Los revolucionarios de Mayo y los retos del presente. Por Juan Carlos Junio

Tiempo Argentino | Fiesta popular con la impronta del bicentenario

Nos toca ser testigos de un momento histórico que encuentra al continente convulsionado por un renacimiento del ideario de Mayo.

El pueblo argentino celebrará el 25 de Mayo con alegría y renovado compromiso americanista. Seguramente la fiesta popular tendrá la impronta del Bicentenario de la Revolución Patria: reafirmación de nuestra cultura nacional con todas sus diversidades y convocatoria a la plaza histórica, no sólo para que se manifieste la ciudadanía, sino para que el festejo sea también un compromiso de protagonismo en defensa de los logros obtenidos y en la lucha por sostenerlos y profundizarlos hacia el futuro.

Pero, como con ingenio anuncia un refrán popular «lo único seguro es el futuro, porque el pasado cambia todo el tiempo». La lectura de la historia está lejos de ceñirse a una perspectiva neutral, presuntamente «científica» y, por tanto, incuestionable. Si apelamos a nuestro Esteban Echeverría, hallaremos su opinión descarnada: «Nada es más inútil que la historia si no se busca en ella la enseñanza.» Ese es el propósito de las interpretaciones de los grandes acontecimientos simbólicos. La historia es una de las Ciencias Sociales más políticas y su relato está siempre inficionado por la ideología. Para algunos, el pasado justifica el presente con un sentido de inmutabilidad, conservación de lo existente desde «el fondo de la historia». Para otros, esa historia es la viga maestra para pensar un presente y un futuro distintos. Lo contrario a «conservar», o sea transformar la realidad recuperando, en nuestro caso, los sueños de los fundadores revolucionarios de Mayo.

Aquellos hombres fueron conscientes de que enfrentaban un gran poder. España transitaba por un período de decadencia, pero continuaba siendo una gran potencia. En términos culturales y de afirmación del poder colonial, basta remitirnos a los dichos pontificantes del abate Lue en el Cabildo Abierto: «Mientras exista un solo español en las Américas, ese español debe mandar a los americanos.» El obispo líder intelectual del realismo contrarrevolucionario se afirmaba en un antiguo apotegma colonial que rezaba: «Mientras exista un zapatero Remendón de Castilla o un Mulo de la Mancha, ellos deben tener las riendas del Gobierno de América.»

El dilema político de la época se presentaba con toda crudeza desde el grito patrio del 25 de Mayo: deberían enfrentar no sólo a grandes ejércitos coloniales, sino a una dominación cultural que estaba decidida a defender sus poderes y sus riquezas con furor.

La perspectiva americanista no respondía sólo a una cuestión ideológica y política, sino también al propio acontecer de la historia. Nuestro Mayo de 1810 no puede comprenderse sin vincularlo a un proceso de resistencia secular, como el levantamiento de Tupac Katari y Tupac Amaru, o el de los altoperuanos del 25 de mayo de 1809 o el de los insurrectos de Haití de 1804, que conquistaron una victoria «imposible», instituyendo la República Negra, dirigida por esclavos que se liberaban por vía revolucionaria de su dominación colonial.

Vale la pena entonces dejar claro que nuestro 25 de Mayo en Buenos Aires no fue una reunión social de destacados e ilustrados patriotas y españoles monárquicos disconformes con el monopolio, acompañados con el romántico consenso de algunos vecinos inquietos que, educadamente bajo sus paraguas, solicitaban saber «de qué se trata». La historia oficial elaboró el gran acontecimiento revolucionario como una tranquila jornada en la que un núcleo de elegidos «decentes» decidió por todos, con un pueblo pasivo y ausente. La verdad fue otra: concurrieron cientos de hombres decididos a actuar en todos los planos, dirigidos por los chisperos de French y Beruti. Un par de miles de ciudadanos ya incorporados a las milicias habían sido convocados y arengados por la noche por el propio Mariano Moreno; orilleros, afros y descendientes, mestizos, mujeres, curas, comerciantes, la «chusma» de los barrios pobres del mondongo y el tambor. El mismo Saavedra decía que «un inmenso pueblo» se había hecho presente en la Plaza.

En esos albores de nuestra Patria, el gran Monteagudo advertía y convocaba: «Hasta aquí hemos tolerado esta especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria, hemos visto con indiferencia por más de tres siglos inmolada nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto… Hemos guardado un silencio bastante análogo a la estupidez.» La proclama reclamaba, con indignación y fervor, la liquidación del sistema colonial y la creación de uno nuevo independiente.

En la convulsión propia de un cambio extraordinario, en ese punto crucial de nuestra historia, surgió la figura de Moreno, quien se erigió en el líder político e intelectual de la Revolución. El Secretario actuó con la máxima determinación, como exigía el momento, y con una visión totalizadora de la lucha política de la Patria naciente, en unión con los otros pueblos americanos. Abordó con genio y valentía política todas las facetas para desmontar el poder colonial, sentando a su vez las bases de la construcción de uno nuevo que le diera sustento a la Revolución de independencia nacional en pleno desarrollo.

Dijo Moreno en su «Plan de Operaciones»: «El móvil de las operaciones que han de poner a poner a cubierto el Sistema Continental de nuestra gloriosa insurrección.» Utilizó un lenguaje deliberadamente radicalizado como forma de lucha y propaganda política, dejando claro siempre el carácter continental de la Revolución. En el plano económico, fue enemigo del monopolio. Siguiendo a Gaetano Filangieri, señaló: «El monopolio es un atentado contra la libertad humana.» Es notable valorar cómo su visión se prolonga hasta hoy: ahora las grandes corporaciones oligopólicas actúan con el mismo sentido de apropiación de la riqueza que denunciaba el gran patriota. Moreno veía allí el corazón del poder económico colonial. Se propuso también actuar sobre las «agigantadas fortunas» de los mineros altoperuanos y pasar esas riquezas «al poder de la Nación por diez años». Sustentaba esa línea de acción en una máxima de San Ambrosio: «Es mejor conservar la vida de los mortales, que la de los metales.»

Nos toca a nosotros ser testigos de un momento histórico que encuentra a nuestro continente convulsionado por un renacimiento del ideario de Mayo. Como en aquellos años iniciales de la Patria Americana, nuestros pueblos están decididos a tomar la historia en sus manos y ser protagonistas de un nuevo tiempo que retoma y contiene los objetivos y sueños inconclusos de los hombres y mujeres fundadores de la Patria.

Nota publicada en Tiempo Argentino el 23/05/2014

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