Página/12 | Opinión
El jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, ya lanzado a su campaña electoral, partió de gira con el fin de visitar a empresarios, financistas y alcaldes de otras ciudades del mundo. Con ese mismo propósito publicitario planea organizar en octubre la “Cumbre Mundial de Alcaldes C40”. Su inspirador y jefe político, el expresidente Mauricio Macri, continúa ejerciendo su principal vocación: vacacionar por el ancho mundo. En esta oportunidad no lo hará ejerciendo el extraño “trabajo” en la Fundación FIFA, sino “representando” a la Argentina en un torneo de Bridge en Italia, que su versión actual se debe al multimillonario norteamericano Harold Vanderbilt.
En estos días, el dueto de viajeros líderes del moderno conservadurismo vernáculo se dedicó a practicar otro de sus deportes preferidos, desplegar una conducta política decididamente rupturista, impulsando el rechazo parlamentario del presupuesto nacional, e intentando que JxC impugne y desapruebe el acuerdo del país con el FMI, a pesar de ser los verdaderos creadores del drama de la deuda.
Mientras preparaba las valijas, Rodríguez Larreta no se privó de rechazar toda medida del Estado nacional cuyo objeto sea impedir los abusos del empresariado especulador. Se opuso al establecimiento de controles de precios a los monopolios alimenticios, como así también a la restitución de suba de retenciones a las exportaciones de harinas y aceite de soja para frenar los aumentos del pan, los fideos y otros productos.
El dúo se hizo trío al sumarse Patricia Bullrich quien cuestionó el acompañamiento al entendimiento con el FMI en el Senado por parte de JxC, si el Gobierno avanzaba con algunas medidas de controlador estatal a los abusos con los precios. En realidad, los liberales de por aquí se suman a la estrategia ideológica de la derecha internacional, oponiéndose doctrinariamente a la creación de cualquier impuesto. Este accionar político no responde a ninguna cuestión principista, de hecho, su verdadero propósito es proteger a los millonarios obturando toda medida tendiente a obtener recursos tributarios de los núcleos ultraconcentrados y con súperganancias, inclusive en la pandemia. Sus inspiradores no son ni Abraham Lincoln ni Franklin D. Roosevelt, sino el núcleo fundamentalista del tea party republicano, ahora liderado por Donal Trump. Una vez más la derecha actúa en defensa de la renta diferencial que recibirán, sin ofrecer nada a cambio, los sectores exportadores, especialmente de granos y carnes, por el incremento desmedido y abrupto de la demanda y los precios internacionales. Como parte de esa estrategia de negocios, Clarín reiteró su edición fotogénica de ruralistas envueltos en la bandera que amenazan con cortar las rutas. Estos señores enfurecidos vienen de una antigua tradición oligárquica. En 1886, ya viejo, D. F Sarmiento los acusaba en El Censor: “Quieren que nosotros que no tenemos ni una vaca contribuyamos a duplicarles o triplicares su fortuna… todos millonarios que pasan su vida mirando como paren las vacas” (“carne fresca, ganaderos calientes”). Para completar la movida, el establishment local salió a pronunciarse: su vocero Funes de Rioja declaró que “hay que buscar acuerdos básicos” pero no trepidó en advertir que no se debe aplicar la ley de abastecimiento, ya que generaría “resistencias legales”. Para este abogado que oficia de lobista, cuando no conviene a los intereses de los hombres de negocios la ley resulta ser ilegal.
Volviendo al doctrinario antiimpuestos Larreta, veremos que, en su terruño, que viene a ser nuestra Ciudad de Buenos AIres, hace todo lo contrario a sus dichos y teorizaciones. Aumentó la VTV en un 51por ciento para autos y motos, indexó por inflación el ABL y las patentes (como si algún jubilado o trabajador tuviera su ingreso indexado), subió un 50 por ciento el costo del estacionamiento medido (que ahora es digital y se pagará en casi todas las calles de la Ciudad dado que pasarán de 4 mil lugares a 80 mil), elevó un 45 por ciento los peajes, e inventó un impuesto del 1,2 por ciento a los consumidores de tarjeta de crédito, en medio del aislamiento. En sus aumentos, a los que denomina “actualizaciones” no olvidó incluir el acarreo “45 por ciento” y las eco bicis “40 por ciento”. Este notable afán recaudatorio no se destinó a las áreas sociales y salariales en las que el gobierno porteño hace agua todos los años: las carteras educativas, sanitaria, de género, la social y de la economía social, que siguen sufriendo continuas reducciones y subejecuciones presupuestarias.
En la Ciudad, el gobierno moderno sostiene sus políticas clasistas con una pertinacia digna de algún propósito más loable. Según los datos de la Dirección General de Estadísticas y Censos de la CABA, la zona norte más que duplica en ingresos a la zona sur. A la inversa, el desempleo en el norte es la mitad. En los barrios sureños la mortalidad infantil es el doble que en las comunas norteñas, donde el acceso a la salud, tanto del sistema privado como público, también es considerablemente desparejo. En definitiva, se van consolidando las desigualdades geográficas, que se imbrican con las de acceso a la educación, a la vivienda, a prestaciones de salud y ni que hablar a culturales y recreativas. Un modelo de ciudad que fragmenta y discrimina que retrocede en términos medioambientales, a pesar de tener un presupuesto privilegiado de casi un billón de pesos. Las diferencias se acentúan dependiendo de qué lado de la Av. Rivadavia residan los y las ciudadanas de esta Ciudad rica, pero con 850 mil pobres (24 por ciento) y sectores medios en franco retroceso que ahora los denominan “vulnerables”.
En octubre, el alcalde porteño recorrerá con sus colegas del extranjero Puerto Madero, Recoleta, Palermo chico, la Avenida Libertador y Belgrano R. Sin embargo, otra parte mayoritaria de nuestra ciudadanía proveniente de las clases medias y de los núcleos más humildes tenemos que pensar y construir una ciudad más equitativa para una nueva convivencia solidaria.
Nota publicada en Página/12 el 26/03/2022