Tiempo Argentino | Elecciones y coyuntura económica
Tras los comicios y el retorno de la vieja retórica neoliberal, se impone profundizar el proyecto redistributivo.
Esta semana se conoció el fallo de la Corte Suprema de Justicia que declaró constitucional la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Una decisión que, si bien se demoró cuatro años, representa un motivo de alegría y satisfacción para todos aquellos que bregamos por una verdadera democratización de la cultura y de los medios de comunicación. Resulta imposible abstraerse de un hecho político de tanta trascendencia, que visto integralmente forma parte de la columna vertebral articuladora de un conjunto de políticas de ampliación de derechos, como han sido los juicios a los genocidas de la última dictadura cívico-militar, la Asignación Universal por Hijo, el matrimonio igualitario y la recuperación de los recursos energéticos, sólo por mencionar algunas. Conviene destacarlo con particularidad en estos días en que nuestra democracia cumple sus primeras tres décadas de vigencia consecutiva.
A partir de ahora se podrá avanzar con más determinación en la batalla cultural contemporánea, en la lucha por la instalación de los valores de solidaridad e igualdad social y cultural. En esta incesante vorágine de acontecimientos, muchos de los cuales corren riesgo de quedar rápidamente en los archivos, es preciso registrar algunas declaraciones y noticias que tiñeron los momentos posteriores a las elecciones del último domingo, y que ilustran de cuerpo entero el contenido y el sentido político de lo que se encuentra en juego. Un ejemplo claro y descarnado es el título de una nota del diario Clarín del 29 de octubre. «La prensa extranjera habla del fin de ciclo kirchnerista», decía, confesando su verdadero y principal objetivo político: batallar activamente para derrotar al kirchnerismo. Una disputa que se agudizará de aquí en adelante, mutará en sus formas, y en lo esencial apunta a revertir los logros principales del actual proyecto, en marcha en nuestro país en la última década. En lo económico, lo de siempre: cataratas de «expertos» que le señalan al gobierno nacional su derrotero para el futuro próximo, que en lo esencial pasaría por dar un giro hacia los mercados financieros externos, volviendo a las políticas de endeudamiento, o validar una mayor devaluación. Vale también una mención a las palabras de Martín Redrado, activo miembro del equipo económico de Sergio Massa, para quien la prioridad pasa por el tema de la inflación (El Cronista, 29 de octubre).
El problema, como es habitual, radica en que Redrado no termina de explicitar cuáles serían los métodos que utilizaría para afrontar esa cuestión, algo que, a la luz de sus estrechos vínculos con el recetario neoliberal, nos lleva a pensar que seguramente vea con buenos ojos reducir el gasto social y aplicar otras políticas que incluyan la mentada mejora de la «competitividad empresaria», que se resolvería con la reducción del costo salarial. Todas fórmulas viejas y fracasadas, sólo que nuevamente les cambiaron el envase. Por su parte, y en la misma nota, el diputado electo por el PRO, Federico Sturzenegger, ex funcionario de la Alianza y declarado partidario del neoliberalismo radicalizado, señaló que hay que liberar «la energía creativa y las ganas de invertir», para que retorne el dinamismo del sector privado. Más allá del culto extremo a la lógica noventista del Estado ausente y el libre accionar de los mercados que esto representa, la frase no deja de estar emparentada con el remanido concepto de «fuerzas vivas» de la sociedad, muy bien caracterizadas a finales de los sesenta por Arturo Jauretche, en su Manual de Zonceras Argentinas. Según Jauretche, esta zoncera «consiste en considerar sólo como vivas a determinadas expresiones económicas del país, como si su dinámica dependiese exclusivamente de ellas.
Así, en principio son fuerzas vivas solamente los empresarios.» Cerrando la idea, expresa que «no son tan importantes ni indispensables como ellas hacen creer (…), las verdaderas fuerzas vivas son las otras, las que construyen la verdadera vida del país». Ciertamente, las auténticas fuerzas productivas la constituyen los trabajadores, las pymes, los profesionales, los estudiantes, los artistas, los científicos, los jóvenes y los viejos, que día tras día aportan con su trabajo e inteligencia al crecimiento de la Nación. Lejos de cualquier juego retórico, resulta imprescindible trascender el discurso que intentan instalar algunos sectores del establishment -a veces efectista, a veces catastrofista, o ambos-. Disipando el velo de sus declaraciones, nos encontraremos con las verdaderas intenciones que los guían. Una vez más emerge el debate de fondo que, por obvias razones, suele ser omitido, prevaleciendo un tratamiento cortoplacista y disperso de los acontecimientos, que sólo intenta condicionar el denominado «humor social» para obturar la agenda de gobierno e incidir en el electorado. La selección de frases de los economistas de cabecera de Sergio Massa y de Mauricio Macri no es ociosa, ya que da una pauta cabal de cuál es el modelo de país al que aspiran, que no parece diferir demasiado entre sí. Los ingredientes de la receta son conocidos en el plano económico: volver a los mercados financieros, a las relaciones de subordinación al FMI y los grandes poderes mundiales, a reprivatizar el sistema jubilatorio, a depender del machucado tótem del «riesgo país» al que hay que adorar a riesgo de quedar fuera del «mundo serio». Este sería para ellos el anhelado nuevo ciclo; sólo que no se atreven a decirlo abiertamente.
El rumbo del actual proyecto ha sido firme y trascendente. También conocemos las deudas y nuevas necesidades y demandas de nuestro pueblo, que son auténticos desafíos que se presentan de aquí en adelante y que deben ser enfrentados con la misma determinación. Habrá que continuar por el camino de la profundización en un sentido integral: redistribuir riqueza, seguir expandiendo derechos sociales y culturales, y continuar en el mismo lugar del mundo, junto a los pueblos y gobiernos hermanos del continente. Esta línea, tan necesaria para la Nación y tan valorada por las grandes mayorías nacionales, seguramente marcará la impronta política de los próximos tiempos.