En agosto se pusieron en marcha las Primarias Abiertas, que han tenido como mérito indiscutible dar cuenta de la realidad realmente existente, a contramano de los ríos de tinta que los medios hegemónicos derramaron con pronósticos agoreros. Con el pronunciamiento del pueblo en las elecciones del 23 de Octubre, es posible afirmar que la Argentina, realmente existente, se encuentra muy lejos de los cataclismos y agonías cotidiantas que pronuncia con obsesiva hostilidad y muy escaso rigor la derecha mediática y política, y que reflejan pálidamente sus candidatos del fenecido Grupo A. Lo primero que hay que señalar es que la aplastante victoria de la Presidenta se debió antes que nada a méritos propios. Vale la pena isistir en esta cuestión, porque muchos analisitas intentan sugerir que el triunfo correspondió a la falta de propuestas de la oposición y de su ineptitud para formar una alianza competitiva.
Los medios hegemónicos han tratado de desmerecer lo que el pueblo votó. La ciudadanía refrendó los cambios positivos implementados desde 2003 por Néstor Kirchner y posteriormente por la Presidenta desde 2007. Justamente el mayor de los desafíos para el próximo período es consolidar la democracia con un fuerte contenido social en una nación soberana. Esta ecuación se viene popularizando como profundización del modelo para ir por una sociedad más igualitaria.
Aristóteles enunciaba que la democracia es el gobierno del mayor número de personas a favor de los más débiles. Esta ecuación básica fue borrada durante los más de 30 años de hegemonía neoliberal, y reconfigurada como un dispositivo que permitía elegir gobernantes que gestionaran el interés de las grandes corporaciones.
Nuestra América atravesó un largo desierto de gobiernos -dictatoriales o constitucionales- que aplicaron por décadas los principios del Consenso de Washington: privatizaciones, ajuste fiscal, precarización laboral, neocolonialismo cultural; medidas que tuvieron como consecuencias verdaderos genocidios sociales, y la estructuración de sociedades duales de un nivel de desigualdad y exclusión inéditos. Ese orden neoliberal conservador que administraba una presunta democracia, se convirtió en una cáscara vacía que sólo sembraba injusticia y violencia. De esos vientos salieron estas tempestades: en 2002, el 53% de la población en Argentina estaba bajo la línea de pobreza, y si nos focalizamos en su población más vulnerable, la niñez y la juventud, los índices subían al 74%. Esas realidades permitiían entender por qué la consigna más coreada en los recitales juveniles era «no hay futuro».
La implosión de ese modelo en 2001 y el consecuente estallido social desembocaron en el proceso iniciado en 2003, que revirtió el mapa desolador por múltiples razones. Así fue que nuestro país viró drásticamente de una política exterior de inserción pasiva en el mundo capitalista globalizado y de sumisión total que el menemismo bautizó de «relaciones carnales», a su antítesis: integración en toda la línea con los países hermanos del continente; de la política de impunidad del genocidio a verdad, memoria y justicia, constituyéndonos en un verdadero ejemplo para el mundo; del olvido de los niños y mayores a la Asignación Universal por Hijo y a la estatización de las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones; de un modelo ecocómico de servicios y especulativo a un modelo productivo. Es mucho lo logrado y es mucho lo que resta por lograr. Estos avances -aún insuficientes luego de tantas décadas de injusticia- se complementan con otras valiosísimas victorias culturales. La reinstalación de la política en el centro de la vida social como instrumento de transformación, el crecimiento de los espacios militantes, la difusión de múltiples iniciativas culturales y políticas, impulsadas por el Estado nacida de los movimientos sociales, nos hacen tener una gran esperanza en una democracia.
El camino no tiene fin y, como siempre, está plagado de acechanzas, pero también de posiblidades para seguir cambiando hacia un futuro más promisorio para nuestro pueblo. Y en este camino, nuestro movimiento cooperativo tendrá un lugar, un desafío en la batalla cultural y política por una sociedad mejor.