En el sistema democrático las elecciones representan un momento trascendental en el cual los diferentes actores sociales y políticos dirimen fuerzas con vistas a acumular en los distintos niveles de representación para la consecución de sus proyectos políticos.
A pesar de la conocida simplificación que los medios instalan en términos de contiendas personales, confrontación de estilos, coherencias o incoherencias de imágenes, biografías y aspiraciones, en el fondo se encuentran ancladas las cuestiones centrales de disputa entre los intereses sectoriales que cada uno de ellos sostiene y defiende.
En la Argentina, con el colapso de 2001, emergió a la superficie la decadencia de un modelo del sistema capitalista que hegemonizó durante décadas el poder económico y político: el neoliberalismo.
De los pliegues de aquella gran crisis, dentro de los cuales se motorizaron fuertes luchas sociales y políticas, surgió un proceso que a lo largo del tiempo fue consolidando su perfil de ruptura con el neoliberalismo.
A la vez, el gobierno de Néstor Kirchner y luego el de Cristina Fernández de Kirchner pusieron proa a una serie de cambios que removieron cimientos estructurales del viejo orden instituido.
Uno de ellos fue la ruptura de las relaciones de subordinación absoluta de la política exterior argentina respecto a los Estados Unidos y a las otras potencias mundiales, girando hacia una política exterior independiente sólidamente orientada hacia la unión latinoamericana, con perfil emancipatorio integrándose al cambio de época junto con la mayoría de los pueblos y gobiernos del continente.
Otro momento notable fue la expulsión de los retratos de los genocidas de las galerías militares, un gesto valiente que se constituyó en un símbolo de la política de derechos humanos de memoria, verdad y justicia. Resulta imprescindible señalar también la asignación al Estado de un rol protagónico como actor, no sólo como regulador y atemperador del mercado, sino como artífice de políticas en pos del desarrollo con inclusión y justicia social, con promoción de políticas de empleo, producción y desarrollo del mercado interno.
La agenda electoral, y el debate político dentro de ella, no debe soslayar estas referencias, pues en cada elección, se pone en juego todo lo que se avanzó.
Lamentablemente, la mayoría de las fuerzas opositoras tiene una marca común: representan la negación al cambio. No tienen ninguna propuesta programática alternativa para ofrecerle a la sociedad. De hecho, encubierta en algunos casos y en forma manifiesta en otros, expresan la voluntad de restaurar el modelo neoliberal, contando para ello con grandes recursos de poder, no sólo local sino también trasnacional.
Las elecciones serán sin duda un escenario en el que se desplegará esta gran contienda. En el fondo, la gran tarea será la lucha por defender los logros sociales y culturales conquistados. En ese sentido, resulta muy alentador la emergencia de una juventud que pugna por participar, recuperando el valor de la militancia política. Hay también un nuevo momento de los trabajadores, de los pequeños y medianos empresarios, profesionales y estudiantes, que perciben las mejoras en materia económica y el impacto favorable en sus actividades productivas y en la vida cotidiana, en contraste con los padecimientos paradójicamente novedosos en los países centrales.
La agenda electoral, como decíamos al inicio, define el perfil netamente político de este año y las reflexiones sobre la profundidad de lo que está en disputa no deberían quedar fuera del debate de las opciones que la ciudadanía tendrá a la hora de votar.
Publicado en la Revista Acción, Primera Quincena Julio de 2013