Tiempo Argentino | Golpismo
El propósito político es claro: golpear al gobierno democrático con prácticas aplicadas desde el Chile de Salvador Allende hasta la Argentina de Raúl Alfonsín.
Por Juan Carlos Junio
En las últimas semanas se agudizó la ofensiva de los poderes locales e internacionales que pretenden desterrar, tanto desde un plano concreto como simbólico, las bases de un proyecto democrático que permitió llevar adelante valiosas conquistas sociales, económicas y culturales para nuestro pueblo, integrándolo al proceso americanista que vive el continente.
Esos logros fueron posibles a partir de una férrea decisión política con la cual se enfrentó a los medios de comunicación monopólicos y a las principales usinas de pensamiento neoliberal, que siempre extrañan las auditorías del FMI y el endeudamiento financiero en los mercados del exterior. El rechazo a esta perspectiva autónoma y popular es lo que en última instancia explica la intensidad de la asonada política, económica y mediática actual, a un año del próximo evento electoral.
En ese contexto se puede comprender el reiterado posicionamiento del juez Thomas Griesa, que viene siendo avalado por la justicia y el gobierno norteamericano. La última agresión es la inclusión de nuestro país en la figura de desacato y también el propósito manifiesto del propio gobierno de Obama, que exige que Argentina «participe plenamente en el sistema financiero internacional», lo cual –agrega- «es beneficioso para el pueblo argentino, Estados Unidos y la comunidad internacional». El planteo, de carácter colonial y de atropello a un país soberano, insiste deliberadamente en que la Argentina está aislada, lo cual choca con la realidad.
En otro plano, pero con el mismo sentido de oportunidad, se inserta la intempestiva publicación de la Embajada de Estados Unidos «alertando» a sus ciudadanos por todo tipo de acechanzas y crímenes que supuestamente ocurren en nuestra tierra. Según ese mensaje, estaríamos viviendo en una suerte de far west. La declaración de la diplomacia americana se asemeja más a un texto del grotesco discepoliano que a la postura oficial de un gobierno. En la medida que la gran prensa local va moviendo las aguas del «caos», renace el viejo partido de los devaluadores con el fin de hacer su agosto, tanto económico como político.
Los sectores exportadores, en particular los sojeros, terminaron privando a la sociedad de una cantidad importante de recursos, en términos de dólares, para las reservas y la recaudación impositiva, como consecuencia de su práctica especulativa de retención de cosechas. Nuevamente operan a diario en pos de su preciado objetivo: la devaluación que ellos contribuyen a generar.
El propio presidente de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi, reconoció: «El productor perdió y hasta podríamos decir que se equivocó. Nos equivocamos en haber retenido granos y no haber vendido cuatro meses atrás. Esto es objetivamente así.» La sinceridad no lo exime de responsabilidades, al igual que a la Sociedad Rural, que ostenta el mérito de ser el socio fundador de los devaluacionistas. Ahora tienen una pulsión especial que los moviliza: compensar los menores precios a través de una sustancial devaluación, a la que nuevamente presentan como inevitable y beneficiosa «para todos».
También militan en este extraño partido sectores que participan en la órbita de las finanzas, acostumbrados a lucrar con la incertidumbre y los rumores, y que suelen disponer de información privilegiada. En alusión a los comportamientos en torno al dólar, el último martes la presidenta Cristina Fernández sostuvo: «Están presionando sobre el tipo de cambio para que haya devaluación, ¿saben para qué? para licuarles los convenios colectivos de trabajo que ustedes lograron con un aumento de más del 30 por ciento. Por un lado, eso desde algunos sectores del empresariado, bastantes para mi gusto. Y desde el otro lado, desde los sectores exportadores para tener mucha más rentabilidad.» Sólo se puede decir: «Más claro echale agua.»
Muchas de estas conductas son posibles a la luz de la concentración que caracteriza a nuestra estructura productiva, lo cual tiene implicancias concretas en temas tan centrales como el proceso de formación de precios. En el mismo sentido actúa la extranjerización de ramas críticas de la economía. Esos conglomerados empresarios operan en función de las necesidades de sus casas matrices ultramarinas, cuyo objetivo permanente es el de maximizar sus ganancias en dólares, para luego remesarlas a sus países de origen.
En lo referido a la concentración, se puede ejemplificar con el sector de panificados, donde una sola empresa controla más del 80% de la producción de un producto tan básico como el pan. En los supermercados, cinco empresas dominan el negocio de la comercialización, tres en cerveza, cuatro en cemento, mientras que sólo dos producen el 80% de los lácteos. La mayoría de estos monopolios confluye en la Asociación Empresaria Argentina (AEA), la Cámara de Comercio de los Estados Unidos de América en la República Argentina (Amcham), el G6, el Foro de Convergencia Empresarial y la UIA. En los últimos tiempos estas entidades se han unificado para declarar su rotundo rechazo a las nuevas normas que aprobó recientemente el Congreso, particularmente la ley que regula las relaciones de producción y consumo, que favorece la acción de la Secretaría de Comercio, para defender a los ciudadanos de los abusos de las corporaciones en materia de precios y abastecimiento de bienes de consumo.
El escenario político actual refleja la confluencia concreta de intereses locales y del exterior, de grandes empresas y de medios de comunicación y de los partidos políticos opositores en franca derechización. La tríada en cuestión, en estos días se vio potenciada por la operatoria de la Embajada del Norte, violentando las elementales normas de respeto a la soberanía de los países.
El propósito político es claro y manifiesto: golpear al gobierno democrático con viejas prácticas ya aplicadas desde el Chile de Salvador Allende hasta la Argentina del presidente Raúl Alfonsín. Al respecto, nuestra presidenta también fue clara y firme: «Arrasan, como arrasan, en todo el mundo.»
Una vez más, el pueblo tendrá la palabra. En los próximos días habrá una prueba en tres países hermanos. Todo indica que con la insidia de los medios no alcanza para detener el curso de la historia en Nuestra América.