Tras asamblea de washington
El organismo mundial tiende a proponer y exigir políticas tan poco creativas que terminan recalando en las vetustas recetas de siempre.
Entre los días 11 y 14 de abril se desarrolló en Washington la Asamblea conjunta de Primavera del FMI y el Banco Mundial. Estos organismos hegemonizados por los grandes poderes financieros mundiales realizan sus encuentros para analizar el funcionamiento y los desafíos que plantea el escenario global. Según se desprende de los informes allí presentados, si bien se estarían verificando algunos brotes verdes en potencias como EE UU., se estaría presentando un horizonte algo más complejo para las denominadas «economías en desarrollo», a las que con diversas expresiones literarias, vuelven a recomendar la aplicación de sus típicas políticas de contracción monetaria y de ajuste del gasto. Desde su Primavera, el Fondo siempre exige a los países más débiles transitar por inviernos que nunca finalizan.
En cuanto a Argentina, el FMI consideró que «las medidas administrativas adoptadas para gestionar los desequilibrios internos y externos, entre ellas los controles de los precios, los tipos de cambio y el comercio, están refrenando aún más la confianza y la actividad», un enfoque que según la Directora del FMI, Christine Lagarde, se basa en razonamientos técnicos, objetivos y desprovistos de toda ideología. No hace falta tener una memoria prodigiosa para recordar que son las mismas evaluaciones técnicas que en el año 1998, en plena primavera noventista de «relaciones carnales», el Banco Mundial sostenían que nuestro sistema financiero era el «segundo más sólido del mundo», claro que esta temeraria afirmación no ameritó la más mínima autocrítica tras el estallido de 2001, y la puesta en evidencia del fracaso de sus pronósticos. En realidad, los «refrenos» de la economía de todos los países citados por la gélida señora son causados por la crisis global que explotó en el epicentro del sistema capitalista y que se expande a nuestros países.
Ante semejante visión del mundo, el Fondo tiende a proponer y exigir políticas tan poco creativas que terminan recalando en las vetustas recetas de siempre. Es así que hablan de la necesidad de un fuerte ajuste de la economía, y del achicamiento del Estado apuntando a que, en su lugar, se resignen los principales resortes de la política económica al manejo de los mercados, o sea de las grandes corporaciones empresarias. En la actualidad, estas máximas implicarían el abandono de cualquier tipo de regulación del mercado de cambios, que redundaría en el vaciamiento de las reservas del BCRA, o en su defecto en el tan deseado dólar cercano al pronosticado por los «expertos» locales, rondando por los $ 13 a 15 pesos. Habría que renunciar a implementar programas como el de Precios Cuidados, lo cual, en la devaluación, significaría que formadores y remarcadores compulsivos hicieran aun más «su agosto». Habría que abandonar el esquema de administración de las importaciones, o sea volver a paradigmas perimidos del «deme dos». Nos llevarían a desandar las valiosas políticas sociales que tienen su mayor expresión en las asignaciones universales, particularmente a niños y adolescentes; en la extensión de la cobertura jubilatoria a 2,5 millones de nuevos jubilados y a la actualización dos veces por año de los haberes; como así también a retrotraer el crecimiento de la inversión en salud y educación pública. Todos estos logros no pudieron ser soslayados por los propios organismos, en otros informes que publicaron unos meses atrás, a pesar de lo cual ahora nos dicen que «ajustemos moderadamente».
Ante este panorama, y tras seis años de ausencia argentina en esos eventos, vale la pena destacar el enorme valor político y simbólico del pago cancelatorio al FMI en 2006, que liberó de los múltiples condicionamientos asociados a sus draconianas «facilidades» de crédito, listas para ser activadas por el organismo en cuanto hubiera un demandante, tal como lo deja ver la invitación implícita de Lagarde al sostener: «estoy encantada de reiniciar un trabajo juntos». Un convite imposible de desechar para los políticos estrella de la derecha local, que no ponen reparos a la hora de coincidir con el FMI. Todavía resuenan las frases del 2013 en el Hotel Alvear, cuando Massa le comunicó a 200 grandes empresarios, con los cuales suele sincerarse, los trazos gruesos de su hoja de ruta, lamentándose porque «estamos perdiendo oportunidades en un mundo donde sobra liquidez», señalando también que «debemos terminar con la idea de querer regular todo, de ponerle el pie en la cabeza todo el tiempo» al sector privado, y que estaría dispuesto a un retorno (parcial) de las AFJP privadas, para completar su panorama con la falta de un «clima de negocios» adecuado.
Son las mismas ideas que profesa el actual alcalde porteño. Macri afirmó que «hacen falta garantías y reglas del juego claras para que la gente vuelva a confiar», que «haber confiscado YPF fue el mayor error de la historia argentina», y que «cuando vos te robás una empresa de esa manera te quedás fuera del mundo». Por su parte, en estos días se conocieron los datos de producción de petróleo y gas natural de febrero, y en el caso de YPF muestran un crecimiento interanual del 7.8% y 9.5%. Esas declaraciones son erróneas desde el punto de vista jurídico y político: hacen referencia a una confiscación. No la hubo, ni tampoco robo. Fue una decisión democrática del Parlamento, tomando una fuerte iniciativa del Ejecutivo. El que «roba» es Macri, mintiendo al pueblo. En última instancia, Massa y Macri dejan en claro que para los sectores más conservadores la regulación estatal con miras a la mejora del bienestar de la población constituye, en cualquiera de sus versiones y con independencia de la legislación y de los motivos que le dan sustento, un saqueo liso y llano a los intereses del capital privado. Es la verdadera ideología que profesan los amantes de los mercados, tan consustanciada con los fríos vientos que soplan desde Washington.