Notable triunfo ideológico a futuro

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Tiempo Argentino | Tras la movilización del martes

Durante estos once años la idea de Memoria, Verdad y Justicia caló muy hondo en el conjunto de la sociedad.

Por Juan Carlos Junio
La conmemoración del Día de la Memoria se desarrolló en todo el país con una de las movilizaciones más grandes de la historia y una también masiva participación juvenil, lo cual demuestra que en estos once años la idea de Memoria, Verdad y Justicia caló muy hondo en el conjunto de la sociedad. Se trata de un trascendente triunfo ideológico de estos años, en que la defensa de los Derechos Humanos se transformó en una política de Estado.

El próximo 24 de marzo se cumplirán cuatro décadas del Golpe de Estado que instauró la última dictadura cívico-militar. En ese marco cobra vital importancia la necesidad de garantizar la continuidad del proyecto político actual, de contenido popular y avances cruciales en materia de derechos sociales frente a la creciente resistencia que ejercen las fuerzas conservadoras del establishment, que anhelan retomar sus privilegios y prerrogativas del pasado.

Un lugar central en esta disputa le cabe a los medios monopólicos de comunicación, que continúan machacando como otras veces con la falsa idea del fin de ciclo y la «necesidad» de cambiar drásticamente el sentido de las políticas públicas. La estrategia es reiterativa, montada en la corrosión del humor social y apuntando a impactar –paradójicamente– en el imaginario de amplios sectores que incluso se han visto beneficiados por las políticas aplicadas desde 2003.

Cabe preguntarse, ¿por qué razón, o mediante qué mecanismos, sectores medios y populares podrían resultar beneficiados a partir de las escasas consignas que circulan en boca de los principales aspirantes de la oposición y de sus grandes propaladoras? Por caso, el alcalde porteño, Mauricio Macri, importante difusor de frases sueltas elaboradas en agencias de marketing, menciona que –si resultara electo presidente– el 11 de diciembre se acabaría el mal denominado «cepo cambiario». La idea, refutada por casi todo el arco político, es peligrosa por donde se la mire, ya que –aunque Macri no lo diga abiertamente– esa medida generaría de un plumazo una salida severa de dólares y una significativa devaluación cambiaria, todo lo cual, sabemos sobradamente, reduce los salarios reales de la población a través de su impacto inflacionario. El menú de esta estrategia vendría acompañado de un brutal ajuste fiscal –o sea achicar el gasto social– y, como el líder del PRO ya se comprometió con la Sociedad Rural, de la eliminación de las retenciones al «campo». El corolario sería una suba de impuestos al consumo –como el IVA– y una reducción de la inversión social: Asignación Universal por Hijo, jubilaciones, salud, educación. Nada nuevo bajo el sol de nuestro país. Pero también se vería afectada la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que fue endeudada en dólares y que con una devaluación vería incrementar sustancialmente los servicios de su deuda, lo que llevaría a una presión impositiva adicional sobre los «vecinos» porteños. Si triunfa este viejo partido devaluador, los principales ganadores –como siempre– serían los exportadores, fundamentalmente los que participan de Expoagro, y todos aquellos que poseen ingresos y acreencias en dólares, que ya sin el «cepo» tendrían nuevamente vía libre para fugar sus dólares al exterior.

En un sentido más profundo, son los mismos ejes sobre los que se asentó la política económica de la última dictadura, entre ellos la Ley de Entidades Financieras de Martínez de Hoz y la liberalización de las importaciones, que sumadas a «la tablita» del tristemente célebre ministro de Economía dieron origen a la época de la «plata dulce». Un «momento dorado», incluso para algunos sectores de la clase media, aunque ello luego derivara en un feroz proceso de desindustrialización, endeudamiento y fuga de dólares al exterior, todo lo cual luego cayó como una piedra sobre esos mismos núcleos sociales. Algunos de esos latrocinios y estafas al erario público fueron denunciados en estos días por Alejandro Vanoli, presidente del BCRA, en el marco de una trascendente investigación.

A pesar del fracaso manifiesto del viejo modelo noventista, algunos candidatos impulsan en forma vehemente esas mismas políticas económicas, aunque las presentan con un discurso moldeado por encuestadores, tratando de dar la sensación de que son ideas nuevas y realistas. El esfuerzo resulta infructuoso ya que destila un tufillo profundamente regresivo y antipopular. Esta arquitectura conceptual se fundamenta en preceptos sagrados para las corporaciones empresarias, como la independencia de los bancos centrales, la libertad plena de los mercados y el libre comercio, incluso en contextos de crisis mundial y sus consabidas amenazas al empleo y los ingresos de los trabajadores.

Ese discurso también propugna volver al endeudamiento. Sostiene que en el mundo sobran los dólares y que lo que aquí hace falta es recuperar confianza y credibilidad, y de esa forma «lloverán» los billetes verdes. Son viejas recetas.

Por si fuera poco, la experiencia argentina también nos muestra que la lógica neoliberal ha repercutido naturalmente en la fase de la apropiación de la renta y la riqueza. Entre 1974 y 1983 la participación del salario en la distribución del ingreso pasó del 45% al 26 por ciento. Son guarismos del paraíso terrenal de las oligarquías de siempre que despierta recónditas añoranzas de entidades como el Foro de Convergencia Empresarial y una buena parte de la UIA.

Tal vez cueste imaginarse en un escenario tan retrógrado, sobre todo en los tiempos que corren, tras una larga década de conquistas sociales, no exenta de tensiones. Sin embargo, los principales exponentes de la oposición, ya corridos a un lugar político de derecha, no ocultan sus afanes derogatorios de las leyes y derechos sociales logrados en esos tiempos. Se proponen sin vacilaciones volver a un país de minorías enriquecidas y mayorías de trabajadores y clases medias empobrecidas y sin destino. La única garantía para defender nuestros derechos radica en su defensa plena mediante la participación activa de los mismos sectores sociales y culturales que durante estos años recibieron el aliento y los beneficios del proyecto político actual. Esa lucha y ese protagonismo son el mejor homenaje que podemos hacerles a quienes lucharon y dieron sus vidas por un mundo más justo y más igualitario.

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