Hamartia | Opinión
Dos proyectos antagónicos están en disputa. ¿Democracias sustantivas o restauración conservadora? ¿Emancipación o neoliberalismo? Juan Carlos Junio analiza de qué maneras América Latina y Caribeña desafía el orden mundial. En un contexto de capitalismo financiero-especulativo y una crisis de sustentabilidad, Junio señala al empoderamiento como forma de consolidar los procesos democráticos, populares y transformadores.
Por Juan Carlos Junio
En su histórico discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional, Cristina Fernández de Kirchner hizo un balance de los 12 años del proyecto nacional, popular y democrático que será puesto a prueba nuevamente en las elecciones de octubre de 2015.
Nos interesa aportar algunas breves reflexiones partiendo del análisis de la Presidenta acerca de los cambios que ocurren en la política mundial y su incidencia en la región y en nuestro país, evitando caer en una perspectiva ya sea de corto alcance, sesgada por lo anecdótico; o contextualizada exclusivamente en el entorno electoral. En primer término, podríamos suponer que aquel orden mundial emergente de los 90, por imperio de la implosión de la Unión Soviética y los otros países de su esfera —con la honrosa y valiente excepción cubana—, si bien no padece una crisis terminal, se encuentra atravesado por un sinfín de problemas de sustentabilidad en todas sus dimensiones. El rostro triunfalista de aquel proclamado “fin de la historia” se percibe hoy demacrado, desnudando el dominio del capitalismo financiero-especulativo y el ejercicio del poder destructivo de EE.UU., sembrando guerras, con su secuela de tragedias humanitarias y dañando fatalmente a la naturaleza.
Vientos de cambios surcan el planeta. Asistimos a un proceso, diacrónico, de emergencia de nuevos bloques de poder. Resulta previsible entonces pensar que en el actual sistema de relaciones en unos años se generarán cambios radicales y, por ende, se acrecentará la virulencia de los sectores más conservadores, con pretensiones de poner freno a los procesos de transformación política, económica y social para restaurar el paradigma de los 90.
América Latina y Caribeña desafía el orden mundial de varias maneras: proponiéndose como territorio de paz en un mundo desbordado por la violencia; permitiendo el despliegue de alternativas civilizatorias de tono nacional y popular, o las denominadas del socialismo del siglo XXI, impulsando un proceso de integración americanista que ha promovido inéditos niveles de autonomía regional y soberanía política frente al hegemonismo imperialista de EE.UU.
En tal escenario, las derechas mundiales deben enfrentar en nuestra región un enorme desafío: desacelerar y en lo posible revertir el proceso de unidad continental, desmantelando los procesos políticos encarados por buena parte de los pueblos del Sur.
Transcurridos tres lustros desde el inicio de esta fase democrática y popular en Nuestra América, que tuvo como hito fundacional el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela, las vías electorales parecen por el momento cerradas para las derechas, por lo cual ensayan diversas modalidades destituyentes. Los ejemplos están a la vista: en abril de 2002 fue en Venezuela por vía de un golpe de Estado (antes y después no cesaron todos los ensayos para terminar con ese proceso democrático); en 2008 le tocó a Bolivia; ese mismo año Cristina Fernández debió enfrentar a las patronales agroexportadoras que reclamaron el fin del gobierno; en 2009 fue derrocado Manuel Zelaya en Honduras; en 2010 se organizó un golpe policial en Ecuador; y en los últimos tiempos lo intentan nuevamente y por distintas vías en Argentina, Brasil y Venezuela.
En este marco es que debe leerse la disputa de dos proyectos antagónicos. Uno, en pleno desarrollo, expresa la voluntad y condensa las tradiciones emancipadoras. El otro, el que expresa a una derecha que se esfuerza por aggiornarse pero no tiene para ofrecer otra cosa que el viejo y desgastado modelo neoliberal conservador. Dada su debilidad programática y su fragmentación hasta aquí insoluble, los factores de la tríada de poder actual: los medios de comunicación, los grandes monopolios y los políticos que se subordinan; vienen intentando esmerilar a los gobiernos democráticos escribiendo un libreto único contra los procesos transformadores. Los resultados electorales en la región, particularmente los recientes de Brasil, Uruguay y Bolivia, demuestran que la persistente acción mediática no ha sido suficiente para modelar a la opinión pública. En Argentina, en estos días los sectores más conservadores del Poder Judicial han tomado la posta para obstaculizar la acción de los poderes democráticos. Ejemplos sobran. El desafío es cómo consolidar los procesos abiertos con mayor democracia, participación y protagonismo popular. El actual concepto de empoderamiento, que se ha puesto de moda en los sectores contrahegemónicos, debe ser trabajado con participación, movilización y militancia. Tiene plena vigencia el resonar de aquella consigna histórica pergeñada a finales de los 60 por los sectores avanzados del movimiento obrero en nuestro país: “Sólo el pueblo salvará al pueblo y el pueblo salvará a la Nación”.