Tiempo Argentino | Pasado y futuro en Latinoamérica
A partir del primer triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998 se abrió un nuevo ciclo histórico que resulta vital valorar e interpretar permanentemente.
Por Juan Carlos Junio
¿Qué tienen en común las elecciones que se realizaron en 2013 en Honduras (24 de noviembre); en Venezuela (8 de diciembre) y en Chile (17 de noviembre y 15 de diciembre)?
A partir del primer triunfo electoral de Hugo Rafael Chávez Frías en 1998 se abrió un nuevo ciclo histórico en la región que resulta vital valorar e interpretar permanentemente. El triunfo bolivariano marcó el primer momento de un ciclo de ruptura y superación de gobiernos neoliberal-conservadores que en muchos países fueron instaurados mediante dictaduras oscurantistas y sanguinarias. En efecto, los nuevos gobiernos en Venezuela, Uruguay, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y El Salvador, y la vigencia de Cuba socialista, fueron el marco desde el cual se reinstaló el proyecto de Patria Grande, que iluminó las luchas y esperanzas de nuestra Primera Emancipación anticolonialista a principios del siglo XIX.
A 200 años de la gesta liberadora, una integración basada en la solidaridad y la fraternidad vino a orientar buena parte de las acciones de los nuevos gobiernos. Este proceso constituyó una dimensión institucional: la reformulación del Mercosur y la creación de la UNASUR y la CELAC constituyen expresiones concretas de un nuevo momento histórico en Nuestra América. En tal sentido, la experiencia indica que la unidad regional es el primer objetivo de nuestros países, atendiendo a que la integración resulta un elemento indispensable y excluyente para conquistar una posición autónoma y soberana, tanto en el plano continental, como en cada uno de los países.
Esta unidad permitió generar nuevos modos de resolución de conflictos (como los de Colombia con Venezuela; Colombia y Ecuador; Chile y Bolivia, por ejemplo). También resultó un eficaz mecanismo de estabilidad institucional (pues hubo reacciones inmediatas y contundentes frente a acciones destituyentes en Argentina (2008); Bolivia (2008); Ecuador (2010 por el putsch policial) aunque no alcanzó para evitar los golpes «suaves» en Honduras (2009) y en Paraguay (2012). Propició también iniciativas de integración de diversa índole (como Telesur o el Banco del Sur). En suma, contribuyó notablemente al fortalecimiento y consolidación de las democracias en nuestros países.
Una primera gran prioridad de nuestros gobiernos y pueblos es asegurar la unidad americana; y otra más compleja y de velocidades nacionales muy diferentes, el de la superación del proyecto cultural y económico neoliberal. La posibilidad de generar sociedades más justas requiere dar fin a un proyecto que propicia el egoísmo sistemático como motor de la sociedad, la expansión de la lógica de mercado, la reconfiguración del espacio público hacia formas privatizadas y excluyentes y, con todo ello, la profundización de la desigualdad social, simbólica y política.
Es tan evidente este cambio histórico que EE UU, como potencia mundial, intenta boicotear por múltiples vías este proceso de unión continental. Una de sus tácticas es la promoción de conflictos internos en nuestros países, azuzando el conflicto social junto a fórmulas destituyentes de gobiernos democráticos y legitimados una y otra vez en las urnas. Otra estrategia es la constitución de la Alianza del Pacífico, como «contrapeso» al UNASUR y la CELAC, ambas autonomizadas de la diplomacia norteamericana.
En el siglo XX, cuando los pueblos estaban en condiciones de alcanzar victorias que instalaran cambios progresistas, la vía electoral fue vedada. Cuando no podían evitar la elección de gobiernos democráticos (el caso paradigmático fue el de Salvador Allende) la solución de las derechas vernáculas asociadas a las transnacionales fue el golpe de Estado. Este mecanismo llegó a un límite claro con el cambio del siglo. En tal sentido los «teatros electorales» resultan un escenario fundamental para convalidar a gobiernos que impulsan políticas «transformadoras» post neoliberales.
Así es que retornamos a la pregunta con la que abrimos esta columna. El triunfo birlado de Honduras, donde el Tribunal Electoral restó el 20% de los votos, en un inexcusable hecho fraudulento que refleja la naturaleza corrupta de las instituciones estatales en ese país. Es de esperar que la resistencia se extenderá en los próximos tiempos hondureños.
En el caso de Venezuela, la oposición planteó las elecciones municipales en términos de «plebiscito» nacional contra el socialismo bolivariano. Con el recuento de los votos, la derecha tuvo que asumir su enésima derrota, entrando en una nueva fase de su crisis. Así, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y aliados obtuvieron 5.833.942 votos contra 4.841.149 de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), casi un millón de diferencia, y, en cuanto a alcaldías, el Gran Polo Patriótico ganó 240, a las que deben sumársele los electos fuera de sus listas que se adhirieron al frente para sumar 250 contra 75.
Chile, finalmente, expresó el agotamiento del neoliberal-conservadurismo de raíz pinochetista representado por el gobierno de Sebastián Piñera. Este fue el resultado de un proceso mucho más profundo y complejo, en el cual buena parte de la sociedad cuestionó –partiendo de la crítica a la educación mercantilista– los núcleos duros de un modelo civilizatorio profundamente injusto. La movilización estudiantil penetró hasta las entrañas del sistema neoliberal.
En suma, el cierre de 2013 pone sobre el tapete una fase en la que se fortalecieron los procesos de integración, la profundización de la democracia y el fortalecimiento de esperanzas y sueños emancipadores. Las batallas se libran cada día y también en los momentos electorales. De allí la exigencia de multiplicar la organización popular, e impulsar nuevos modos de construcción de la política pública capaces de alumbrar democracias más protagónicas y participativas. Lejos de asumir que la victoria está asegurada, los hechos de estos últimos días en nuestro país nos alertan sobre la persistente ofensiva de la derecha destituyente, que no tiene reparos en impulsar metodologías violentas para esmerilar a gobernantes legitimados por el voto popular. Si el período 2003-2013 puede definirse como «la década ganada», en los próximos años asistiremos a una «época de disputa» en la que se pondrá en juego la profundización del camino emprendido, frente al plan de restauración de la derecha neoliberal.
Nota publicada en Tiempo Argentino el 20/12/2013