Tiempo Argentino | Opinión
Siempre es oportuno y valioso traer a nuestra memoria aquella enseñanza de Cervantes acerca del valor de la historia: «Madre de la verdad, émula del tiempo, depósito de acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.»
Este año se cumplieron 100 años de la célebre Carta de Jamaica, notable escrito en el cual Simón Bolívar reflexiona sobre la derrota transitoria del proceso independentista y plantea claves y nuevos retos para aquella coyuntura y el porvenir nuestroamericano.
Repasemos: en septiembre de 1815 Bolívar se había exiliado en Jamaica, tras la caída de la Segunda República en su Venezuela natal. Por entonces, el escenario de reflujo de la revolución independentista se extendía a gran parte del continente, después de la derrota de los patriotas en Chile y la ofensiva española hacia el sur proveniente de su bastión limeño. Luego de tres siglos de brutal opresión colonialista, la América naciente carecía de experiencia de autogobierno, a la vez que la ruptura de los vínculos de sometimiento abría un desafío acerca de la política e institucionalidad que debía adoptarse en la nueva Patria común. La experiencia en su propia tierra y su estadía en Haití, la naciente República Negra, le permitieron a Bolívar reformular su programa emancipador, incorporando al mismo la libertad de los esclavos y la distribución de la tierra. A partir de esta línea política, las masas campesinas se sumaron a la causa independentista, lo cual resultó determinante para la lucha emancipadora.
Un desafío similar fue zanjado por Juan José Castelli, quien plantó las banderas de la Patria sobre las ruinas de Tiahuanaco, proclamando: «Siendo los indios iguales a todas las demás clases, declaro que son acreedores a cualquier destino y empleo de que se consideren capaces y que en tres meses deberán derogarse los abusos perjudiciales a los Naturales y fundados los establecimientos para su educación, sin que pretexto alguno lo dilate.» Dos siglos después, Evo Morales, descendiente de aquellos indios liberados por la revolución, juró como Presidente de la nación boliviana, en aquellas ruinas, con sus dioses y su histórico pueblo.
El enorme desafío para los fundadores de nuestras Patrias era –como advertía su maestro Simón Rodríguez- inventar, pues la copia de viejos modelos constituía un camino al fracaso.
El ciclo abierto por Hugo Chávez en América Latina a partir de su triunfo electoral de 1998 reabrió un tiempo de recuperación del proyecto original de Patria Grande enarbolado por los líderes más lúcidos. «Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación que ligue las partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse.»
¿Qué hay de común y qué hay de distinto en esta época? ¿Hasta qué punto los debates y combates que alumbraron la Independencia americana se prolongan hasta este presente esperanzador y desafiante?
Se ha señalado que la emancipación americana ha sido un proceso inconcluso y, en tal sentido, entendemos que el camino abierto en 1998 recupera aquellas metas de igualdad y justicia. Cambió el contexto, con nuevos poderes fácticos, especialmente el capital especulativo y las empresas transnacionales, junto a potencias mundiales que declinan pero aún son hegemónicas y agresivas.
El mundo, que va mutando hacia un mapa multipolar, asiste a una transición cuyo final no está escrito, solo puede afirmarse que en poco tiempo la Humanidad será distinta y sus orientaciones serán materia de controversia y disputa.
La exaltada virulencia de la ultraderecha –como el Tea Party norteamericano- y las inmorales maniobras de los grupos más especulativos y agresivos del capitalismo -como los fondos buitre- son síntomas de debilidad y decadencia del sistema. La aparición de Latinoamérica en este inesperado siglo XXI con UNASUR y CELAC, el surgimiento de los BRICS, y las nuevas alianzas entre bloques económicos, políticos e institucionales han generado una sólida plataforma con vistas a la construcción de un mundo diferente. Hace 15 años la rebeldía de los pueblos no tenía dónde anclarse. Actualmente hay Estados y organismos supranacionales que habilitan nuevas vías para la construcción de acuerdos que fortalecen a nuestras democracias en su búsqueda de crecimiento, desarrollo autónomo y distribución de la riqueza.
La peregrina idea de que alguien puede actuar aislado es sólo un recurso propagandístico anacrónico. Aquí es donde la visión anticipatoria de Bolívar y San Martín, acerca de la imperiosa unidad americana, mantiene su vigencia y vitalidad. Como ocurrió en aquellos tiempos fundacionales, la unidad e integración de los pueblos del continente es una condición excluyente para el triunfo de las nuevas democracias populares emergentes de la catástrofe neoliberal.
Justamente, están en disputa dos posturas frente a estos dilemas mundiales. Uno, amarrado a poderes decadentes que no tienen para ofrecer otra cosa a los pueblos que succión de sus riquezas, dominación política y hegemonía cultural exógena, y que en su declinación histórica reaccionan con furor para defender sus privilegios económicos y culturales.El otro paradigma es el que deviene de nuestra identidad, y que asume los riesgos de ser libres sin cortapisas. Desde esta perspectiva, las repúblicas americanas del siglo XXI sólo pueden pensarse como democracias con una fuerte participación de la ciudadanía en la gestión pública y en la construcción política.
En ningún país capitalista de nuestra época existe una democracia en abstracto. Siempre se desarrollan condicionadas y entrelazadas con el poder real, económico y cultural vigente. Por lo tanto, las mayorías sociales y políticas deben luchar por ejercer en la práctica su derecho a cambios que lleven hacia el progreso de su pueblo y la autonomía nacional. Siempre existen sectores irremediablemente reaccionarios que pugnan por concentrar las riquezas y restringir las democracias. De allí que una vez más, ante las encrucijadas de la historia, como la actual en nuestro país, el pueblo debe optar entre el retorno al perimido partido del orden y las elites, o un futuro hacia los cambios y la justicia social. «