Tiempo Argentino | Opinión
Aunque había declarado lo contrario, finalmente el nuevo gobierno accedió a eximir del pago del Impuesto a las Ganancias sobre el medio aguinaldo a los salarios brutos inferiores a 30 mil pesos. Tales indefiniciones también se presentaron en otros temas, como la finalización de las políticas de administración de divisas («terminaremos con el cepo el primer día»). La marcha y contramarcha confirma que los trabajadores y todos aquellos que perciben ingresos fijos, como los jubilados, serán la variable de ajuste sobre la que hará eje el nuevo modelo de los «promotores del cambio», que inevitablemente impactará en las pymes y en el conjunto de los sectores medios.
Ya antes de asumir, Mauricio Macri comenzó a montar el escenario para la primera fase de la recomposición de la tasa de ganancia empresarial. Resulta imprescindible para cualquier análisis económico político que se realice, recordar que el objetivo primero y excluyente para un gobierno de las corporaciones capitalistas, ya sean locales o extranjeras, es potenciar su tasa de ganancia. Para lograrlo siempre transitan por el mismo camino: fuerte devaluación, los formadores de precios suben todo y los salarios y jubilaciones quedan en la estacada. Tal es así que, tanto Macri como sus principales voceros económicos, no se privaron de anticipar la devaluación más anunciada de la historia. Sus declaraciones fueron la señal para motorizar una abrupta y significativa suba de precios «precautoria», la primera de una extensa serie de recomposiciones entre capital y trabajo que tratará de imponer este gobierno.
El nuevo ministro de Hacienda, Alfonso Pray-Gay, señaló que a mediados de enero se planteará un acuerdo amplio entre sindicatos y empresas en el que cada uno tendrá que «poner lo suyo», lo que podría traducirse como «ponen todos menos los ricos».
Los funcionarios ya comenzaron a «pedirles» a los empresarios representados en la Asociación Empresaria Argentina, el Foro Empresario y la Asociación de Bancos de la Argentina (paradójicamente, extranjeros) que retrotraigan los precios a los que regían a fines de noviembre. La receta recuerda al fallido intento de aquel ministro de Economía de Alfonsín, que les había hablado a los empresarios «con el corazón», mientras estos le respondieron «con el bolsillo».
Consecuente con estos cantares, el flamante ministro de Trabajo, Jorge Triaca (h), comentó que la intención de las nuevas autoridades políticas es que las paritarias incluyan la inflación futura y no la pasada, con la clara intención de restar capacidad de negociación a los sindicatos en las próximas paritarias. Como vemos, todos aportan al ajuste, aunque lo niegan en el discurso que los medios propalan. Cuando las autoridades comiencen a «unificar» el mercado cambiario –que en buen romance significa llevar el dólar oficial, que implica el 98% de las operaciones en divisas, al valor del ilegal, que importa el 2% de ellas–, la mentada «unificación» será una construcción ficticia para justificar la deseada devaluación.
La derecha viene a hacer lo que siempre pensó. Nadie puede imaginar que no llevarán a cabo con máxima determinación los planes e ideas que siempre proclamaron. Se abre un nuevo capítulo en el ejercicio real del poder al verse borradas prácticamente las líneas divisorias en torno a conceptos como Estado y mercado. En esta clave, las paritarias tripartitas, un concepto típicamente keynesiano, pasarían a estar compuestas por los trabajadores, de un lado de la mesa, mientras que del otro compartirían la silla el Estado y los empresarios concentrados, constituidos en un raro caso de unificación de los dos estamentos. Como diría un viejo luchador, quedará conformado un triunvirato de dos.
Con el transcurso de las horas el tan temido ajuste comenzará a adoptar un formato cada vez más real. Su magnitud dependerá, como siempre, de la reacción de los ajustados, o sea, de las mayorías sociales. En tal sentido es de esperar que la resistencia sea muy importante, teniendo en cuenta que la sociedad ha incorporado en estos 12 años valores relacionados con una más justa redistribución de las riquezas y mejora en sus niveles de vida, las que no serán resignadas por cantos de sirenas preparados en laboratorios de marketing.
La agenda de las élites cuenta con un horizonte de mediano y largo plazo, y apunta sin miramientos a derribar los pilares del anterior proyecto político, económico y cultural. Allí se inserta la retórica del nuevo gobierno respecto de la «desideologización» de la gestión y lo político, lo cual es un sofisma, ya que su base conceptual es falsa, por lo tanto toda su construcción también lo es. Estas ideas guardan similitud con aquellas «del fin de la Historia» de Francis Fukuyama tras la caída del bloque socialista. No se produjo tal evento, a pesar del enorme volumen propagandístico y cultural desplegado en todo el planeta.
Bajo el discurso de un pragmatismo eficientista, se oculta la intención de reconfigurar los dichos y la práctica política tras la visión neoliberal. Por ello no es trivial la frase de la nueva canciller, Susana Malcorra, quien sostuvo sin ponerse colorada: «el ALCA no es mala palabra». El planteo forma parte de un plan para alterar el contexto regional de integración con una visión antiimperialista, que condujo hace diez años a decir «No al ALCA». Esta arremetida discursiva que aborda la derecha deberá enfrentar el trascendente capital cultural incorporado en estos tres lustros de valoración de la historia y el destino común americano, no sólo en términos simbólicos, sino en todo lo relacionado con la unión comercial y productiva para enfrentar los desafíos de la época. Un «cambio» que conduce al retorno del endeudamiento de la Nación, al ajuste y a la perpetuidad de las condiciones sociales que sólo llevan al subdesarrollo, al retroceso y a la frustración.
El momento actual, a pesar de todas las incertidumbres que genera, es crucial para que el pueblo crezca como protagonista principal de la política y sobre esa base se constituya un gran bloque político, social y cultural que enfrente la agresión neoliberal contra las mayorías sociales y la soberanía de la Nación. Sólo sobre esa base se logrará poner freno a las pretensiones de las derechas vernáculas, que intentan sumarse al plan de las potencias mundiales para torcer el curso de la historia en Nuestra América.