Página/12 | Opinión
Alguien tenía que ser. Alguien debía asumir abiertamente, sin ninguna restricción por su historia, ideología o pertenencia partidaria, la defensa y exigencia a la sanción integral de la ley que Milei se propuso imponer desde el inicio de su gestión. Transcurrieron seis meses de resistencias populares expresadas en calles y plazas, con su fuerte repercusión en los parlamentarios, que impidieron su aprobación en las Cámaras.
La American Chamber of Commerce, la cámara de empresas estadounidenses conocida como AmCham, decidió que era su momento. Aunque ya venía calentando sus motores intervencionistas, se propuso ser la punta de lanza en la actual disputa política. El hecho de ser una corporación que aglutina a empresas extranjeras dedicadas a los negocios en nuestro país, no implicó reserva alguna. En realidad su conducta viene siendo la de un grupo que practica un lobbismo impúdico, presionando a los congresales, a las fuerzas políticas y a la opinión pública para que la ley sea aprobada.
Todo indica que la American Chamber no solo opera a favor de los negocios de sus más de 717 empresas, sino que decidió actuar como un factor de poder político, apoyando al gobierno de Milei, al que asume como su representante. El presidente de AmCham y su CEO sienten la pulsión emocional de quien lidera una cruzada, en este caso, para que la Argentina sea “un país gobernable, integrado al mundo, con políticas que transformen y normalicen el funcionamiento del Estado”. Se trata de otro modo de plantear el plan ultraliberal thatcheriano de mutilación del Estado nacional. Vendría a ser una traducción más elegante de mileismo vulgar, quien lo dice con su modo de grotesco comediante: “soy el topo que destruye el Estado desde adentro”. Sin embargo, estos señores nacidos en nuestras tierras sureñas, graduados en la UBA, a la que ahora su gobierno agrede quitándole el presupuesto, tienen su corazón mirando al norte. Su CEO, Alejandro Díaz, se presenta en una nota importante del diario Clarín, declarando la necesidad de “introducir más cambios en la ley, sobre todo en los marcos regulatorios”. El ejecutivo se inspira en la línea política definida por la organización, cuyas pretensiones abarcan todos los temas en debate en el Congreso: reinstalación del impuesto a las Ganancias, ya que el actual “es inequitativo por lo cual resulta crucial insistir”. En bienes personales declaran que “si no se vuelve” al dictamen original “se verá afectada la clase media”. En el tema de la reforma laboral, AmCham reitera el argumento clásico y vetusto de que una reforma “generará condiciones para la empleabilidad”, omitiendo que ese pronóstico nunca se verificó. El RIGI “es clave y el listado de industrias alcanzado es limitativo”, reclamando su redacción original. En privatizaciones protesta y demanda más de lo mismo “la actual versión restringe la capacidad del ejecutivo”. Ante la bajada del artículo que eliminaba la moratoria previsional, los chambers van por más “hace falta una reforma extensa y abarcativa”. Para no dejar ningún negocio en el tintero, critica el eventual incremento de las regalías mineras, esgrimiendo otro argumento anacrónico: “habrá una fuerte pérdida de competitividad”. Desde su condición de titular de la entidad, Facundo Gómez Minujín, un cuadro del banco JP Morgan, se sumó, al coro de lobbistas, que le exigen a los diputados garantías ante la hipótesis de que “las reformas sean insuficientes”. Lo cierto es que tras toda la fraseología técnica diplomática presionan sin ningún pudor, para que los súper millonarios que representan potencien sus ganancias, y engorden más aun sus bolsas de ricos famosos universales. Adornan el rol de su organización, exhibiendo como un mérito su condición de grupos monopólicos: se jactan de que 7 de cada 10 productos que se ven en las góndolas de los supermercados provienen de las empresas de la chamber. El sorprendente protagonismo del señor Minujín trae al presente un antecedente histórico: el rol político militante del embajador Spruille Braden frente al General Perón. Cierto es que aquel cuya cruzada terminó en un gran fracaso era norteamericano de verdad, nacido en el estado de Montana. El diplomático le dijo al entonces vicepresidente Perón que si accedía a sus peticiones relacionadas con empresas aéreas norteamericanas, no obstaculizaría su candidatura a presidente. En ese diálogo “amigable” recibió como respuesta: “en mi país, al que hace eso se lo llama hijo de puta”. Las crónicas dan cuenta de que el ambassador se retiró tan precipitadamente que se olvidó el sombrero. Resulta obvio que el presidente Milei jamás imaginaría una respuesta como esta. En todo caso le cabe al pueblo argentino, a sus dirigentes políticos y a sus representantes parlamentarios, actuar como ciudadanos de una nación soberana rechazando a estos nuevos colonialistas criollos. Claro que los american chambers no están solos, el FMI hace lo suyo. Como siempre su posición define lo esencial: apoya decididamente el plan del gobierno y “sus resultados positivos”. Complementariamente reclama gobernabilidad y atención al conflicto social, para concluir con otra de sus clásicas exigencias “el tema central es que se concrete el ajuste fiscal y se mantenga en el tiempo”. Otro eufemismo que oculta su verdadero propósito: que el ajuste sea perpetuo. En suma, el poder verdadero define desde Wall Street y Washington como debe ser la ley que se debate en nuestra Cámara, solo que ahora lo hace sin ningún reparo diplomático y mucho menos moral. Ese es su rol, a sabiendas que la disputa cultural la lleva a cabo el gobierno y los grandes medios de comunicación. El Presidente montado en su triunfalismo califica de héroes a los fugadores de grandes fortunas que ganan aquí, con el aporte y el esfuerzo de nuestros trabajadores, profesionales y científicos. En cambio “los culpables” de las penurias de nuestro pueblo pasan a ser una cada vez más indescifrable casta, y no los multimillonarios que medran más que nunca con las actuales políticas económicas, su consecuente fábrica de millones de pobres, y agresión a las clases medias con tarifazos, reponiendo impuestos, bajas salariales y jubilatorias.
Una vez más retorna la maldición de Malinche…“brindar al extranjero nuestra fe, nuestra cultura, nuestro pan, nuestro dinero…damos nuestras riquezas por sus espejos con brillos”.