Tiempo Argentino | Editorial
Un tiempo de creaciones y disputas
Las transformaciones de fondo a las que se resiste el orden conservador reclaman tiempo y seguir en la lucha
El presidente ecuatoriano Rafael Correa advirtió –a propósito de los cambios políticos que se iniciaron junto al nuevo siglo en América– que «estamos viviendo no en una época de cambios sino en un cambio de época».
Habrá quien suponga que se trata de un mero juego de palabras, sin embargo, la afirmación de este notable líder continental es una gran luz que ilumina en las honduras de los tiempos, dándole un profundo sentido a las grandes transformaciones que estamos viviendo.
Dado que los fines de año suelen ser momentos de reflexión y proyectos, parece útil pensar acerca del enunciado transcripto al inicio de la columna, ya que se trata no sólo de la descripción de un proceso histórico de enorme complejidad y riqueza sino que, a la vez, refleja una posición política franca sobre la inspiración y el horizonte de nuestras acciones actuales y futuras.
Desbrocemos algunos significados. La primera cuestión que sugiere la afirmación de «cambio de época» es que asistimos a transformaciones de tal magnitud que alumbran la posibilidad de un nuevo orden social, político, cultural e institucional que recupera el proyecto de Patria Grande, ungido y puesto en práctica por los fundadores de la Patria Americana, quienes unidos coronaron en Ayacucho el triunfo de los Ejércitos Libertadores Americanos (1824), terminando definitivamente con 300 años de oprobio colonialista del Imperio Hispánico.
Si durante dos siglos nuestros pueblos y sus gobiernos convivieron separados, por momentos enfrentados y sometidos al poder de potencias imperiales (principalmente Gran Bretaña y Estados Unidos), el ciclo abierto en 1998 por Hugo Chávez expresa una inequívoca voluntad colectiva por recuperar aquel sueño inconcluso. Desde esta visión es que surge el primer punto programático del cambio de época: la unidad soberana de Nuestra América, sin intolerables tutelajes extranjeros, participando como región integrada en el concierto mundial y mostrando un camino novedoso e independiente que rescate nuestras riquezas y culturas, superando la fracasada propuesta neoliberal con una fuerte acción política determinada por un Estado democrático.
Un segundo elemento central del programa de transformaciones profundas en nuestros países es la lucha que habrá que continuar librando para vencer las resistencias conservadoras, cuyo retroceso histórico se verifica en nuestras tierras, pero que se resiste con furor a perder sus privilegios. En realidad, su entramado es más complejo y tiene una densidad internacional. Nuestra historia refleja claramente que los poderes económicos y culturales locales actúan a su vez subordinados y articulados a las estrategias de los poderes mundiales. En suma, se trata de avanzar con determinación en la creación de grandes proyectos comunes, que incluyan obras de infraestructura, emprendimientos productivos, novedosos organismos culturales, educacionales y científicos con aportes colectivos de nuestros países. Es esta una de las grandes tareas de la actual oleada independentista.
Otro tema trascendente que contiene la afirmación del presidente ecuatoriano –no explícito pero evidente– es que el «cambio» plantea la idea de una transición histórica. La denuncia de un orden injusto y la creación de uno nuevo no tienen fórmula prescripta; no existen manuales. Tal como advertía Simón Rodríguez, el primer pedagogo de Nuestra América, en tiempos de Revolución: «¿Dónde iremos a buscar modelos? La América Española es original. Originales han de ser sus instituciones y su gobierno. Y originales los medios de fundar unos y otro. O inventamos o erramos.» Hay que asumir en plenitud que la historia nos interpela al apasionante desafío de la creación, por lo tanto esta transición en la que estamos empeñados supondrá aciertos, errores, conflictos y tensiones, como han sido siempre los cambios de época.
Son momentos de la historia cuando inevitablemente lo nuevo avanza, abriéndose paso entre las brumas del pasado con su también inevitable inercia conservadora. Se trata, finalmente, de la negación de lo previo, pero con el notable sustento de las valiosas herencias culturales, políticas y sociales de la humanidad.
Entre los grandes retos de esta etapa se encuentra el de avanzar en la participación concreta y específica de la ciudadanía en la gestión de la cosa pública. Los problemas de ineficiencia, burocratización y corrupción pueden y deben ser enfrentados con más audacia, otorgándoles a las entidades sociales, sindicales, cooperativas y a los ciudadanos en general, lugares de poder real en la gestión y en el control democrático de la misma. Existen valiosas experiencias positivas, tanto en emprendimientos pequeños como en los de máximo porte, que muestran acabadamente que el protagonismo de los propios interesados y beneficiados, coparticipando de la gestión cotidiana y la conducción, genera resultados superadores en materia de eficiencia constituyéndose además en una verdadera escuela de democracia.
La experiencia ecuatoriana de una nueva democracia social y cultural. La creación de un Estado Plurinacional en Bolivia, que recupera sus riquezas naturales y se democratiza. La original experiencia germinal del Estado Comunal en Venezuela; las transformaciones sociales y culturales de Brasil y Uruguay, la vigencia de la experiencia socialista cubana, o la construcción de un proyecto Nacional, Popular y Democrático en nuestro país, son variantes de democracias sustantivas que plantean una transformación histórica en lo económico y cultural.
Otro elemento importante que hay que considerar es que las creaciones que vienen empujando los pueblos de nuestro continente no ocurren en un vacío histórico, sino que se desarrollan en el marco de una fuerte resistencia de los viejos dueños del poder. Estas corporaciones dominantes dejan claro permanentemente que el «cambio de época» no recorrerá un camino liso y sin obstáculos, por lo tanto es impensable que solo por su justeza y su esencia humanista y de progreso esta causa triunfará inexorablemente. Por el contrario, el avance hacia una sociedad igualitaria, democrática y emancipada tendrá que sustentarse en el crecimiento de la conciencia social y en el protagonismo de las grandes mayorías.
Cuando se discute la centralidad de la política como instrumento de transformación; cuando se propicia como política exterior la unidad continental contradiciendo los tradicionales intereses de las potencias mundiales; o cuando se impulsa el juicio y castigo a los responsables del genocidio en Argentina se está avanzando en rupturas claras con el viejo orden. Cuando se despliegan políticas sociales reparadoras o se plantea el papel del Estado como epicentro de un modelo de desarrollo industrial, expansión del empleo y redistribución de la riqueza concentrada, se marcha en la misma dirección.
Resulta claro que las transformaciones de fondo reclaman tiempo, crecimiento de la fuerza social, organización popular, una gran amplitud política para favorecer esa movilidad política, ya que –como fue señalado–, el proceso del cambio se despliega confrontando con la resistencia de las castas ancladas en el pasado y defensoras de impunidades diversas.
En este inicio de año, brindamos por un 2014 que se reafirme en el rumbo recorrido en los últimos tiempos, inspirado en los ideales que orientaron a los pueblos y sus líderes resistentes, desde los originarios a los fundadores de nuestras naciones y a los líderes contemporáneos que se animaron a tomar la historia en sus manos para cambiar y trastocar la inercia impuesta por los poderes fácticos. Quizás el frenazo del ALCA de Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Lula da Silva, sea uno de los símbolos más elocuentes del cambio de época. Por esa huella habrá que seguir.
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