Tiempo Argentino | Opinión
La Historia –con mayúscula– suele encontrar fechas paradigmáticas que se ofrecen como memoria y símbolo de las luchas que jalonan el devenir de la humanidad. Representan momentos álgidos, puntos de inflexión que generan mutaciones en los modos de ser y estar en el mundo. Por cierto, las corrientes ideológicas no asignan el mismo valor a cada hecho trascendente, y en aquellos casos en que la relevancia del acontecimiento no puede ser disimulada, se cruzan interpretaciones antagónicas que nutren posiciones políticas y culturales del presente y el futuro.
El 12 de octubre es una fecha muy significativa para comprender la modernidad, aunque la lectura sobre esa efeméride, y lo que representa, va a variar si quien la analiza defiende la perspectiva de los conquistadores españoles y portugueses o, por el contrario, se posiciona desde la «visión de los vencidos», reivindicando a los pueblos originarios que fueron objeto del primer genocidio de la humanidad.
En esta línea, noviembre es un mes que tiene sucesos interesantes para recordar, que nos llevan del pasado al presente y de Oriente a Occidente, en un intenso vaivén ideológico y cultural.
Mañana, 7 de noviembre, se cumplen 98 años de la Revolución Rusa, que dio fin a casi un milenio de monarquía zarista y de la cual nació la Unión Soviética, abriendo un nuevo cauce social y político a escala planetaria que, luego de construir un sistema de producción socialista y haber hecho una contribución decisiva a la derrota del nazismo, no logró sostenerse como alternativa civilizatoria al capitalismo.
Un 9 de noviembre, pero de 1989, fue derribado el Muro de Berlín. Este acontecimiento constituyó la señal de la desaparición del campo socialista, antecediendo en dos años a la disolución de la propia Unión Soviética. El derrumbe de aquel gran ensayo que esperanzó a millones de seres, generó la euforia de los apologistas del capitalismo más extremo –con Francis Fukuyama a la cabeza– quienes anunciaron que la Humanidad había llegado a su última estación, proclamando que la economía de mercado y las democracias que lo expresaban constituían el punto más alto al que podía aspirar el género humano. En esos años oscuros, las ideas del egoísmo y la competencia como motivación principal de la vida y de la sociedad alcanzaron su máxima expresión. Mostraban un tiempo histórico en que los oligopolios mundiales concentraron riquezas inusitadas. Ese capitalismo cada vez más agresivo fue marcando la senda del nuevo orden mundial. Sin embargo, su hegemonía no puede extenderse por mucho tiempo, pues la humanidad va tomando conciencia de que ese camino conduce a la destrucción de la sociedad y del planeta.
Ayer, 5 de noviembre, se cumplieron diez años del «No al ALCA». Ese momento bisagra de la historia americana, con sus tres notables protagonistas políticos, Néstor Kirchner, Lula da Silva y Hugo Chávez estrechando sus manos, fue un aporte trascendental, el pasaje de un orden unipolar a otro multipolar, que ahora se despliega en todo el mundo.
En los primeros años del siglo XXI se constituyó una plataforma histórica con nuevos gobiernos populares que retomaron con gran convicción el proyecto fundacional de Patria Grande americana, habilitando la asunción de posiciones antiimperialistas, con democracias autónomas, imprimiendo una enérgica acción contra el militarismo y las corporaciones empresarias locales que –abusando de los ciudadanos– medraron más que nunca acumulando para sí el fruto del trabajo de las mayorías sociales de trabajadores y clases medias.
La creación del Alba, el fortalecimiento y recreación del Mercosur, la señalada sepultura del Alca, la creación de Unasur y Celac fueron eslabones de un nuevo momento histórico. Los sujetos sociales y políticos se van constituyendo en el devenir de los acontecimientos y, a su vez, las fuerzas regresivas van generando ingentes iniciativas para conservar su poder. Nuevas uniones estratégicas como la Alianza del Pacífico o el más reciente Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica impulsado por Estados Unidos se proponen modelar a las naciones involucradas en la perspectiva del hegemonismo de la época.
Desde la otra perspectiva, la creación de los BRICS y la revitalización de ASEAN más China van configurando una diversidad que preanuncia la emergencia de un nuevo polo. Nuestros acuerdos políticos, comerciales y culturales con los países hermanos de América, con China y Rusia, a la vez que mantenemos los vínculos tradicionales con todo el mundo, han ido generando grandes realizaciones en materia de obras de infraestructura que fortalecen la autonomía del país y el propio desarrollo del aparato productivo.
Una de las miopías más lamentables y peligrosas de la oposición política en Argentina está dada por su negación a visualizar los cambios mundiales. No auguramos anticipadamente el fin de los tiempos injustos, del que emergerá un mundo más solidario entre los seres humanos y, a su vez, con la naturaleza. El porvenir que los pueblos vienen construyendo debe ser más esperanzador que la patética realidad planetaria actual, aunque los peligros continúen latentes. Lo dirá el curso de la lucha entre las fuerzas democráticas e igualitarias, y las que defienden a las élites conservadoras con su inevitable carga de injusticia como modelo de organización de la sociedad.
Este 22 de noviembre, justamente, nuestro pueblo estará interpelado ante el dilema acerca del proyecto de país para los próximos tiempos. La gobernadora electa de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, lo dijo a través de un lapsus inexcusable y evidente: «Cambiamos futuro por pasado.»
Asumimos con convicción y optimismo el reto de sostener el rumbo de dignidad, soberanía y justicia social que soñaron los fundadores de la Patria, que a lo largo de nuestra joven historia retomaron consecuentemente muchos hombres y mujeres, y que viene siendo reafirmado en todo el continente y en nuestro país desde el 25 de mayo de 2003. Las opciones son claras y, en esta circunstancia, irrevocables: continuidad de progreso social para las mayorías y nación soberana; o «cambiar» hacia atrás, lo cual es un contrasentido no sólo semántico, sino que lo sería también en la vida cotidiana de cada ciudadano. La última palabra la tiene el pueblo. «