Página/12 | Opinión
El jefe de Gobierno porteño, Rodríguez Larreta, empeñado en su campaña presidencial, se presenta en los foros organizados por las grandes empresas que conforman el establishment local donde sin ningún prurito ni temor al chiflido, explicita su plan de ajuste, de reducción del gasto social, de flexibilización laboral y baja de impuestos a los muy ricos.
La semana pasada, se presentó ante la Asociación Empresaria Argentina (AEA). A esos eventos confluyen personalmente los dueños de las grandes corporaciones empresarias, como Magnetto (Clarín), Elsztain (IRSA), Aldo Roggio (Grupo Roggio), quienes son los beneficiarios crónicos de la política pro mercado que aplica JxC en la Ciudad, a partir de los cambios a las normativas urbanísticas, que generaron la enajenación de tierra pública a precios irrisorios, favoreciendo la construcción de mega torres (que incluso se pretenden levantar sobre humedales). Estos magnates gozan también de cuantiosas pautas publicitarias otorgadas por el disertante y licitaciones a medida, como la explotación de la red de subtes con tarifas aseguradas que descargan sobre los usuarios. En su nuevo rol promete negocios mucho más grandes que los municipales: reformas estructurales de largo plazo en lo referido al regreso de las privatizaciones de empresas públicas, incluyendo el sistema jubilatorio.
El pretendiente a presidente no dijo nada novedoso. Sostuvo las mismas ideas ya formuladas en el foro gran empresario del Llao Llao. Es sabido que en esos encuentros selectos los eufemismos forman parte de un lenguaje compartido. Entre ellos se entienden ya que todos son “buenos entendedores”.
Ante los planteos de la ultra derecha, al candidato no le cuesta nada correrse al extremo. Se remitió a espolvorear con una pizca de pimentón su discurso, aludiendo a su apotegma de “las primeras 100 horas”, pero que al mismo tiempo tenga algún sentido de previsibilidad. Los magnates no dudan de las medidas propuestas, aunque vacilan acerca de quién es el más indicado para ejecutarlas. Larreta afirmó que “el cambio debe ser profundo y sostenido”. Acto seguido habló de “estabilización”, con un formato enigmático que ese auditorio traduce rápidamente como devaluación, ajuste, y reducción del Estado. Para que no haya dudas, retomó una antigüedad: “reformas estructurales para generar trabajo”. Le dice a la sociedad que reduciendo derechos laborales se generará empleo. El problema actual no está allí, ya que en estos duros años de pandemia el empleo creció y el desempleo bajó. En realidad, elude el problema político-social: una mejor distribución de la riqueza. O sea que los salarios sean más altos en términos reales, recuperando los 19 puntos perdidos durante el macrismo. Esa enorme riqueza se transfirió al capital, que ahora canta: “pelito para la vieja”. No se trata de bajar los salarios facilitando despidos de trabajadores.
Sabemos que los acaudalados señores de AEA no se llevan muy bien con la distribución de los ingresos. La aceptan en un abstracto e idílico lugar que nunca existió: la fantasía de la teoría del derrame. Larreta también lo sabe, pero prefiere culpar al derecho a la indemnización como causa de los problemas del trabajo. Desde ese sofisma, le ofrece a estos eternos triunfadores un preciado trofeo a la norteamericana: terminar con las indemnizaciones. La esencia del problema está dada en el crecimiento de la demanda, ya que si hay dinero en los bolsillos de los y las trabajadoras, crece el consumo; por lo tanto “hay negocio”, consecuentemente los empresarios invierten sin pensar en las indemnizaciones. La realidad choca con estas muletillas con las que solo intentan infructuosamente mostrarse identificados con las Pymes.
Para finalizar, el Jefe de Gobierno porteño se sintió obligado al imposible propósito de venderle “gato por liebre” a los grandes empresarios: “Juntos por el Cambio está más unido que nunca y todo lo que ocurre es normal”. Tiene que tener la cara tan dura como las mega torres que se construyen en los terrenos públicos de la Ciudad de Buenos Aires para afirmar semejante fantasía. Son tan visibles y ruidosas las peleas internas del PRO que resulta imposible que estos peces gordos le hayan creído. Larreta viene teniendo este tipo de “discursos creativos” que rozan con el humor negro. Recientemente en Chubut afirmó temerariamente que “hay que terminar con la Argentina unitaria del kirchnerismo” y que será un presidente federal. Una vez más, la realidad, la historia, lo desmienten. El kirchnerismo se denomina así por Néstor Kirchner, quien antes de ser presidente fue intendente y gobernador en su Santa Cruz natal, y no un funcionario porteño de derecha como él, que siempre actuó como un político unitario. El caso más flagrante fue la judicialización de los fondos coparticipables que Macri le había entregado, cuando debían ser destinados a provincias con más urgencias sociales que la ciudad que él gobierna.
Mientras el Jefe de Gobierno intenta convencer al gran empresariado, la gestión porteña está más abandonada que nunca. Todo indica que el gobierno de la ciudad confía en que con los 26 millones de pesos diarios destinados al marketing le hará creer a la ciudadanía porteña que se encuentran trabajando para mejorarles la vida. Un ejemplo de esta conducta son las leyes recientemente aprobadas en la Legislatura con que “darían solución” al grave problema social de los alquileres en la Ciudad. Siguen haciendo campaña, beneficiando y estimulando a los grandes propietarios, sin ofrecer ninguna alternativa a la sociedad porteña con un tema tan sensible, especialmente para los y las jóvenes, quienes se enfrentan a la imposibilidad de alquilar.
En la Ciudad hay 230 mil unidades vacías como consecuencia de una política sistemática para favorecer la especulación inmobiliaria. Resulta imposible entonces que alguien crea que con alivios fiscales y financiamiento a los desarrolladores inmobiliarios se solucionará el problema habitacional de nuestra ciudad que afecta a cientos de miles de vecinas/os. Aquí no aparecen los “Brazos Abiertos».