ganancias, con las necesidades del país.
Mientras tanto, una selectísima representación del establishment empresario, encabezada por Paolo Rocca, conformó una calificada comitiva para acompañar y apoyar al presidente en su gira papal simbolizando su apoyo irrestricto a Milei y a su proyecto político.
El deseo de participar del reparto de los bienes y empresas del Estado que comenzarían a subastarse, resulta más fuerte que sus discursos democratistas sobre transparencias, reglas de juego, corrupciones de los políticos y el Estado elefantiásico. Lo primero es ganar plata fácil. No se sienten representados por aquellas palabras de San Ambrosio que solía mentar M. Moreno: “es mejor conservar la vida de los mortales que la de los metales”.
El proyecto de ley “ómnibus” venía en caída libre a pesar del “espíritu de colaboración” planteado por la “oposición dialoguista” (otro eufemismo que diluía una posición política que se proponía acompañar a Milei en su cruzada por terminar con la casta y, particularmente, con el kirchnerismo). El derrumbe de la ley consumó un acontecimiento quizás único en la larga historia del Congreso.
Más allá de la torpeza pública del Presidente; de sus “delfines”, más parecidos a deportistas amateurs queriendo competir en las olimpiadas; y de los editorialistas de los medios “serios” que desplegaron todo tipo de piruetas interpretativas para salvarle la ropa; lo de fondo es que en una situación crucial se logró que una parte de los parlamentarios y de las fuerzas políticas que representan, fueran asumiendo una actitud digna, que exprese idearios e identidades que abrevaron en sus partidos y militancias y trayectorias políticas. Por su parte, el bloque de UxP sostuvo con firmeza y unidad su posicionamiento.
La presión del gobierno fue brutal, sustentada en una conducta tan soberbia como irrefrenable, que día tras día, mostraba su sentido antidemocrático, y su decisión de someterse al ya extraviado deseo de las corporaciones, tanto multinacionales como locales; por repartirse las riquezas naturales y empresas públicas, que inesperadamente el gobierno les ofrecía para satisfacer su libido, en pos de ser cada vez más supermillonarios y exhibirse en un lugar más notable en ranking de la farándula de los ricos del mundo.
Cierto es que, tras la derrota, era necesario culpabilizar, ya no a la casta en general, sino a una particular. Así fue que quedaron señalados los gobernadores como la “casta que destruye al país, contra el pueblo”, sin siquiera ponderar a propios y extraños. Tanto es así que hasta los del PRO se sintieron acusados, con el riesgo de integrar la lista negra de los que sufrirán la vindicta libertaria. El presidente manifiestamente enervado, ratificó su idea del Mesías redentor, enviado de los cielos a salvarnos del mal. Todos los que no se le sometan serán condenados al purgatorio para su purificación.
Es sabido que la soberbia obnubila. Desde allí se podría entender la aspiración de que los gobernadores no defiendan a sus provincias e incumplan con su responsabilidad de gestionar para sostener la vida de sus ciudadanos, ya agredida por la inflación galopante y el congelamiento extorsivo de las partidas presupuestarias. Como todos preveían, a muchos legisladores les resultaba imposible allanarse a las arbitrariedades y el reaccionarismo de la ley, de allí que durante el tratamiento en particular, se fue generando una situación caótica, mientras el bloque unido de LLA y el PRO, iba sufriendo una derrota tras otra.
El derrumbe involucraba desde las facultades, que en realidad dejaban de ser extraordinarias, para mutar a dictatoriales; las privatizaciones inspiradas en las de Menem-Dromi, hasta la normativa represiva de la ministra estrella Bullrich. La motosierra se llevaba puesta todo tipo de leyes, entre ellas los fondos de integración socio-urbano, con sus graves implicancias sociales, las normas que regulan y protegen nuestros recursos naturales, la protección de bosques nativos y al subsidio a las zonas frías. La ceguera devenida del pecado capital de la soberbia, los condujo a pensar lo inconcebible en términos políticos: que los legisladores de las provincias beneficiadas por el subsidio al consumo de las zonas frías, votarían por su eliminación.
El gobierno se sostiene en la intervención de los medios públicos, aspira a aplicar la retrógrada “esencialidad” a los docentes, intentando liquidar el derecho de huelga, y ni que hablar del congelamiento y los recortes de todo lo relacionado con educación y cultura.
En el camino quedaba vaciado de autoridad el ministro Francos, la tardía aparición telefónica del funcionario Luis Caputo, quien siempre mostró su desprecio por el parlamento, ya que solo cree en el toro de Wall Street. Y en todo este cuadro patético, el presidente de la cámara, Menem, gesticulaba y balbuceaba como turco en la neblina.
En suma, aquella escena televisiva del Presidente utilizando la palabra “afuera” para mostrar todo lo que se eliminaría del Estado y los derechos, mutó, de esa prepotencia mediática a la impotencia política.
Lo cierto es que primero en las calles y plazas del 24 de enero, y luego en el Parlamento, va creciendo el enfrentamiento entre el proyecto de las corporaciones locales y extranjeras, liderado por el presidente electo, y la oposición política, social y cultural. El escenario está cada vez más abierto y vertiginoso.