El contraste entre los avances de estos años y la continuidad de prácticas inhumanas del capital nos obligan a reflexionar sobre la importancia de resguardar las conquistas y profundizar el camino emprendido.
Por Juan Carlos Junio
El 1º de Mayo tiene, para los argentinos y los trabajadores de todo el mundo, una gran relevancia que obliga a reflexionar acerca de los retos que emergen de su conmemoración. Resulta esencial partir del origen: el 1 de Mayo de 1886 estalló una huelga en Chicago por el reclamo de reducción de la jornada laboral a ocho horas diarias. Producto de esa lucha, ocho trabajadores fueron condenados a muerte. Por entonces, el revolucionario poeta cubano José Martí relataba el martirio de los trabajadores condenados: «salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro (…). Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: ‘la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora’. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable». El capitalismo mostraba «su rostro de barbarie exudando sangre y barro», como denunciara Carlos Marx.
Un hito en la génesis del nuevo orden social fue la colonización americana, que generó el primer y más grande genocidio de la historia, con el propósito de saquear las riquezas de los pueblos originarios. El oro y la plata extraídos de nuestro continente constituyeron un factor decisivo en la financiación del desarrollo y la consolidación del nuevo orden capitalista.
El sistema naciente, para asegurar el proceso de acumulación originaria de su capital, no trepidó en toda su historia en la utilización de la coerción social. Inglaterra fue su expresión más pura en el plano productivo, desarrollándose allí desde el Siglo XVIII las más variadas formas de violencia para imponer el nuevo sistema económico y político, lo cual fue generando inevitables respuestas defensivas en la también naciente clase obrera.
Las principales potencias industriales fueron implantando la materialidad y la cultura de la producción de las primeras manufacturas. Primero fue la ley de cercado de tierras, que institucionalizó la expulsión de los campesinos hacia las ciudades; y, más tarde, la exigencia a los desplazados de tener un empleo en los talleres urbanos, bajo la amenaza de prisión, tortura y muerte.
En los finales del Siglo XVIII, en plena Revolución Industrial, cuando florecían las primeras fábricas, no vacilaban en incorporar la mano de obra infantil en las industrias y los socavones mineros. No había límite a la extensión de la jornada de trabajo, ni legislación protectora de ningún tipo. El siervo de la gleba, el campesino atado a la tierra, se transformaba en obrero despojado de los más elementales derechos.
La primera reacción de los trabajadores ingleses fue asaltar las fábricas y romper las máquinas. Sin embargo, no tardaron en vislumbrar que el problema no eran las máquinas, sino las relaciones sociales de opresión. Sucesivamente fueron generando invenciones organizativas -culturales y políticas-, algunas de las cuales continúan vigentes. En primer lugar, los sindicatos como estructuras capaces de defender los intereses inmediatos de los trabajadores. Luego, las cooperativas como modo de resolución colectiva y solidaria de problemas comunes. Tercero, el socialismo como horizonte político de superación de las causas profundas de la injusticia social.
Transcurridos casi 130 años del emblemático episodio de Chicago, vale la pena hacer memoria sobre las motivaciones vitales de aquellos obreros: habían reclamado a la legislatura de Nueva York la abolición de la ley que prohibía el trabajo por más de 18 horas «salvo caso de excepción» y demandaban «ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño, ocho horas para la casa», una reivindicación por la cual los periódicos de la época, que expresaban los intereses de los propietarios de las fábricas, definían a los trabajadores como «lunáticos poco patrióticos».
En nuestro país, en la segunda mitad del Siglo XX, dos disputas atravesaron –no sin dramatismo– a nuestro pueblo: trabajadores vs. grandes monopolios (extranjeros o locales) y liberación nacional vs. dependencia económica y política.
En este nuevo aniversario, la conmemoración de los trabajadores de todo el mundo debe tener el sentido de homenaje y memoria a los mártires de Chicago y de compromiso y lucha frente a los desafíos actuales. El Siglo XXI nos encuentra, en nuestra Patria y en América toda, en plena ruptura con el injusto y anacrónico orden neoliberal, construyendo un nuevo camino socialmente justo, distribuyendo con un sentido de solidaridad social nuestras riquezas económicas y recursos naturales, revalorizando nuestras tradiciones y valores culturales. Un rasgo esencial del actual proceso histórico argentino y continental es el reconocimiento a las distintas tradiciones políticas populares y la decisión de construir colectivamente un proyecto soberano y emancipador, como única vía para sumar fuerzas en pos del objetivo común.
En estos últimos años nuestro país avanzó notablemente en la reparación de las condiciones de vida y de trabajo de las mayorías sociales en toda su diversidad. Grandes cambios en la legislación y otras muchas medidas de políticas públicas dan cuenta de esas conquistas innegables. A pesar de lo señalado, se debe asumir el oprobio de no haber podido evitar que esta semana mueran, en un incendio en un taller clandestino, dos niños, quienes estaban encerrados por un «señor» esclavista moderno, muy parecido a los de los albores del Siglo XIX.
El contraste entre los avances de estos años y la continuidad de prácticas inhumanas del capital nos obligan a reflexionar, en este 1º de Mayo, sobre la importancia de resguardar las conquistas y profundizar el camino emprendido, con un Estado más activo aún y el esfuerzo organizado de sindicatos, cooperativas, movimientos sociales y culturales. La construcción de ese horizonte de justicia e igualdad que soñamos como pueblo y Nación requiere de nuevos esfuerzos y nos interpela a continuar, más unidos que nunca, tomando el ejemplo de aquellos grandes hombres y mujeres que lucharon por las mejores causas de la humanidad.