Tiempo Argentino | OPINIÓN
El domingo 16 de agosto se celebró en nuestro país el Día del Niño. En estas fechas suelen mezclarse, de modo poco armónico, sentidos y significados diferentes. Hay quienes alegan que estos días tienen un cariz comercial enfocado en la venta de regalos. Otros se niegan a darle ese significado y defienden la existencia de momentos de afecto y encuentro con quienes cada día se construyen vínculos sin cálculos interesados.
Por Juan Carlos Junio
Lo más adecuado es que las efemérides sean leídas en clave histórica, también en el caso de los niños. El Día del Niño adquirió visibilidad internacional por la Resolución 836 (IX) emitida por la Asamblea de Naciones Unidas en 1954, ponderando al niño como sujeto de derecho. En nuestro país, la emergencia del liberalismo a fines del siglo XIX y su necesidad de educar para que el país crezca bajo la hegemonía de la oligarquía triunfante generó una política educativa que favoreció la incorporación de la niñez a la escuela pública. El guardapolvo blanco morigeró las profundas grietas sociales de la época.
Ya avanzado el siglo XX se conformó en la escuela la drástica separación entre niños y niñas, sustentada en una ideología conservadora y sexista. Hizo falta un largo período de disputa ideológica en el campo de la pedagogía para romper con esa separación artificiosa, que imposibilitaba que niños y adolescentes se desarrollen en un clima de natural convivencia.
La tradición nacional-popular encarnada en el peronismo afirmaba en aquella Argentina que construía una sociedad de justicia social plena: «Los únicos privilegiados, los niños.» Esta definición ponía en el centro de la vida social la preocupación por la niñez, lo cual implicaba la idea de cambiar un orden social fundado en la injusticia, la explotación y la desigualdad. El punto nos lleva a reflexionar sobre los avances que se dieron, a nivel nacional e internacional, a propósito de la niñez como un universo humano que debe ser protegido, escuchado, acompañado y estimulado para avanzar hacia una vida plena, libre y feliz.
En 1959 las Naciones Unidas aprobaron la Declaración de los Derechos del Niño. En sus considerandos se establecen las bases que aseguren a cada niño «tener una infancia feliz y gozar, en su propio bien y en bien de la sociedad, de los derechos y libertades (…) enunciados». Allí se establece: 1) Que todos los niños tienen los mismos derechos, sin excepción ninguna; 2) Que entre esos derechos se establece el de la protección y un desarrollo integral; 3) A un nombre y una nacionalidad; 4) A la seguridad social; 5) A la atención especializada frente a cualquier discapacidad; 6) Al amor y la comprensión -especialmente de sus padres-; 7) A la educación; 8)Prioridad en caso de urgencia de atención y socorro; 9) Protección contra toda forma de abandono, crueldad y explotación; 10) Protección contra prácticas que fomenten la discriminación de cualquier índole. En suma, un avance notable en términos sociales y culturales.
En 1989 se da otro paso adelante al sancionar la Convención de los Derechos del Niño, que en su artículo 12° establece que los Estados deben garantizar, a los niños que estén en condiciones de formar un juicio propio, el derecho de expresar sus opiniones libremente en todos los asuntos que los afecten, teniéndose debidamente en cuenta sus opiniones, en función de su edad y madurez.
En nuestro país la ley de protección de niños, niñas y adolescentes, así como el nuevo Código Civil conciben a la niñez como sujeto de derecho y no sólo como objeto de protección. Este hecho marca un notable salto cualitativo en el abordaje legal para avanzar en la ampliación de derechos.
Este año la celebración del Día del Niño en Argentina coincidió con el Día del Niño en Paraguay, que no está fijado en un domingo determinado, sino el 16 de agosto. En esa fecha se conmemora la Batalla de Acosta Ñu, o de los Niños, la última de las grandes batallas de la Triple Alianza, que Juan Bautista Alberdi calificara para siempre como la «Triple Infamia». Sin duda, fue de los hechos más crueles de esa guerra oprobiosa para los países que integramos esa alianza, que llevaría a cabo una política de exterminio del pueblo paraguayo.
Aquel día de 1869 quedaría incrustado en la memoria de nuestros pueblos, unos como víctimas y otros como victimarios: 20 mil soldados brasileños y argentinos atacaron a las menguadas tropas del mariscal Francisco Solano López. El grueso de las fuerzas paraguayas eran niños de entre 7 y 14 años. Los guaraníes retrocedieron hasta que quedaron atrapados en el paraje denominado Campo de Acosta Ñu. La caballería del Imperio Brasileño embistió a la «tropa enemiga» masacrando a aquel ejército de niños disfrazados de soldados adultos. Los ejércitos coaligados impulsados por la sombría omnipresencia de la diplomacia inglesa -dirigidos por el líder del imperio brasileño el Conde D’Eu- consumaron el genocidio de tres Estados de Suramérica contra un país y un pueblo hermano. Este Día del Niño paraguayo nos sumerge en otra reflexión sobre un acontecimiento bochornoso e imborrable, contrastante con un presente de propuestas reparadoras, que encierra el proyecto revivido de construcción de la Patria Grande americana, sustentado en principios de igualdad y solidaridad entre nuestras naciones y pueblos y en la defensa común del continente como región de paz.
Será cierto que el Día del Niño tiene un componente comercial -que ha permitido la creación de nuevos empleos y el desarrollo industrial de los rubros enfocados en el segmento infantil-, que se amalgamó con una celebración de amor a los niños. Pero también es cierto que la conmemoración, si la unimos a la idea de lucha por el porvenir colectivo, evoca a la memoria, a nuestra historia y cultura, y a la esperanza. La memoria debe ser asumida en plenitud, o sea, comprometiéndonos con las responsabilidades y reparaciones por los actos infamantes contra los pueblos. Memoria, también, de las acciones u omisiones que desde las políticas han causado privaciones de derechos, especialmente de los niños y los más vulnerables, aunque en este nuevo tiempo americanista se repararon muchos de los crímenes e infortunios que sufrieron nuestros pueblos y, particularmente, nuestra niñez.
Este Día del Niño y los que vendrán serán momentos de afecto y amor, pero también de reflexión para que nuestros chicos vean asegurado su derecho a una vida digna y feliz.
Nota publicada en Tiempo Argentino el 21/08/2015