La doctrina conservadora se moderniza: una economía sin trabajo ni consumidores

Minuto Uno | Opinión

Por Juan Carlos Junio

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La caída de todos los indicadores económicos y sociales tiene un único objetivo: lanzar después de las elecciones tres reformas que desorganizarán aun más la vida de los argentinos: la reforma impositiva, la laboral y la jubilatoria.

Las imágenes de hace unos días, que mostraban a miles de argentinos saliendo de supermercados con sus changuitos llenos y forcejeando en un afán desesperado por ahorrarse unos pesos, no hacen otra cosa que desnudar la realidad. En mayo las ventas en supermercados cayeron -2,5% y en junio serán más bajas. Si preguntamos cuándo fue la última vez que crecieron las ventas, la respuesta es contundente: diciembre de 2015. Así las cosas, los grandes supermercados «no tuvieron más remedio» que despedir a 5400 empleados en ese período. Pero vale la pena detenerse en algunos temas cruciales para la vida cotidiana. La leche es uno de ellos. ¿Hay algo más básico y fundamental que la leche para nuestros niños? Con el presidente Macri, el consumo cayó -25%. Es decir a cada litro le quitó una taza. Otra cruel paradoja: en el país de las vacas, tenemos la leche más cara del mundo. Estamos segundos en un ranking de la vergüenza internacional que mide el precio de la leche. Solo nos supera Canadá por unos centavos de dólar. Pero si comparamos el salario en dólares de un trabajador canadiense con el salario de un argentino, somos efectivamente el pueblo que paga la leche más cara en el planeta.

Los shoppings ni hablar, en mayo cayeron un -4,3%. Asistimos a un derrumbe del consumo, por donde se lo mire. Hace un par de meses, el secretario de Comercio, Miguel Braun, decidió eliminar la posibilidad de comprar en cuotas sin interés. Otro zafarrancho. Así fue que pasó el Día del Amigo con compras cercanas al 0% respecto al año anterior. Se viene el Día del Niño y ofrecen un «Ahora 3». ¡Cada vez menos cuotas! Parece una inexplicable cuenta regresiva.

La implosión del consumo con precios en alza está siendo una combinación letal. En junio, en nuestra Ciudad de Buenos Aires una familia necesitó $15.388 para no ser pobre, y $7.478 para no caer en la indigencia; o sea, para poder comer todos los días. Por eso no puede sorprender que haya aumentado un 20% la cantidad de personas que viven en las calles de Buenos Aires. Son cerca de 5.000 porteños los que duermen a la intemperie en pleno invierno en la ciudad más rica del país. Y lo cierto es que la única política real para encarar este problema es expulsarlos de la Ciudad hacia el Gran Buenos Aires.

Mientras padecemos esta realidad social, desde afuera nos señalan como un caso patético. El diario El País, de España, tituló: «Argentina, el paraíso financiero donde es más rentable prestar al Estado que invertir». En realidad, ya todo el mundo sabe que acá en la Argentina sólo anda la bicicleta financiera, de la que medran especuladores extranjeros y autóctonos. Ahora van subiendo unos cambios con el dólar, ajustando el piñón para las elecciones. Claro que este es un jueguito peligroso, ya que nunca se sabe cuándo para la fiebre verde.

Pero este presente negativo y repleto de incertidumbres pretende ser usado como excusa para lanzar después de las elecciones tres reformas que desorganizarán aun más la vida de los argentinos: la reforma impositiva, la laboral y la jubilatoria. Una trilogía patética.

Aunque no resulte original, empezaron hablando de bajar impuestos a los empresarios. Hasta que Brasil implementó una reforma laboral de retorno al siglo XIX. Ese acontecimiento entusiasmó al Partido flexibilizador criollo, que muestra la contrarreforma de Temer como un ejemplo. Y para completar, hay funcionarios del gobierno que declaran sin ningún decoro que no van a tener problema con la CGT.

El objetivo principal de la «reforma» es bajar los salarios. La pérdida de derechos de los trabajadores incluyen cambios en las formas de negociación, con el ideal de que pase a ser directa entre el trabajador y la empresa, sin convenios colectivos por ramas, sin paritarias. También incluye la terminación de la relación laboral, sin necesitar causa para el despido ni pagar indemnizaciones. Además pretenden disponer discrecionalmente de los tiempos, en el manejo de jornadas, turnos, francos y horas extras, que podrían partirse al igual que las vacaciones. En caso de accidente, acabar con el derecho a recurrir a la justicia, presentando a un trabajador accidentado como culpable de algo raro y corrupto. Quieren una producción del siglo XXI con una relación de producción del siglo XIX. Todo un sin sentido, aunque si miramos el resultado que pretenden, que es un incremento de la tasa de ganancia del capital, todo adquiere lógica. Para completar el plan y la idea de los conservadores, el diario La Nación editorializa pontificando que «el siglo XXI ha empezado a demostrarnos que las economías de los países pueden crecer sin empleo» por la robotización.

¿Cómo será un capitalismo sin trabajo y sin consumidores? Quizás el «bueno» del economista David Ricardo pueda dar alguna respuesta a este misterio.

Nota publicada en Minuto Uno el 26/07/2017

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