Tiempo Argentino | Opinión
En estos días asistimos a un «gran deschave», evocando aquella popularísima obra teatral de los años setenta protagonizada por Haydée Padilla y Federico Luppi.
En lunfardo, «deschave» significa delatar a alguien o confesar un secreto oculto; algo que a tirones viene haciendo el macrismo, al deschavar sus verdaderos planes políticos, económicos y sociales.
La política económica que propone aplicar Mauricio Macri, de llegar a la Presidencia, ya empieza a expresarse en toda su crudeza. No viene acompañada por globos, papelitos de colores, ni por la famosa «revolución de la alegría» que declaman por todas partes los partidarios del extraño «cambio», que –a contramano del verdadero sentido de la palabra– sería un cambio hacia atrás, conservador, y no hacia el progreso basado en transformaciones del presente.
Uno de los primeros y reveladores apoyos al supuesto cambio macrista fue la inesperada mejora de la perspectiva de la nota de la deuda pública que efectuó la calificadora Moody’s que avizora, de un día para el otro, una pronta «normalización» de las relaciones con los acreedores internacionales. Todo indica que los tecnócratas de la calificadora salieron a festejar a cuenta de una hipotética vuelta al festín de los mercados de deuda especulativos, al ya olvidado reloj del riesgo país que nos acompañó durante la anterior «Alianza», y a los condicionamientos que nos imponía el FMI, que definía en Washington las políticas jubilatorias, educacionales, de salud e, incluso, la previa aprobación del Presupuesto nacional por sus «afamados técnicos».
En otro plano, el deschave también resuena en las ideas cambiarias de Macri y sus asesores, quienes se esfuerzan para hacer creer que un dólar devaluado a los valores del ilegal no tendría impacto inflacionario. La aseveración no sólo fue refutada por la mayoría de los economistas del medio local, sino también por la propia realidad: esta semana se conoció que los grandes molinos están ajustando al alza el precio de la harina, anticipándose al superdólar de Macri y a la prometida liberación de los cupos a la exportación del grano. Según el presidente de la Asamblea de Pequeños y Medianos Empresarios (Apyme), Eduardo Fernández, «el sector de panificación, galletitas y fábricas de pastas recibió aumentos discrecionales aduciendo incertidumbre en el futuro valor del trigo». Lo cierto es que desde el sinceramiento devaluador de los referentes de Cambiemos, el trigo subió internamente a 25 dólares por tonelada; y este aumento se trasladó de inmediato a los precios mayoristas y minoristas de la harina y sus derivados.
Estos comportamientos típicos de los sectores monopólicos concentrados nos aproximan a ver claramente quiénes serán los beneficiarios y quiénes los perjudicados del mentado «cambio».
Pero además, el candidato presidencial conservador, en un rapto de sinceridad sostuvo: «Si supiera a cuánto va a estar el dólar (después del 10 de diciembre) sería premio Nobel.» Con lo cual, dejó flotando una fuerte incertidumbre sobre un tema muy delicado para cualquier administración. Todo su relato con respecto a la cuestión cambiaria es una muestra de absoluta irresponsabilidad política, especialmente si se consideran los efectos perjudicales que tendría sobre el salario real de los trabajadores y, consecuentemente, sobre el mercado interno. Si bien no lo han dicho abiertamente, la medida complementaria sería el congelamiento de las paritarias con el pretexto de mejorar la competitividad empresaria para facilitar las exportaciones. Otro que contribuyó a despejar las brumas fue Alfonso Prat-Gay, para quien la liberación del «cepo» llevaría inexorablemente a una baja del dólar ilegal y a una suba del oficial, a niveles cercanos a los 16 pesos. El señor Prat-Gay nos está diciendo que harán una devaluación de por lo menos el 50 por ciento.
En la misma línea, todo indica que Macri colocará al frente de la política energética a Juan José Aranguren, quien fuera durante décadas jefe y vocero de la angloholandesa Shell, líder mundial en explotación petrolera, y sustento político de gobiernos y dictaduras que en todo el planeta se han impuesto con olor a petróleo.
Según Aranguren, para un país no es importante la soberanía energética, con lo cual rechaza de plano el principio básico de la ley de hidrocarburos votada por nuestro Parlamento para dejar de depender de las grandes corporaciones petroleras mundiales, entre ellas, justamente, la Shell. Así se entiende su interés por volver a privatizar YPF, en sintonía con el rechazo macrista en el Parlamento cuando se votó la reestatización; o su sentencia respecto de que cambiarán las políticas de subsidios a los combustibles, que benefician a millones de usuarios particulares y a dos millones de empresas nacionales, mayoritariamente pymes. Este aspecto de la visión macrista es uno de los más simbólicos: la Shell dirigirá YPF, nuestra empresa petrolera. Devaluación e incremento de tarifas sólo pueden generar un fuerte brote inflacionario, paradójicamente lo contrario de lo que Cambiemos expresa en sus panfletos.
Si el panorama no resulta todavía claro, podríamos incluir la piedra de toque que aportó otro de los economistas estrella del macrismo, Carlos Melconian, al hacer referencia a la inserción internacional y sostener: «La relación con EE UU es imprescindible (…) Institucionalmente me gusta jugar con los americanos. Nos recontraconviene.» En pocas palabras, Macri se propone abandonar la apuesta por el Mercosur, la Unasur y la Celac, y volver a darles la bienvenida a acuerdos como el ALCA de George W. Bush, que frustraron hace diez años Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula da Silva.
A esta altura del gran deschave, las pruebas se tornan irrefutables y no quedan dudas sobre el contenido que subyace en el prometido «cambio».
En contraposición, quienes creemos que es preciso seguir abonando la senda del desarrollo económico y social, distribuyendo riquezas, con una fuerte acción del Estado y la integración política y económica con nuestro continente, valoramos la línea de coherencia que expresó Daniel Scioli respecto de la vigencia de los logros de estos años kirchneristas y la voluntad de avanzar asignando más recursos a las políticas sociales, culturales y científicas a favor de los trabajadores y las clases medias, sosteniendo las políticas de defensa de la soberanía económica y de justicia social. «