Tiempo Argentino | Opinión
La tragedia que está viviendo Grecia debe ubicarse esencialmente como un tema político antes que económico, aunque ambos aspectos se presenten amalgamados.
Por Juan Carlos Junio
La tragedia que está viviendo Grecia debe ubicarse esencialmente como un tema político antes que económico, aunque ambos aspectos se presenten amalgamados.
Los líderes europeos, hegemonizados por Ángela Merkel en representación de la Banca y las corporaciones alemanas, sostienen las mismas exigencias que ya plantearon a los gobiernos socialdemócratas primero, y liberales después; que cedieron y terminaron despedidos por su pueblo. La conducta de los líderes capitalistas desde la asunción del nuevo gobierno de Alexis Tsipras fue la de reclamar que incumpla sus promesas electorales, so pena de la amenaza de una salida abrupta de la Unión Europea (el llamado «Grexit»).
El mandato emanado de las urnas fue claro: no al ajuste y la austeridad sin salir del Euro. Desde ese precepto, Tsipras concedió algunas demandas significativas impuestas por la Troika (como llegar a un superávit fiscal en 2018 del 3,5%), lo cual implicó ciertas reducciones del gasto social, pero evitó las medidas solicitadas que harían recaer aún más el ajuste en los trabajadores, los jubilados y las clases medias.
La Troika sigue exigiendo reducción de los haberes jubilatorios, a la vez que se niega rotundamente a aumentar los impuestos a los más ricos.
De allí que la cuestión principal no es si se ajusta más o menos, aunque está probado que los resultados de esas políticas siempre recaen sobre la población. Se trata de una cuestión eminentemente política. Si se cumple el mandato popular que recibió Syriza, será un mal ejemplo para el resto de los países de la Eurozona y para todos aquellos a los que el FMI obliga a aceptar sus dictados desde hace décadas. Esa es la cuestión.
Diferentes hechos lo demuestran. Un ejemplo fueron las palabras del ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble, quien comentó que se sentía «perplejo y deprimido» por el llamamiento de Tsipras al referéndum, aunque un mes atrás, en un vano intento de presión, él mismo instaba a realizarlo: «Tal vez sería una medida correcta permitir que el pueblo griego decida», decía en aquel entonces. Hoy se desdice y amenaza abiertamente al señalar que un voto negativo sería parecido a un «suicidio griego». En el mismo sentido se pronunció Françoise Hollande, caracterizando al referéndum en términos extremos: «Los griegos decidirán si desean quedarse en la Eurozona», una apreciación amañada, que ha sido también sostenida por su par italiano, Matteo Renzi. Se aprecia claramente que, a pesar de sus matices, la socialdemocracia se subordina a los intereses del capitalismo neoliberal alemán.
Por su parte, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, quien fuera primer ministro del Gran Ducado de Luxemburgo, un paraíso de los lavadores de dinero; sostiene un argumento muy similar. El líder de los financistas ya pontificó: «O bien somos todos ganadores o somos todos perdedores», lo cual choca con la realidad, ya que los ganadores son siempre los banqueros y los pueblos, los que pierden.
Cuando aún la crisis en Grecia no era tan profunda y descarnada, el diario alemán Bild tituló, en marzo de 2010: «Vendan sus islas, ustedes griegos en bancarrota, y la Acrópolis también.» La crueldad y soberbia que expresa ese título junto al contenido de la nota, refería a una propuesta en ese sentido de Josef Schlarmann, un conocido miembro del partido Demócrata Cristiano de la canciller Angela Merkel, y de Frank Schaeffler, parlamentario de “Demócratas Libres», aliado del gobierno.
Más aún, en la última «propuesta» hecha por la Troika a Grecia, se exige que se privaticen todos los activos importantes que existen: los aeropuertos, incluidas las tierras del viejo aeropuerto Hellinikon; Trainose, la compañía de trenes de Grecia; la línea aérea Egnatia; y los puertos del Pireo y Salónica. Estas últimas deberán materializarse antes de octubre de este año, para generar «pasos irreversibles» hacia la privatización de todos esos activos. Este reclamo fue congelado por el actual gobierno helénico de Syriza.
Desde un enfoque ideológico de izquierda, varios destacados intelectuales, entre los que se encuentran Étienne Balibar, Immanuel Wallerstein, Chantal Mouffe y Slavoj Zizek, redactaron una carta de apoyo a Grecia, en la cual expresan que «en contra de la corriente, el pueblo griego eligió al líder del partido Syriza el 25 de enero con un claro discurso que apuntaba a ponerle fin a las políticas de austeridad». Señalan que recientemente los prestamistas impusieron un ultimátum a Grecia: «Creemos que este ultimátum a los griegos y a la democracia debe ser rechazado. El referendo griego le otorga a la Unión Europea la posibilidad de replantearse los ‘ideales de la ilustración’ –igualdad, justicia, solidaridad– y los ‘principios de la democracia’ sobre los cuales descansa su legitimidad.»
Afirmamos al inicio que este tema se debe analizar desde lo político, asumiendo la crisis estructural del sistema capitalista en su propio epicentro. Las corporaciones tuvieron como estrategia central el financiamiento al consumo para compensar el congelamiento de los salarios reales y defender su tasa de ganancia. La estrategia derivó en una gran crisis financiera, que el propio sistema hizo recaer sobre las economías de los países más débiles, dejando a salvo del naufragio a los grandes capitales invertidos por los bancos, principalmente alemanes y franceses.
En este sentido, el caso griego es un ejemplo dramático, ya que, como en otros países, el fuerte déficit fiscal se produjo por el salvataje a los bancos, que la Troika transfirió obligatoriamente como deuda pública al gobierno griego. Ahora se le reclama al pueblo que pague los errores y aventurerismos de guante blanco, que por su codicia han cometido los grandes bancos europeos, con más desocupación, pobreza y ruina de sus clases medias, y hasta con sus tesoros arqueológicos y naturales.
Su argumento principal, una vez más, es el miedo. Es útil recordar en nuestro país los tiempos del menemismo y la Alianza, cuando publicaban todos los días las estratosféricas cifras de «riesgo país». Hoy dice Merkel: «Si fracasa el Euro, fracasa Europa». El voto por el «no» significará para ella la expulsión de Grecia del Euro. Mientras tanto, Rajoy en España impone la Ley Mordaza y Tsipras insta a su pueblo a votar por el «no» para fortalecer la democracia griega y negociar con más fuerza.