Historia y democracia

Tiempo Argentino | Opinión

Un viejo proverbio popular afirma: «Lo único seguro es el futuro, porque el pasado cambia todo el tiempo». Puede decirse, entonces, que en tiempos de cambio se alteran las lecturas de la historia y se renuevan las visiones sobre acontecimientos pasados.

Un viejo proverbio popular afirma: «Lo único seguro es el futuro, porque el pasado cambia todo el tiempo». Puede decirse, entonces, que en tiempos de cambio se alteran las lecturas de la historia y se renuevan las visiones sobre acontecimientos pasados. Las nuevas interpretaciones no tienen un mero sentido evocativo, ya que operan como claves para comprender los orígenes e iluminar hechos y personajes que cimientan una determinada visión del pasado que se proyecta al presente. En ese devenir, la historia y la política se encuentran, constituyéndose en una unión fecunda que nutre a los proyectos emancipadores, pero que también es modelada por los poderes fácticos de la época para favorecer su legitimación en términos culturales.
Las lecturas de Simón Bolívar o de José de San Martín como figuras marmóreas, cuyo reconocimiento pasa por la dimensión meramente militar: «San Martín, el señor de la guerra por secreto designio de Dios»; la omisión del papel de la mujer, indios o negros en la lucha independentista; el ocultamiento del programa emancipador del siglo XIX y los silencios sobre las disputas alrededor del proyecto de Patria Grande americana intentan no sólo ejercer un predominio sobre la lectura del tiempo pretérito, sino interpretar nuestro presente, nuestra identidad y nuestro porvenir. El predominio secular de la historiografía liberal negando la relevancia histórica del proyecto de integración continental ha sido, por dos siglos, una eficaz barrera cultural. Uno de los méritos sustantivos del presidente Hugo Chávez Frías fue reponer a la Historia como herramienta de esclarecimiento de luchas silenciadas y líderes ocultados por el relato hasta entonces hegemónico. En estos términos lo planteaba Chávez: «No es entonces mera retórica nuestra bolivarianidad. Es una necesidad imperiosa para todos los venezolanos, los latinoamericanos y caribeños, rebuscar atrás, rebuscar en las llaves y las raíces de nuestra propia existencia, la fórmula para salir de este terrible laberinto en que estamos todos, de una o de otra manera. Es tratar de armarnos de una visión jánica necesaria hoy, del dios mitológico Jano, quien tenía una cara hacia el pasado y otra cara hacia el futuro.»
En estos días electorales en los cuales hay tanto por definir, la agenda pública de nuestro país está atravesada por intensos debates y disputas. En los medios y en ciudades y pueblos se libra una batalla cultural -que permite develar tramas ocultas- acerca de qué entendemos por democracia, por república y por ciudadanía. Los dispositivos de los medios de comunicación hegemónicos se ven en figurillas para blindar a candidatos que han gozado de impunidad mediática por años; el caso paradigmático es Mauricio Macri, cuya política pública injusta, ineficaz y corrupta se va desnudando ante la opinión pública, condicionando al fracaso el ensayo por imponer a la ciudadanía un exponente de la derecha conservadora. Las maniobras para detener el proceso iniciado en 2003 en Argentina -como parte del cambio regional- vienen tropezando en la mayoría de las elecciones en el continente. Mas, claro está, aquí nadie se rinde.
De allí que el diario conservador La Nación reivindicó en uno de sus editoriales el «derecho» de Mirtha Legrand de disparar al aire que la presidenta Cristina Fernández es una dictadora y el kirchnerismo una dictadura. Se trata de un ejemplo patético de las acciones de los medios de comunicación para instalar ideas y símbolos que descalifican a quien piensa distinto, al tiempo que se objeta la legitimidad de un gobierno surgido de una de las esencias de la democracia moderna: el sufragio universal. Casos como los de la conductora televisiva y los editoriales pseudo republicanos dejan al descubierto la ideología de las elites que no están dispuestas a aceptar gobiernos transformadores que se apoyan en las mayorías sociales conformadas por trabajadores y clases medias.
Resulta imprescindible reivindicar a la Historia como ciencia social valiosa y determinante para la lucha emancipadora, liberándola de la influencia de los sectores retardatarios y sus voceros mediáticos y culturales.
Octubre es un mes cargado de significados para nuestro país. Podemos mencionar tres figuras que en diversos octubres dejaron una marca indeleble de su paso por la historia nacional. El 12 de octubre de 1812, a los 48 años, fallecía Juan José Castelli, gran revolucionario de Mayo, notable orador y político de la causa patriótica. El prócer generó, en el cortísimo ejercicio de su gobierno, medidas trascendentes: reparto de las tierras expropiadas a los enemigos de la revolución entre los trabajadores de los obrajes, anulación total del tributo indígena y suspensión de las prestaciones personales; equiparó legalmente a los indígenas con los criollos y los declaró aptos para ocupar todos los cargos del Estado; tradujo al quechua y al aymará los principales decretos de la Junta; abrió escuelas bilingües quechua-español y aymará-español; removió a todos los funcionarios españoles de sus puestos. En sus palabras: «Nuestro destino es ser libres o no existir, y mi invariable resolución sacrificar la vida por nuestra independencia. Toda la América del Sur no formará en adelante sino una numerosa familia que por medio de la fraternidad pueda igualar a las respetadas naciones del mundo antiguo.»
Otro nombre que resulta obligado incorporar en la efeméride es el de Juan Domingo Perón, nacido un 8 de octubre de 1895. El fundador del peronismo expresó un proyecto colectivo que se resumió en las muy vigentes banderas de justicia social, independencia económica y soberanía política. Con una trascendente visión para su época, bregó por avanzar en el proyecto inconcluso de unidad continental y de creación de un polo mundial independiente.
El tercer nombre que queremos recuperar de la historia para el presente y el porvenir es el de Ernesto Guevara, asesinado un 9 de octubre de 1967. De las muchas cosas que legó con su ejemplo y su pensamiento rescatamos el valor de la unidad de los pueblos, único modo de construir un porvenir de justicia y dignidad: «Si fuéramos capaces de unirnos, ¡qué grande sería el futuro, y qué cercano!» Ese futuro es el de democracias sustentadas en el protagonismo del pueblo, soberanías y dignidades que los defensores del orden neoliberal se empeñan en impedir.

Nota publicada en Tiempo Argentino 09/10/2015

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