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La crisis económica que sufren algunos países europeos y la diferencia sustancial con la realidad latinoamericana.
Por Juan Carlos Junio
La crisis financiera que estalló en 2007 –y que estremeció las bases del capitalismo global– continúa dejando sus secuelas al interior de las principales potencias, como consecuencia de las políticas pergeñadas por los grupos dominantes del sistema, con el fin de traspasar los costos de la crisis a los sectores más vulnerables. O sea, a los trabajadores y vastas franjas de las clases medias. La actual crisis, a diferencia de otras, estalló en el epicentro del sistema capitalista. No hubo «efecto tequila», «tango», «vodka» o «caipirinha». Con esos simbolismos folklóricos y de diversos brebajes se intentaba expresar deliberadamente que las cunas de esos procesos económicos eran lugares exóticos, lejanos a las grandes metrópolis del capital.
Ahora no hay más remedio que asumir la centralidad de este gran desequilibrio del sistema económico y que además no es cíclico en un sentido tradicional. Se aprecia ya claramente lo prolongado del episodio y su carácter integral.
Si bien hasta el momento pudo evitarse una situación de contagio generalizado, ello fue posible por la acción de los bancos centrales de los países desarrollados, que se comprometieron a garantizar la liquidez requerida por el tiempo que fuera necesario. Así se evitó la quiebra de los grandes bancos y se redujo la incertidumbre en torno del sistema financiero global. La receta fue la de siempre: fondos públicos para solventar los quebrantos de los negocios privados. Para colmo de males, nadie puede garantizar que no vuelvan a registrarse episodios de inestabilidad bancaria, ya que poco se ha hecho para modificar la arquitectura financiera global. De hecho, el rol de las calificadoras de riesgo, los viejos organismos multilaterales de crédito (FMI, Banco Mundial), así como la existencia de paraísos fiscales, muestran que las prácticas especulativas, predatorias y de evasión de las estructurales fiscales soberanas, en lo esencial, no se han visto alteradas.
La situación es particularmente delicada en la Eurozona, donde en 2013 se sufrió una nueva caída del PBI (0,4%), tras la baja del 0,6% del año 2012. Allí el caso más extremo es el de Grecia, que el último año terminó con un nivel de producción 23% inferior al de antes de la crisis y con un desempleo del 27 por ciento. Otro caso crítico es el de España, que llegó al 26,6% de desocupación, pero con el agravante que en el segmento de los más jóvenes llega al 57 por ciento. Como vemos, las consecuencias sociales son devastadoras.
Este contexto se contrapone claramente con la realidad de gran parte de nuestra región. La diferencia en términos de actividad económica es elocuente. En nuestro continente se registró un crecimiento promedio del 4% anual entre 2003 y 2012, superior al del lapso 1993-2002 (2.6 por ciento). En consonancia con ello también se redujo la pobreza, que pasó del 44% en 2002 al 28% a finales de 2013, aunque los niveles siguen siendo elevados e incluso persisten amplios bolsones de inequidad. De hecho, el 20% de los hogares con menores ingresos capta el 5% de la renta, mientras que el estrato más alto se queda con el 47%, según datos de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina).
Un elemento importante en el avance de la situación regional estuvo asociado al aumento de los precios de los principales productos de exportación. Este hecho se tradujo en la mejora de las cuentas corrientes de nuestros países, lo cual permitió reducir las deudas financieras con el exterior, un aumento considerable de las reservas internacionales y la suba de las recaudaciones fiscales. Si bien para los partidarios del «viento de cola» el incremento de los precios internacionales se llevaría todo el mérito, lo ocurrido en países como Argentina, que fomentó activamente sus mercados internos incorporando mejoras sociales desde el Estado, evidenciaron un mayor ritmo de crecimiento y distribución de riqueza, constituyendo un notable contraejemplo a la retórica neoliberal.
El camino no está exento de obstáculos. Se encienden luces de alerta por el bajo crecimiento de las economías centrales, con su impacto mundial y la proliferación de prácticas restrictivas de acceso a sus mercados. Se trata de otro ejemplo claro de las habituales conductas de doble rasero a las que recurren las potencias. Mientras que por un lado no dudan en restringir sus fronteras al ingreso de bienes y de trabajadores inmigrantes, por otro no cesan de presionar a la periferia para que implemente una mayor liberalización de las importaciones, de forma tal que nos puedan invadir con sus productos manufacturados.
A nivel regional y puntualmente en nuestro país, como hemos observado en los últimos días, los sectores más concentrados de la economía realizan acciones especulativas con la intención de provocar inestabilidad cambiaria y financiera. La historia demuestra que estas conductas pretenden desestabilizar a gobiernos legítimos y democráticos. En este contexto adquieren un valor central las enseñanzas de los últimos años, que remiten a la necesidad imperiosa de seguir fortaleciendo el papel de los Estados en la regulación de la economía, en oposición a la lógica de los mercados, que siguen bregando tenazmente por instalar la opción de recurrir a la toma de deuda externa para darle cierre al tema del stock de divisas. A nuestro favor, las pruebas son contundentes, ya que los avances sociales y soberanos de la última década se dieron en un contexto de estados activos, alejados de la ficción conservadora del laissez faire, que en última instancia refuerza el esquema productivo y de especialización reinante, condenándonos a la anacrónica situación de economías primarias y dependientes.
Ante este escenario internacional, todos los caminos conducen a la integración regional como motor imprescindible para avanzar hacia los objetivos de un mayor nivel de bienestar e inclusión. Como expresara la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la reciente Cumbre de la CELAC, se impone la necesidad de seguir bregando por la consolidación y ampliación del Mercosur, por el fortalecimiento de la Unasur, la puesta en funcionamiento del Banco del Sur, y por otras formas de integración que posibiliten desplegar las más diversas iniciativas económicas, sociales y culturales. Ese es el camino marcado por los fundadores de este nuevo tiempo americano y desde el cual hemos logrado enfrentar los desafíos y amenazas de los grandes poderes mundiales.