Tiempo Argentino | OPINIÓN
Un tema de gran trascendencia que pasó desapercibido en los medios, es la Reunión Ministerial Mercosur -Unión Europea llevada a cabo en Bruselas la semana pasada. La convocatoria tuvo como objetivo ponderar los avances hacia el logro de un acuerdo de asociación entre ambos bloques, que tendrá consecuencias económicas y políticas de magnitud.
Un tema de gran trascendencia que pasó desapercibido en los medios, es la Reunión Ministerial Mercosur -Unión Europea llevada a cabo en Bruselas la semana pasada. La convocatoria tuvo como objetivo ponderar los avances hacia el logro de un acuerdo de asociación entre ambos bloques, que tendrá consecuencias económicas y políticas de magnitud. En lo específico, el acuerdo se limita a una serie de ofertas de liberalización de bienes, servicios y compras del Estado, que el Mercosur ya ha efectuado. Pero como la Unión Europea tiene otros tiempos, todavía no ha cerrado su oferta; además tiene una gran resistencia a reducir aranceles u otorgar preferencias en productos en los cuales el Mercosur es competitivo. En realidad, lo que se intenta desde el Viejo Continente es mantener las asimetrías, las desigualdades entre los bloques, para que el de mayor peso económico y poder político imponga sus condiciones al otro.
Es importante señalar que se está negociando un acuerdo comercial con un socio poderoso, que ha sido históricamente uno de los bloques más proteccionistas del mundo; de allí que su voluntad de avanzar choca con la postura de nuestro país, expresada nítidamente por el canciller Héctor Timerman: «Vamos a hacer todo lo posible para que el acuerdo al que lleguemos con la Unión Europea, si llegamos, beneficie especialmente a los pueblos del Mercosur, porque creemos que no podemos sacrificar el bienestar de nuestra gente en pos de un acuerdo que no sea beneficioso para nuestros sectores.» Otros integrantes del Mercosur no plantean el condicionante del «si llegamos», sino «llegar sí o sí». Allí radica la gran diferencia que existe al interior de nuestro propio bloque.
Un claro ejemplo es el de Brasil, nuestro socio estratégico; que propone avanzar en el acuerdo, coincidentemente con su tránsito de un modelo económico distribucionista y americanista, a otro que ha derivado en la entronización de un ministro de Economía ultraliberal que aplica un plan de ajuste.
Otro factor político que se debe tener en cuenta es que si bien están surgiendo expresiones como Podemos o Syriza y otros emergentes de izquierda en la Unión Europea, aún son minoritarias, mientras que la idea predominante en el bloque del poder capitalista bajo la hegemonía de la Alemania de Merkel continúa siendo la del ajuste ortodoxo como «solución» a todos los problemas económicos. Justamente en estos días emerge dramáticamente la experiencia de la Comisión Europea, empantanada en los acuerdos con Grecia por su pertinacia en la exigencia a que renuncie a las políticas sociales que el pueblo votó mayoritariamente. Insisten en humillar al gobierno democrático de Alexis Tsipras y seguir sometiendo a más «austeridad» a los jubilados, los trabajadores y las clases medias. El establishment europeo rechaza la posición del gobierno helénico, cuyo primer ministro expresó, con razón, que Europa quiere humillar a Grecia y ponerla «de rodillas».
En este tema estratégico que definirá el futuro de nuestras relaciones comerciales con Europa, como en otros, subyace la disputa que existe en nuestro continente entre los proyectos populares que lo recorren con distinta intensidad, retomando el ideario bolivariano, y los proyectos que instrumenta el hegemón con el fin de torcer el rumbo para volver a los postulados neoconservadores de los noventa, hoy en boga en un bloque comercial: como el TLCAN (NAFTA por sus siglas en inglés) a pesar de la catástrofe social que va dejando a su paso.
Lo cierto es que las alianzas con impronta neoliberal en el continente ya tienen un importante grado de avance. En abril de 2011 nació la Alianza del Pacífico como una iniciativa de integración regional, formada por Chile, Colombia, México y Perú, países que en febrero de 2014 liberalizaron el 92% de su comercio. Una apertura comercial extrema y sin parangón. Costa Rica ya solicitó su adhesión e incluso Paraguay, un país que no linda con el Pacífico, ha solicitado su ingreso como observador.
También en 2005 se firmó el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica entre Brunéi, Chile, Nueva Zelanda y Singapur, y negocian para integrarlo Estados Unidos, Australia, Japón, Malasia, Perú, Vietnam, Canadá y México. Un conjunto de países de los más variados, sumados al quimérico relato de competir todos en igualdad de condiciones. En esa fábula convivirían pacíficamente en el «mercado global» los zorros, las gallinas, los buitres y las palomas, y todos saldrían ganando, Un sofisma, cuya falsa promesa resulta imposible aceptar.
Todas estas acciones recogen el sentido político del fracasado ALCA, sepultado en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata por Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Lula da Silva, que sentó las bases de una nueva y auténtica integración regional, y que luego dio origen a la Unasur y la Celac. Es ese espíritu político libertario e independentista, el que debemos sostener e intensificar, para defender los verdaderos intereses de los pueblos de Latinoamérica y el Caribe.
Cuando la presidenta Cristina Fernández reclama a propios y ajenos que digan qué harán si llegan a la Presidencia y qué papel jugará el Estado en el próximo gobierno; también demanda definiciones sobre el modelo de integración continental que van a fomentar. Ese tema nos impactará fuertemente como Nación, no sólo en lo económico, sino también en lo político, y especialmente en lo social. Debemos asumir que a pesar de los enormes avances logrados en la década, América Latina continúa siendo el continente más desigual cuando medimos los ingresos de la población, y que todavía la concentración y extranjerización de nuestras riquezas es decisiva. De allí que resulta vital seguir fortaleciendo la Unasur y la Celac, los nuevos organismos emergentes del proyecto de Patria Grande americana.
En las relaciones internacionales se dirime una de las vigas maestras del proyecto político de los tiempos por venir. Nuevamente se disputarán los dos proyectos entre los que el pueblo tendrá que pronunciarse. La vuelta a las relaciones carnales, ahora un poco disfrazadas, o la integración continental con un sentido americanista y liberador, enfrentando unidos los designios de los grandes monopolios, tanto locales como extranjeros.