Troikas europeas y argentinas

Tiempo Argentino| Opinión

El pasado domingo 5 de julio la Historia desplegó con su habitual astucia los hilos invisibilizados entre pasado y presente, así como las principales tensiones, contradicciones y disputas de la actual coyuntura nacional y mundial.

Por Juan Carlos Junio

El pasado domingo 5 de julio la Historia desplegó con su habitual astucia los hilos invisibilizados entre pasado y presente, así como las principales tensiones, contradicciones y disputas de la actual coyuntura nacional y mundial. En América y en nuestro país vivimos un período inesperado de ruptura con el orden constituido, que fuera impuesto en los años de la derrota política y cultural por el dogma económico del thatcherismo y sus expresiones cipayas. En días celebratorios de nuestra Independencia resulta necesario recordar que los patriotas fundadores de nuestras patrias americanas desafiaron en su época a las viejas monarquías en las colonias británicas de la América del Norte y a la España feudal y oscurantista, generando una ruptura y un cambio de trascendencia universal.
Pero mucho antes había sido la civilización griega la creadora de la democracia como sistema de gobierno y participación entre los ciudadanos libres de Atenas y otras geografías helénicas. Por cierto, era una democracia en el marco de un estadio histórico basado en la mano de obra esclava e ilota (productores o comerciantes libres pero carentes de derechos de ciudadanía). Muchas de las huellas de aquella invención democrática fueron retomadas en las revoluciones burguesas y nacionalistas de fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX.
Los límites y la amplitud de la democracia siempre dependen de la capacidad del bloque popular mayoritario para forzar las restricciones políticas y culturales de regímenes nominalmente democráticos pero repletos de parapetos excluyentes que limitan la representación y el protagonismo del pueblo, que es el sentido principal de ese sistema político. La democracia europea del siglo XIX contemplaba en sus inicios requisitos para votar o ser elegido: ser varón, blanco, adulto, propietario y educado. Los sindicatos estaban prohibidos y sólo una larga lucha de los pueblos fue ampliando los límites de la democracia. En nuestro propio país durante décadas funcionó una «democracia del voto cantado». Un repaso de la historia nos permite concluir que el matrimonio entre el capitalismo y la democracia siempre fue una relación conflictiva, una solución para hacer viable un sistema social cuya lógica se sustenta en el individualismo, la competencia salvaje como clave de las relaciones sociales y el mercado como supuesto ámbito natural de la vida de los hombres.
La reacción de los pueblos frente a las democracias que dejaban a las mayorías a la vera del camino se fue ampliando, con avances y retrocesos, en diversas latitudes planetarias.
La Revolución Rusa de 1917 fue un cimbronazo para el sistema democrático-capitalista. Los sectores más lúcidos de las clases dominantes, sus intelectuales y propaladoras reclamaron un cambio en el sistema mundial para sostener la viabilidad del viejo orden. La Guerra Fría condicionó la geopolítica y las disputas nacionales durante casi ocho décadas. La disolución del campo socialista y de la URSS impusieron durante casi una década –entre 1989 y 1998– un sentido común hegemónico neoliberal según el cual, en términos de su apologista Francis Fukuyama, la humanidad había llegado a su última estación, al fin de la historia. Ese deseo conservador fue sobrepasado muy rápidamente por la dinámica cultural, política y social. En los noventa, las elecciones constituían un ritual en el que se elegía al partido político que sería el administrador de los intereses de los poderes globales lanzados a devorarse las riquezas de los débiles. No había nada importante que discutir.
Con el triunfo impensado de Hugo Chávez Frías en 1998, el congelamiento sugerido por Fukuyama entró en un acelerado proceso de deshielo. Transcurridas menos de dos décadas, el mundo aparece irreconocible en una lucha planetaria que preanuncia el paso de un orden unipolar a otro multipolar. En nuestro país, el advenimiento del kirchnerismo expresa esa nueva situación continental.
La creación de Unasur, CELAC, ALBA, BRICS y la reconfiguración de ASEAN y el G77+China son expresiones alternativas al modelo dominante propiciado por Occidente. Como siempre, el recorrido no es pacífico ni lineal, y no tiene final feliz asegurado. Pero lo cierto es que la década en curso expresa un cambio de época en la que ya nada volverá a ser como antes.
Es en esta clave que resulta preciso leer las elecciones del domingo pasado. En primer lugar, en Grecia, porque allí se expresó un pueblo digno que llegó a su límite en la aceptación de las fórmulas aplicadas impiadosamente por la Alemania de Angela Merkel. La troika europea fue sorprendida por la respuesta de Syriza a la insoportable presión por continuar un camino devastador. En lugar de obedecer ciegamente, Tsipras impulsó lo impensable, lo inaceptable: someter al escrutinio de su pueblo la propuesta criminal de los tecnoburócratas y políticos de la Eurozona.
Los medios del poder europeo se lanzaron a una guerra mediática para aterrorizar al pueblo griego. Allí mostraron la hilacha: el fin último era derrocar al gobierno democrático. No trepidaron en ofrecer dinero a la gente para que vote «sí», y trataron de comprar a los políticos para que sean los próximos Efialtes de la historia griega.
Como esta lucha es planetaria, hay también en nuestro país una troika que propicia un cambio de gobierno para reintroducir las políticas neoliberales. Una pata expresa el interés de las grandes corporaciones transnacionales y EE UU como manifestación del capitalismo globalizado. Una segunda es el conglomerado empresarial extranjerizado, por su origen exógeno o por vocación: el Foro de Convergencia, la Sociedad Rural, AEA, ABA y otras entidades que no cesan de reclamar las mismas medidas que se le exigen al digno gobierno griego. La tercera es el conglomerado mediático y sus vocingleros intelectuales que no trepidan en sumarse al reclamo del retorno imposible a un pasado decadente y antipopular.
En suma, está en juego en el mundo –de Argentina a Grecia– la opción de avanzar hacia órdenes cada vez más democráticos, justos y participativos o que, una vez más, los intereses minoritarios del privilegio se vuelvan a imponer sobre el derecho de toda la humanidad a una vida de dignidad y libertad. No hay victorias aseguradas de antemano, pero el mundo ya no es lo que era y soplan vientos de esperanza en todas las geografías. América toda y la Argentina son ejemplos de ese mundo que asoma.

Nota publicada en Tiempo Argentino

Scroll al inicio