Malversación del cambio

Tiempo Argentino | Opinión

En la primera vuelta del domingo 25 de octubre, una parte importante del electorado fue atraída por la propuesta de un «cambio». Mauricio Macri capitalizó la inclinación de un sector de la sociedad que fue permeable a la abrumadora insistencia mediática de que «el estilo antirrepublicano» del gobierno debía finalizar.
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En la primera vuelta del domingo 25 de octubre, una parte importante del electorado fue atraída por la propuesta de un «cambio». Mauricio Macri capitalizó la inclinación de un sector de la sociedad que fue permeable a la abrumadora insistencia mediática de que «el estilo antirrepublicano» del gobierno debía finalizar. Esa apelación se mezcló con la idea subyacente de vastos sectores de que cambio es sinónimo de progreso y futuro.
Al «cambio» le sumaron «diálogo», «consenso», «amor» y «alegría», condimentos inspirados en las reglas gastronómicas que indican que hay que colocar en la masa especias para darle más sabor. Los creadores de esa mezcla, que a muchos resulta gustosa, concluyen que se puede ir hacia una sociedad «ideal» sin fuertes disputas. Un mundo abstracto, pero tranquilo, que oculta y niega –ficticiamente- la existencia de intereses antagónicos que son bien concretos y cotidianos.
Lo primero que surge de esta realidad electoral es la contradicción flagrante de que el discurso pro-cambio provenga de una fuerza decididamente conservadora en su ideología y conducta política, reflejadas en la gestión PRO. En realidad, la auténtica ideología del cambio fue siempre, y también lo es en la actualidad americana y argentina, patrimonio de las organizaciones políticas de carácter nacional y popular, y de izquierda.
Podemos afirmar que el cambio ha sido siempre lo nuestro. Pero, ¿cuál debe ser su sentido? Este interrogante básico tiene que ser respondido para que una meta tan valiosa no sea malversada por propagandistas de laboratorio. Cambiar es transformar la realidad, lo instituido y consagrado por el orden rígido de un poder de época. O sea, lo opuesto a conservar el sistema económico hegemonizado por los grandes empresarios locales y extranjeros y los núcleos dogmáticos, que se oponen con furia a los cambios culturales y sociales que beneficiaron a las más diversas minorías y posibilitaron una sociedad mucho más democrática.
Si nos remitimos a las ideas puestas en práctica por Macri veremos que temas tan sensibles como la distribución del ingreso, la educación o la salud quedan en manos del «dios mercado», que no habita en los cielos ni en el Olimpo, sino que se pasea cómodamente por la Asociación Empresaria Argentina, el Foro de Convergencia, la Unión Industrial y la Sociedad Rural.
La idea de Cambiemos es claramente de cambio hacia la derecha. Las evidencias sobran, incluyendo la opinión mayoritaria de sus máximos referentes: «hay que mirar hacia delante y no hacia atrás» en el tema de Derechos Humanos, o sea «pacificar» con los genocidas y ladrones de niños.
El contundente viraje a la derecha que implicaría un gobierno PRO puede avizorarse considerando la labor parlamentaria de sus dirigentes en los últimos años, en la que muestran una notable dosis de coherencia conservadora. Se puede hallar el voto negativo del Bloque PRO para la estatización de YPF; la ausencia total de sus diputados durante las sesiones en las que se aprobaron el nuevo código Civil y Comercial y el voto de los jóvenes a partir de los 16 años, así como el rechazo a los cambios a la ley de abastecimiento sancionada con el fin de controlar los abusos de los empresarios en materia de precios de productos básicos. En 2015 sobresale la abstención en el tratamiento de la Comisión Bicameral de Identificación de las complicidades económicas durante la última dictadura militar. En síntesis, casi nada de Estado y mucho poder a las corporaciones y al mercado.
Por fuera de las grandes líneas macroeconómicas, un gobierno macrista, con su fuerte impronta contrakirchnerista, pondría en riesgo las fuentes de trabajo, la actualización de las jubilaciones y las paritarias, así como los beneficios de la seguridad social. También la posibilidad de continuar con los canales Encuentro y Pakapaka, y el fútbol gratuito para todos; es decir, la privatización de la cultura, ahora accesible a las grandes masas. Los logros sociales y culturales no devienen del fluir de la naturaleza, sino que han sido producto de políticas de Estado. El macrismo implicaría la finalización de todas las políticas kirchneristas y el retorno a los «modernos» noventa del menemismo, aquel derrape planificado por los mismos que hoy son el sustento del PRO (y de Cambiemos) y que festejaron alborozadamente en la Bolsa de Comercio el lunes, cuando la city porteña y los mercados estuvieron de fiesta.
Claro que hay que cambiar, o mejor, continuar cambiando, pero de verdad. Más Estado presente y activo para defender a las mayorías, para que estas sigan recibiendo cada vez una porción más importante de los ingresos; más protagonismo del pueblo y participación en la gestión, rechazando los elitismos que segmentan y discriminan a la sociedad. Cambiamos si seguimos por el camino de integración con los países hermanos de nuestro continente y si estamos abiertos a construir lazos con los nuevos emergentes mundiales dispuestos a invertir en las obras de infraestructura que necesitamos para seguir desarrollando una industria nacional fuerte y autónoma.
Debemos reconocer que a Macri audacia no le falta: le dijeron que convoque a la izquierda, a los socialistas y a los peronistas, y no dudó en hacerlo. Esa apelación choca con la idea de los paradigmas igualitaristas de la izquierda y con las banderas fundacionales del peronismo, de justicia social, independencia económica y soberanía política. Se trata de un fraude discursivo.
En suma, el macrismo es irremediablemente conservador y reaccionario a todo progreso social, tanto en lo económico como por su oscurantismo cultural, aunque como dice Discépolo en «Qué vachaché», se «disfrace sin carnaval».
Tras las brumas discursivas, el cambio macrista no es otra cosa que la pérdida de las conquistas de estos años kirchneristas de progreso y más justicia social para los trabajadores y las clases medias.
Hay que decirlo crudamente: los avances alcanzados no son eternos ni están asegurados. No está escrito en ningún dogma que serán para siempre. Son el resultado de políticas deliberadas para llegar a esas metas, muchas de ellas soñadas por anteriores generaciones que por ese sueño pagaron con 30.000 vidas.
Para sostener esas conquistas, vamos con la firmeza y la determinación de siempre a defender el presente y el futuro, convocando a votar por la fórmula kirchnerista Scioli-Zannini. «

Nota publicada en Tiempo Argentino 30/10/2015

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