Tiempo Argentino | Opinión
Por Juan Carlos Junio
Esta semana se realizó en Córdoba el VIII Coloquio Industrial de la Unión Industrial Argentina (UIA), sin demasiadas sorpresas en cuanto a posicionamientos políticos de la entidad. Por su parte, los medios de comunicación hegemónicos le dieron un tratamiento menor al tema e hicieron foco en la cuestión cambiaria y la inflación, los caballitos de batalla de los sectores conservadores.
Esta semana se realizó en Córdoba el VIII Coloquio Industrial de la Unión Industrial Argentina (UIA), sin demasiadas sorpresas en cuanto a posicionamientos políticos de la entidad. Por su parte, los medios de comunicación hegemónicos le dieron un tratamiento menor al tema e hicieron foco en la cuestión cambiaria y la inflación, los caballitos de batalla de los sectores conservadores.
Durante el evento, los economistas invitados no se salieron del molde, aunque dejaron algunas reflexiones interesantes. Dante Sica señaló que «no les alcanzará una mejora» del tipo de cambio ya que «no pueden soportar una apertura de la economía», en tanto, Bernardo Kosacoff sostuvo que una de las causas del menor dinamismo del sector es la baja de la inversión. Estos comentarios evidencian la visión cortoplacista y devaluacionista de los núcleos más concentrados del empresariado local y extranjero.
En tiempos electorales fértiles para encuestadores y consultoras, que se lanzan vertiginosamente a la arena política dejando por un rato su disfraz de «neutralismo y objetividad», vale la pena reflotar las palabras de Miguel Ángel Broda en el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICYP), allá por el mes de abril. Por entonces, no titubeó en pontificar: «nosotros necesitamos un equipo económico como el de Cavallo», dejando en claro el verdadero plan del establishment. Según Broda, «en un mundo de bajas tasas de interés lo que tenemos que hacer es copiar a los exitosos, no inventar nada (…) yo tengo una sola palabra: fotocopiadora». Si algo no se le puede negar al hombre, es que dice lo que piensa, aunque se ha destacado por pronosticar días soleados, cuando sobrevinieron furiosos huracanes. Su concepción manifiestamente retrógrada esconde que la mayoría de los países que lograron desarrollarse promovieron inicialmente su mercado interno y la planificación estatal.
Desde nuestra perspectiva, ese es el único camino posible para llevar adelante un proyecto político de transformación productiva, con inclusión social y distribución de la riqueza. Más aún en un orden global dominado por la lógica de las empresas transnacionales y la especulación financiera, en el que es moneda corriente el chantaje económico y político de los mercados en representación de los polos de poder mundial que van desde el FMI y los fondos buitres, hasta la Troica dominada por Ángela Merkel y los banqueros alemanes, pasando por el Tea Party.
El «Programa fotocopiadora», que no ganará ningún premio a la originalidad, cae por su propio peso si tomamos como espejo lo que está ocurriendo en Brasil. Durante el lulismo y la primera presidencia de Dilma Rousseff, el país hermano logró avances importantes en materia social, sacando de la pobreza ancestral a millones de ciudadanos. Sin embargo, desde principios de la década pasada abrió de par en par sus puertas al capital financiero internacional y ahora sufre las consecuencias de este tipo de inserción internacional exigida por su establishment. A esta situación se agrega el delicado entorno global, que combina el menor crecimiento en China, la caída de los precios de las materias primas y la posible suba de tasas por parte de la Reserva Federal. Este cuadro dificulta la continuidad de la llegada de financiamiento externo, generando presiones sobre la moneda. Una vez que esta dinámica adquiere vida propia, se transforma en una suerte de monstruo que se autoreproduce sin fin. Así es que se hace necesario recurrir a mayores subas de las tasas de interés y a nuevas y cada vez más dolorosas medidas de austeridad fiscal, que generan caída de la actividad económica, y de la recaudación fiscal; consecuentemente, «no hay plata» para sostener el gasto social. Por estas razones, el gobierno brasilero reconoció hace unos días que la anterior meta fiscal era de cumplimiento imposible. En todo este dispositivo para alimentar al monstruo juegan un papel estelar las agencias calificadoras de riesgo como Standard and Poor’s, que ya amenazó con retirar el «grado de inversión» de incumplirse los ajustes fiscales. Todo este círculo vicioso amplifica el temor de los inversores y prestamistas, ya muy preocupados por la crisis europea que pone en riesgo sus capitales; y nuevamente incrementa el costo del endeudamiento externo, en una suerte de rueda sin fin, al amparo de la laxitud que provee la desregulada arquitectura financiera global.
Volviendo a nuestro país, vale la pena tomar nota de la experiencia de Brasil, especialmente si tenemos en cuenta que el problema más acuciante en términos macroeconómicos pasa por la restricción de divisas. Esta cuestión crucial no debe abordarse desde una lógica coyuntural recurriendo indiscriminadamente al endeudamiento externo para alimentar nuestras reservas. Estos cantos de sirena de economistas y candidatos de derecha, quienes por algún ratito se pasan al estatismo; intentan que se olviden las lecciones de tiempos de convertibilidad, cuando el orden de prioridades estaba invertido, y la soberanía nacional pasaba por la reducción del riesgo país y el control del gasto público, que incluía al «déficit cero» y la rebaja de las jubilaciones. Por aquellos tiempos, las variables como el empleo, la actividad productiva y la pobreza no eran motivo de preocupación.
De hecho, para este año la CEPAL proyecta una contracción del 1,5% del PBI en Brasil, que contrasta con el crecimiento del 0,7% que avizora para la Argentina -aunque aquí los pronósticos son mejores-. Y mientras que en Brasil el desempleo subió por sexto mes consecutivo y se situó en el 6,9% en junio (por encima del 4,8% verificado tan sólo un año atrás); en Argentina la desocupación se mantuvo constante en el primer trimestre respecto de 2014 (7,1%). En un contexto internacional de crisis del capitalismo, la comparación es muy útil a los fines de resaltar como virtud la autonomía que posee nuestro país a la hora de implementar las políticas públicas de expansión del mercado interno y de desendeudamiento que se llevaron adelante durante el kirchnerismo. Esta visión ideológica y su consecuente acción política fueron fructíferas y lo suficientemente sólidas como para afirmar un amplísimo consenso social y político, que permitió soportar los intentos finales de desestabilización y creación del miedo, canalizados por la vía ya muy remanida del «dólar ilegal electoral».