Tiempo Argentino | Batalla cultural
Uno de los objetivos en pos de sociedades más justas e igualitarias es la democratización de la palabra.
Hace 203 años, un 7 de junio de 1810, nacía el periódico La Gazeta de Buenos Ayres, fundado por Mariano Moreno. En ese primer número afirmaba el joven jacobino revolucionario de Mayo: «¿Por qué se han de ocultar a las Provincias sus medidas relativas a solidar su unión, bajo nuevo sistema? ¿Por qué se les ha de tener ignorantes de las noticias prósperas o adversas que manifiesten el sucesivo estado de la Península?… Para el logro de tan justos deseos ha resuelto la Junta que salga a la luz un nuevo periódico semanal, con el título de la Gazeta de Buenos Ayres.»
El párrafo asume la dimensión eminentemente política de la prensa, creada entonces por decisión del gobierno de la joven Patria, surgido de nuestro primer grito de Libertad triunfante. Se trataba de contar con un instrumento político al servicio de los elevados fines de la transformación social, de la rebeldía contra el viejo orden colonial, de condena a los 300 años de saqueo y exterminio, y del anuncio de esperanzas y desafíos para una América liberada del colonialismo.
Ciertamente, la reacción furiosa de la España medieval fue derrotada por los pueblos americanos, unidos en las Guerras de Independencia en pos de la construcción de la Gran Patria Americana soñada por aquellos fundadores.
La emergencia en los últimos años de poderosas fuerzas sociales y políticas en el continente reinstaló la necesidad de plasmar en los hechos aquel fraternal proyecto emancipador. Este esfuerzo americanista es resistido por los poderes fácticos e ideológicos portadores de un objetivo distinto y opuesto: volver al modelo neoliberal-conservador en nuestros países, ya que ese es el mandato de las burguesías locales, de las corporaciones internacionales y del poder político del imperio de nuestra época.
Al retomarse aquellos sueños emancipadores en el actual contexto contemporáneo, aflora el rol de los medios que han cambiado radicalmente con relación a los objetivos declarados de la Gazeta por los revolucionarios de mayo. Si por entonces la convicción moreniana fue que la palabra pública debía asumir un compromiso político con la revolución de independencia nacional, generar opinión a su favor en el pueblo y a su vez cumplir con el inexcusable deber de informar las noticias, la actual coyuntura histórica encuentra a los conglomerados oligopólicos de la comunicación en un lugar antagónico frente a los que luchan por los cambios contra los anacronismos sociales y culturales.
En vez de luchar por la unidad nacional para desplegar y fortalecer una auténtica democracia, en un proyecto de libertad y, sobre todo, de igualdad social, dan una batalla desesperada por preservar sus privilegios económicos y culturales como modo predominante de relación social.
No comunican las verdades asegurando el rigor de la información, distorsionan hasta lo indecible los datos de la realidad, la hacen irreconocible y luego rectifican sin disculpas ni rubores aquellas afirmaciones imposibles de verificar en el nivel de los hechos.
Lejos de asumir su milicia propagandística en nombre de un pasado que se resiste infructuosamente a morir, se defienden con la mascarada de «prensa independiente», fingiendo día tras día y noticia tras noticia.
Difunden eufemismos brutalmente tendenciosos, como la curiosa afirmación de un derecho a la «libertad de expresión» que encubre la brutal «libertad de empresa» con que los grandes medios se proponen asfixiar la emergencia de múltiples puntos de vista.
A modo de ejemplo, el asesinato de la joven Ángeles Rawson –cuya memoria es mancillada cada día en las hipótesis irresponsables y morbosas de los medios– intentó utilizarse en un primer momento como un recurso propagandístico. La prensa escrita y sus propaladoras radiales y televisivas volvieron a quedar descolocadas cuando, a poco de andar, la verdad transitaba por otros lugares.
El comportamiento de los grandes medios con las movilizaciones en Brasil siguió un curso parecido. En los primeros momentos de movilización contra el aumento del transporte, su voz unánime fue de condena a la protesta popular. Cuando percibieron que la movida podía contribuir a la deslegitimación del gobierno del Partido de los Trabajadores, el análisis de las noticias pasó a ser cada vez más cercano a los indignados manifestantes brasileños. El Movimiento Pase Libre, impulsor de la medida, comunicó públicamente que se deslastraba de esas movilizaciones, pues percibía que el emergente de una justa demanda ahora era utilizada políticamente contra los intereses populares. El impensado apoyo de diarios y canales televisivos convirtió una batalla por la defensa de derechos sociales en plataforma destituyente del gobierno legítimo.
Uno de los objetivos en pos de sociedades más justas e igualitarias es la democratización de la palabra. La aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual está siendo –a pesar de los obstáculos del Grupo Clarín y el poder de los medios hegemónicos– un camino en este sentido de justicia.
Hace pocos días, el parlamento ecuatoriano consagró una decisiva ley de comunicación, similar a la nuestra. En los otros países del continente, también se despliegan proyectos similares tendientes a superar la etapa de los monopolios mediáticos y dando lugar a las nuevas voces que expresan la diversidad social y cultural de nuestros pueblos. Moreno se manifestó enemigo del monopolio. Siguiendo a Filangieri, sentenciaba: «El monopolio es un atentado contra la libertad humana.»
Los días en que el monopolio de la palabra pública puede voltear gobiernos o imponer un punto de vista excluyente y autoritario han llegado a su fin. La difusión de un sentido común fundado en la mentira y el ocultamiento no es ya posible, pues como decía Abraham Lincoln, «se puede engañar a todos poco tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo.»