Allende y el presente americano

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Tiempo Argentino | OPINIÓN

«En esta hora aciaga quiero recordarles algunas de mis palabras dichas el año 1971, se las digo con calma, con absoluta tranquilidad, yo no tengo pasta de apóstol ni de mesías. No tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado (…) sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena y defenderé el gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado (…) Sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo (…) Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente.»

Por Juan Carlos Junio

Era el 11 de septiembre de 1973. Fue la última vez que Salvador Allende se dirigió a su pueblo como presidente legítimo de Chile, antes de dar la vida para defender la institucionalidad democrática del proyecto político emancipador que encabezó desde 1970. El ensayo fue audaz: se trataba de desarrollar una revolución socialista por la vía pacífica.

Sus medidas de redistribución progresiva de la riqueza, fuerte rol del Estado, nacionalización del cobre, promoción de iniciativas de organización y protagonismo popular eran un ejemplo inaceptable para EE UU.

La declaración de la doctrina Monroe en 1823 fue un grito de guerra que EEUU cumplió a rajatabla, colocando un límite al dominio ultramarino de las potencias europeas y advirtiendo que América era para los (norte) americanos. En su carta del 5 de agosto de 1829, Simón Bolívar le escribía al entonces encargado de negocios norteamericano: «Los Estados Unidos (…) parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad.» El siglo XIX demostró que la intuición de Bolívar se cumplió, comenzando por la ocupación y anexión de buena parte del territorio mexicano original. En 1898 la Revolución Independentista de Cuba, que costó la muerte de José Martí en el campo de batalla, fue revertida y condicionada por la Enmienda Platt que, en los hechos, convirtió a la isla caribeña en una semi-colonia norteamericana desde 1902 hasta la Revolución fidelista de 1959.

Todo el siglo XX ha sido escenario de intervenciones directas e indirectas de EEUU en la vida de nuestros países: en Nicaragua impulsó una invasión, y como no pudo triunfar militarmente por la decidida acción del Ejército Popular dirigido por César Sandino, el «General de Hombres Libres» fue asesinado y se instauró una dictadura por décadas. Esta experiencia reveló la invención de un método efectivo para no involucrarse directamente en las matanzas, transfiriendo esa labor a los propios gobiernos que lograban subordinar. Se desplegó así la vía de los golpes de Estado, tras convertir a las fuerzas armadas en ejércitos de ocupación contra sus pueblos.

El capítulo latinoamericano de la Guerra Fría puede verse a lo largo del tiempo. En la década del cincuenta fue el golpe de Estado contra Jacobo Árbenz en Guatemala; en nuestro país, contra Juan Domingo Perón; en los sesenta, contra João Goulart en Brasil; y en los setenta, en casi toda la región.

Así es que el aniversario del golpe en Chile se inscribe en una estrategia de dominación de la potencia capitalista hegemónica, instrumentada por el premio Nobel «de la Paz» Henry Kissinger.

¿Cuál es la enseñanza que deja este proceso y qué tiene en común con la actual coyuntura? A diferencia del siglo pasado, y tras el diluvio neoliberal, emergieron en nuestro continente gobiernos populares y democráticos que han hecho irreconocible el panorama anterior. La recreación del proyecto de Patria Grande americana se expresó en acontecimientos muy trascendentes. Un momento fundamental se dio en 2005: el trío Chávez-Kirchner-Lula marcó con su determinación y valentía política un verdadero cambio de época dando por tierra con el ALCA, el gran proyecto neocolonial liderado por George W. Bush.

Vinieron luego avances en la creación de ALBA, Unasur, Celac, que multiplicaron en términos políticos e institucionales la integración nuestroamericana, aunque no cesaron las acciones antidemocráticas y violentas del Imperio.

Los múltiples intentos desestabilizadores han fracasado en la mayoría de los casos: Venezuela 2002; Bolivia y Argentina 2008; Ecuador 2010; Brasil 2014, aunque hubo dos casos en que los golpes prosperaron: Honduras en 2009 y Paraguay en 2012.

El hilo visible entre el golpe en Chile y los actuales ensayos en la región tienen una misma raíz, aunque un contexto histórico muy distinto.

Si en aquella coyuntura continuaba la Guerra Fría, hoy estamos frente a la emergencia de un mundo multipolar que cada vez pone más límites a las pretensiones imperialistas de EE UU.

Cada vez es más costoso para los poderes mundiales encarar sus aventuras intervencionistas por razones económicas y, principalmente, políticas.

Nuestro país ha sido, en tal sentido, un actor determinante a la hora de dar batallas sustantivas. Tanto Néstor Kirchner como Cristina Fernández fueron los primeros en acudir a solidarizarse y cerrar filas ante cada uno de los intentos antidemocráticos llevados a cabo en nuestro continente. Las políticas anticolonialistas de nuestro reclamo por Malvinas, las inéditas conquistas en la lucha contra los fondos buitre, las posturas en los foros internacionales demandando cambios en el sistema institucional existente, las críticas al sistema financiero global y sus paraísos fiscales, y la permanente confrontación con el FMI nos colocan en un lugar que será reconocido en la historia de la larga lucha de los pueblos contra las modernas formas de dominación.

Sin dudas, el compromiso por la liberación nacional es el mejor homenaje que podemos realizar a Salvador Allende este 11 de septiembre. Para nosotros, sus palabras finales conservan plena vigencia: «Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.» Un nuevo mundo está naciendo, y Nuestra América está cada vez más comprometida con un proyecto civilizatorio de justicia, igualdad y emancipación de toda la humanidad.

Nota publicada en Tiempo Argentino

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