Página/12 | Opinión Tras las brumas de las infinitas ponderaciones sobre el descalabro de la ley del oprobio, y las disputas descarnadas al interior del Gobierno, con un Presidente desbordado, una “favorita” al estilo de reyes en decadencia, y ministros al garete puestos por las corporaciones, emerge el dato político principal: el paro y la movilización, irrumpiendo desde las calles y plazas, en el escenario político.
Un inmenso pueblo se volcó a las calles en toda la geografía del país. Se hizo realidad aquello de La Quiaca a Tierra del Fuego, y nuevamente la Plaza Congreso congregó a cientos de miles de personas. Una verdadera pueblada ciudadana, ya amalgamada por el noble y fuerte sentido del lema “La Patria no se vende” se constituyó en sujeto político, recuperando las mejores tradiciones de lucha del movimiento obrero, y del espíritu democrático de vastísimos núcleos sociales y culturales.
Nuevamente las multitudes fueron principales protagonistas de la política, arrasando con los “análisis sesudos” de los pensadores coyunturalistas del establishment, que interpretan el acontecimiento como si fueran demiurgos olímpicos; pero sus prejuicios ideológicos les impiden comprender el rol determinante del pueblo cuando es convocado, conmoviendo desde los cimientos todo el sistema político. Se elaboran artilugios culturales para justificar a los poderosos de siempre para que continúen con su fiesta obscena por ser cada vez más supermillonarios, mientras los sectores humildes y las clases medias se hunden en la ciénaga de la pobreza y la desesperanza.
Ningún gobierno intentó lo que se propone la dupla Milei–Villarruel: un ajuste cruel contra el pueblo, e insensato en términos políticos y de los valores y leyes del sistema democrático.
Su objetivo es llevar a cabo un ajuste destructivo de la vida y el patrimonio cultural. El más colonialista, por su afán ilimitado de que las corporaciones extranjeras y locales ejecuten el saqueo de nuestras riquezas, y mutilen los derechos sociales conquistados a lo largo del siglo XX, y en los 40 años de democracia.
Ante la insoslayable realidad del pueblo en las calles crearon una patraña mediática, rebajando hasta la nada misma la importancia del paro, particularmente la movilización popular.
El editorial principal de Clarín del domingo fue notorio: lo califica de “fracasado” y “medio paro”. Para completar el enfoque, señala que las contradicciones del Gobierno son por “inexperiencia”. No importan la ideología ni los intereses económicos en pugna. Tal sofisma intenta también relativizar la importancia cualitativa de un elemento decisivo para los pueblos, que en este caso se puso en valor: la unidad de todos los núcleos sociales, políticos, culturales, de género, etcétera.
Se abre así una perspectiva inicial de recomposición política luego de la derrota electoral, encauzando el debate en pos de desentrañar sus raíces económicas y políticas.
En este sentido, habrá que transitar un tiempo y un camino complejo, pero es valioso que la polémica se vaya dando en el marco de una fuerte acción política, con el pueblo movilizado abrazándose en las plazas, mientras se va forjando la conformación de un bloque político, social y cultural que, sobre la base de un programa de recuperación nacional ocupe el centro de la lucha en defensa de la democracia, la soberanía económica y política, y los derechos sociales y culturales.
La irresponsabilidad del Gobierno para conducir los destinos del país y su temerario propósito de ser la salvaguarda del Occidente capitalista va dejando al descubierto a los verdaderos beneficiarios de este intento político: los núcleos corporativos dominantes, tanto locales como extranjeros, quienes se encontraron repentinamente ante la posibilidad de apropiarse en un tiempo vertiginoso de las principales riquezas naturales, empresas estatales y la liquidación de derechos conquistados por el pueblo desde fines del siglo XIX.
Las corporaciones (UIA, AEA, SRA, CAC, Amchan) no pudieron resistir la tentación de participar y disputarse tamaña piñata, aunque implique la negación de todas las doctrinas democratistas, morales y éticas, que desde siempre esgrimen sus editorialistas en los diarios “serios”. Con este sustento del poder real, el Gobierno acentuó el rasgo más determinante de su ideología y su accionar político: la extorsión y el chantaje a gobernadores, legisladores, jueces y a la ciudadanía, y no trepida en confesar su propósito. El Presidente dijo: “Si no se aprueba, no pasa nada. Algunas reformas irán más tarde”. Declara abiertamente que si el Congreso no vota el plan Sturzenegger, lo hará igual cuando le otorguen las facultades extraordinarias. Su ministro estrella, Caputo, lo acompaña: “El objetivo de déficit cero es inalterable”.
En términos ideológicos, imaginan que sus dogmas se podrán transformar en sentido común. La apertura irrestricta del mercado en materia de precios, que generó incrementos desorbitantes en alimentación, salud, medicamentos, artículos de higiene, y los que vienen de tarifas y transportes, harán que los consumidores dejen de comprar, bajará drásticamente el consumo y consecuentemente, los precios.
A este silogismo le falta asumir que la gente no podrá comprar carne, bajará el consumo de alimentos y de vestimenta y cultura. Habrá estratos en la clase media que no podrán pagar la escuela privada, la prepaga, ni mantener el auto. Ni que hablar del tema abismal de los alquileres.
En suma, el gobierno del mileismo, el PRO y sus aliados subordinados “amigables” no asume que todas esas penosas restricciones generarán en algunos desilusión y en muchos bronca y rechazo.
La pérdida del nivel de vida de las mayorías, producirá una enorme incertidumbre en la vida cotidiana y en el futuro de las familias.
Confiamos en que los diputados/as y senadores de UxP continuarán sosteniendo con firmeza el rechazo a la ley del oprobio a pesar de la defección del gobierno de Tucumán.
Mantenemos la esperanza en que muchos legisladores, frente a esta encrucijada en la que se pone en juego la vida del pueblo, la soberanía económica y la vigencia de la democracia, tengan la valentía de ser fieles a sus identidades y a la historia de sus partidos, a los líderes que los inspiraron y no someterse al chantaje y la barbarie.
Sabemos que habrá otros que optarán por actuar como un pájaro sin luz.