Página/12 | Opinión
El 30 de octubre, se cumplieron 41 años de la recuperación democrática luego de la mayor catástrofe política de nuestra historia: la implantación violenta de la dictadura cívica militar que practicó un genocidio en pos de instalar un proyecto económico de extranjerización de nuestras riquezas, y el predominio de los sectores financieros enlazados con la burguesía agraria exportadora. Para ese proyecto necesitaban destruir la resistencia de la sociedad, de las fuerzas políticas y especialmente de una juventud que retomaba el ideario de los fundadores de la patria y sus sueños de un país sustentado en la Libertad, indisolublemente unida a la igualdad social, a la educación pública, y a una imprescindible distribución justa de la riqueza, constituyendo una nación auténticamente soberana, libre de dominaciones extranjeras y de imperialismos de época.
En la actualidad, algunos “modernos” esgrimen que esos grandes valores políticos son “anacrónicos”. Estos argumentos no se nutren sólo de viejos y nuevos conservadurismos, sino que apuntan a esterilizar todo ideal de trasformación social, popular y progresista. Como en todo momento de triunfo, las elites, se proponen instaurar el remanido propósito de congelar la historia y el desarrollo social, al status quo mileista. Sin embargo, son conscientes de que se generará la reacción de las mayorías sociales agredidas, de forma tal que no pueden evitar, ya que está en su naturaleza; deslizarse hacia la restricción del sistema democrático, incluidos sus elementos imperiosos de la coerción y la represión. En esa fase, tanto cultural como en la acción política, el presidente Milei actúa con la aquiescencia del poder económico, los medios de comunicación hegemónicos, las fuerzas políticas de la derecha y los “amigables” del autodenominado centro, que en realidad no es otra cosa que una táctica circunstancial de derechistas vergonzantes, ahora subordinados al mileismo. La prueba ácida de esa conducta fue el voto a la Ley Bases. Allí se jugaba el interés más crítico del establishment internacional y local, particularmente la apropiación de nuestros recursos naturales, ya que ese es el objetivo estratégico de las grandes potencias y de la burguesía nativa, quien se imagina socia menor de los grandes conglomerados capitalistas El poder económico – político con el presidente Milei como ariete, se afirma en la tendencia ya manifiesta de mutilar el rol democrático del parlamento, a la vez que potencia el poder discrecional del Presidente.
El otro poder del Estado, la Justicia, también está neutralizado por una suerte de pacto silencioso de mutua impunidad: “yo no te cuestiono y vos a mí tampoco”. Se trata de una inmoralidad cubierta de viejos rituales y latinismos, que no impiden que se note su impudicia. Milei se coloca en el cuadrilátero de ese dispositivo, cual boxeador que domina la pelea, y desde allí grita: “se los digo en la cara, ustedes me importan tres carajos”. Ya le había dicho al Parlamento que, “son un nido de ratas”; y a los gobernadores: “los voy a mear”. Su búsqueda de centralidad conlleva la táctica de que todos los demás son espectadores pasivos. El presidente confía en que su discurso cargado de odio contacta con la desesperanza de algunos sectores sociales, y que la mentira como axioma será aceptada, con la mediación de los editorialistas que la transmiten. Ya está claro que las entrevistas televisivas son de mentira. Se tratan de vulgares teatralizaciones de comunicadores mutados a partenaires de Milei. Algunos de sus alfiles no le van a la saga en su afán por despreciar al parlamento. El superministro Sturzenegger declaró su afán de privatizar Aerolíneas Argentinas, “Si el Congreso dice que no, vamos a transferirla a los empleados. Ahí tendrán que recoger el guante”. Confiesa que el Parlamento no le importa nada.
La Ministra de Seguridad, emblema de la represión a jubilados, niños y manifestantes humildes, en su ahínco por exhibir logros inexistentes, finalmente cayó en la bancarrota del ridículo con su frase para la historia del grotesco: “el talco siempre se confunde con cocaína”. Estos días de cólera concluyeron con la expulsión de la canciller Mondino por su voto contra el bloqueo a Cuba, junto a otros 185 países. A todos estos patéticos personajes que ejercen el gobierno no los une ni el amor ni el espanto, sino otra variante de la notable frase borgiana: los une la voluntad de aplicar mano dura, represión y autoritarismo y su deseo de parecerse a Margaret Thatcher y Elon Musk. La última “iniciativa” de armar listas de “enemigos de la libertad” compuestas por periodistas, artistas, políticos, sindicalistas y medios de comunicación, expresa otro modo de coerción e intimidación social.
En suma, tras las brumas del discurso violento cargado de odio y fobias diversas, Milei se propone instrumentar un sistema político de excepción, y el reemplazo del parlamento por sus vetos y decretos. Se trata de una variante modernosa del viejo fascismo. No resulta ajeno a estas tácticas oscurantistas el sin sentido de acusar de golpista a Raúl Alfonsín. Es una falsedad histórica, tan primitiva como injusta, que se propone horadar la memoria de las raíces de la etapa democrática. El mensaje es claro: “todos los anteriores a mí fueron espurios. La democracia fue un fracaso, yo soy el elegido”.
Frente a este plan de la ultraderecha, hay un crecimiento de las luchas de la ciudadanía en defensa de sus derechos económicos y sociales, y la conciencia de que es determinante para la nación como colectivo social, preservar la democracia. El distanciamiento del gobierno de aquellos que creyeron en sus promesas contra la casta y el mito de la dolarización es creciente, a la vez que se afirma el núcleo de quienes siempre fueron opositores. Las fuerzas políticas auténticamente opuestas a este presidente, tendrán que definir prontamente el modo de nuclearse y proponerle al pueblo una alternativa novedosa, con un programa de carácter popular y progresista con liderazgos que valoren y expresen verdaderas representaciones, y una clara apertura a la juventud. Existen reservas democráticas muy arraigadas en nuestro pueblo. Se trata de abrevar en el ejemplo de las grandes luchas sociales inspiradas en la rebeldía frente a las arbitrariedades e injusticias.