Página/12 | Opinión
Celebramos los 40 años de democracia, conquistados con un valioso esfuerzo de nuestro pueblo, durante los que asistimos a momentos de zozobra política y penurias económicas. La causa de fondo ha sido la pertinacia del poder económico, mediático y político en su afán, propio de su naturaleza capitalista en fase depredadora; que no trepidó en acosar y debilitar a los gobiernos populares. Su único norte fue y es potenciar sus ganancias para luego extranjerizarlas, legalmente o mediante la fuga. Su sentido de democracia ha sido inficionado por la ideología thatcheriana de la época, sustentada en una visión extrema del individualismo y del rol del capital como motor de la historia y de la vida humana. La líder de la política ultraliberal formulaba su apotegma para los tiempos: “la sociedad no existe, solo existe el individuo”.
Desde allí viene la disputa por imponer esas ideas y principalmente sus valores y principios culturales, que irían modelando la conducta de los pueblos. Debemos asumir que desde su dominio económico, que se imbricó con el poder de los dueños de los medios de comunicación, constituyeron una fuerza de facto que ha ido imponiendo uno de sus propósitos más deseados: que los valores culturales vinculados a las relaciones sociales, laborales y familiares, inculcados desde sus infinitos voceros, se trasladen a la decisión del ciudadano/a sobre la política, sus gobiernos y particularmente sobre el voto.
Mediante esta obstinada operación ideológica y política, horadan a los gobiernos populares que despliegan proyectos sustentados en otras ideas y propósitos, esencialmente asociados a la concepción de democracia económica amalgamada con la de igualdad, reivindicando el principio de justicia social y soberanía política. Durante los años de la primera oleada de gobiernos populares, que en nuestro país se expresó en las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner, se reafirmó la línea americanista retomando la tradición de los fundadores de nuestras patrias en el continente.
En las actuales circunstancias históricas, determinantes para la vida y el porvenir de nuestro pueblo, emerge nuevamente la disputa entre los dos proyectos políticos antagónicos. Las visiones ideológicas van quedando cada vez más claras: P. Bullrich y J. Milei se proponen un alineamiento irrestricto con las grandes potencias capitalistas, particularmente con Estados Unidos y el FMI. Unión por la Patria, por el contrario, plantea una política exterior independiente y soberana, sustentada en relaciones políticas y económicas con todos los países, privilegiando el interés nacional y una perspectiva de defensa de nuestros recursos naturales. La idea de autonomía nacional incluye la defensa de la paz, de los derechos humanos, la oposición a las situaciones de guerra evitando que los estados poderosos desplieguen políticas de ocupación y neocoloniales, como en nuestro caso con las Islas Malvinas.
Las derechas de Milei y Bullrich proponen la aplicación del modelo ultra concentrador devaluacionista ya practicado y fracasado en tiempos recientes de Menem, Cavallo, Melconian y M. Macri. La fórmula Massa – Rossi, reivindica la idea opuesta: mejora del salario e ingresos de los trabajadores y las clases medias con el fin de crecer, sobre la base de distribuir, ya que en nuestro país lo que sobra es riqueza. La pobreza es la consecuencia de un proceso de incremento de las fortunas de una minoría de oligarcas, que se presentan como “modernos empresarios que bregan por el trabajo y el crecimiento”. Unos se proponen liquidar los avances relacionados con la igualdad de género logrados en los últimos años por un notable movimiento feminista con una fuerte impronta juvenil. La opción de UxP se nutre del movimiento de mujeres y diversidades en pos de avanzar hacia una democracia más justa y auténticamente igualitaria. Las derechas rechazan la educación pública, proponiendo la privatización en todos los niveles: “modernos vouchers” o sea arancelamiento; con lo cual tanto la escuela como la universidad se irán transformando en un privilegio de minorías. Por su parte, el proyecto popular defiende la tradición de lo público en la educación: desde el sarmientinismo de los liberales, la gratuidad universitaria del peronismo y las iniciativas del kirchnerismo de ampliación presupuestaria, fortalecimiento de las escuelas técnicas, de la ciencia y tecnología, de la Educación Sexual Integral y creación de nuevas universidades.
A este brevísimo racconto habría que agregar el negacionismo explícito de la ultra derecha de los 30 mil desaparecidos, y la reivindicación lisa y llana de la dictadura videlista, inconcebible para toda la ciudadanía democrática. La campaña electoral desnudó la conducta oportunista del poder económico-mediático: unos siguen apoyando a la derecha clásica (Macri/Bullrich), ahora inficionada por las ideas extremas del otro candidato de su espacio, y otros se inclinan por el auténtico ultra conservador y su socia aspirante a la vicepresidencia, quien reivindica a los dictadores Videla y Massera y al régimen policíaco del comisario Etchecolatz.
Otra situación que ofrece la soberbia prematuramente triunfalista, fue la protagonizada por el candidato a jefe de Gobierno mileista R. Marra, quien desde la financiera de su familia ensayó una teatralización victimizándose de la denuncia presentada por el presidente A. Fernández por intimidación pública. Este señor que se auto percibe español y critica a Paka Paka, ya que no soporta la militancia de Zamba contra “los realistas” de Fernando VII, pretende revisar la historia, “por lo que me dice mi mamá que es profesora”. El candidato que teoriza temerariamente sobre las crisis económicas del país, recordó al Rodrigazo y a la híper de Alfonsín, pero olvidó el plan económico de la dictadura y a su Ministro estrella Martínez de Hoz. Ya que estaba en plan de “olvido” también se salteó lo relacionado con los 90s, a su inspirador Menem, y la implosión de todas las políticas conservadoras; el levantamiento popular del 2001 dramáticamente reprimido.
La ciudadanía enfrenta en las urnas este trascendente dilema: las dos variantes conservadoras del mismo proyecto político, económico y cultural, contra la propuesta democrática y popular de la fórmula Massa Rossi.