Cristina-Macri: discursos y proyectos antagónicos. Por Juan Carlos Junio

Uno se nutre de la tradición neoliberal conservadora. El otro es contínuamente revalidado por las mayorías populares en sucesivas elecciones.

El 1 de marzo los titulares del Poder Ejecutivo abren las sesiones ordinarias del Parlamento en todos los distritos con discursos que resultan tan diferentes como lo son sus emisores, no sólo por sus estilos, sino por su contenido ideológico y cultural y sus dotes oratorias.

En nuestro país queda cada vez más claro que conviven conflictivamente dos proyectos que, en lo sustancial, son antagónicos. Uno se nutre de la tradición neoliberal conservadora, cuya esencia plantea el paradigma de lo privado, la demonización de lo público y lo estatal, y la afirmación de que la globalización capitalista fue y es el único camino posible, pensable y disponible. Esta fórmula ya se aplicó sistemáticamente en la región en el último cuarto del siglo XX y sus resultados concretos para los pueblos permiten comprender los estallidos que recorrieron Nuestra América y fueron el prólogo de la emergencia de nuevos gobiernos democráticos y populares.

Frente a ese proyecto político y económico de la vieja -y nueva derecha conservadora del orden instituido, el gobierno nacional, revalidado por las mayorías populares en sucesivas elecciones, despliega procesos inéditos y construye caminos en pos de una sociedad más igualitaria y soberana.

Este 1 de marzo se expresaron, quizás como nunca, ambos proyectos y el contraste de dos personalidades políticas contrapuestas. Por un lado, el discurso de gran impacto de la Presidenta de la Nación ante los legisladores nacionales y una plaza llena de pueblo; por otro, su contracara, el jefe de Gobierno de nuestra Ciudad.

Es interesante confrontarlos porque expresan, blanco sobre negro, dos concepciones incompatibles de la política y la cultura, niveles distintos para formular los contenidos del discurso e inclusive para polemizar con los adversarios políticos en el marco de la democracia. Una primera cuestión a puntualizar es que Mauricio Macri es el símbolo y la materialización política de una corriente de pensamiento y un bloque social que tienen un grado de representatividad y cuotas de poder en la CABA y algunos otros ámbitos del país. Un segundo dato es que tanto el macrismo -en particular- como la oposición -en general- se solazan declarando ante los ciudadanos (para ellos «vecinos») que ya llegó el fin de ciclo del kirchnerismo, informando el próximo entierro de un muerto al que ya sepultaron en varias oportunidades.

La presidenta repasó con un detalle contundente los avances de nuestro país en materia de justicia social y desarrollo industrial y científico, con una fuerte presencia del Estado. Expresó su ideario y sus concepciones sobre el Poder Judicial y los Derechos Humanos y culturales, y señaló la posición argentina en el marco de las alianzas regionales y mundiales. Durante casi cuatro horas expuso -con pasión, sólidos fundamentos y potentes evidencias- las disputas que discurren en el plano mundial y las opciones estratégicas que enfrentan Argentina y sus instituciones políticas. Interpeló a las otras fuerzas a que levanten la mirada interpretando el futuro de la Nación, por encima de un oposicionismo condicionado por los grandes medios y de sus intereses electorales inmediatos, valorando y comprendiendo lo que se juega en este tiempo de cambios históricos. El mundo ya no es igual, en pocos años será irreconocible, de allí la exigencia, con la mirada puesta en el futuro, de entender y asumir posiciones que defienden los intereses nacionales en la nueva reconfiguración del poder mundial.

Muy distinto fue el tenor del discurso de Macri, repleto de lugares comunes y frases elaboradas por especialistas en marketing que desnudan un verdadero desprecio a la comprensión ciudadana: «Más allá del partido al que pertenezcamos, nuestra camiseta tiene que decir lo mismo: «que todos los argentinos puedan vivir mejor». (…) Gobernamos dialogando y aprendiendo. (…) Gracias por dialogar, por compartir sus ideas, por creer que se puede hacer política de otra forma, aunque no pensemos lo mismo». Algo así como decir «viva la vida» o «seamos todos buenos».

El discurso de Macri habilita una visión aparentemente ingenua de un mundo sin conflictos, en el que todos se ponen de acuerdo para vivir bien, escuchándose y sin contradicciones de ningún tipo. Ni las corrientes más funcionalistas de la sociología se animan a afirmar semejantes postulados propagandísticos, pues está claro que en el mundo de lo social el conflicto es inherente a las relaciones que establecen los seres humanos entre sí en cada momento histórico. Una mirada sincera de la realidad muestra un mundo en que el 1% de la población más rica del planeta se queda con el 48% de la riqueza. El dato da cuenta del nivel de injusticia que viven las mayorías sociales y que incluye inevitablemente formas violentas para disciplinarlas. En el plano de la política concreta del macrismo hay indubitables tensiones entre los hechos y su aburrido discurso. Ahí están los heridos del Borda o, en otro orden de coerción, los más de 120 vetos a las leyes sancionadas por la Legislatura de la Ciudad. En suma, una gestión de gobierno que se desplegó en la antítesis del consenso y el respeto a las decisiones de las instituciones democráticas.
La presidenta sostuvo contra viento y marea la voluntad política de reparar los graves daños económicos, sociales y culturales del neoliberalismo, generando esperanzadores procesos en pos de avanzar hacia igualdades sociales y culturales, otorgando otra densidad a la democracia. En la época kirchnerista fue repolitizado el espacio público, abriendo la convocatoria a todas las generaciones, especialmente a las más jóvenes, a la construcción de la política como instrumento del cambio y a la lucha por el progreso.

Los contrastes en los discursos y en los hechos dejan en claro que mientras el macrismo -contradiciendo al mismo Aristóteles- intenta convertir a la democracia en un dispositivo donde las mayorías pasivas voten para asegurar los privilegios de las minorías cada vez mas enriquecidas, la presidenta expresa una concepción de la democracia basada en el protagonismo del pueblo para la transformación social y la recuperación y creación de derechos ciudadanos.
Frente a estos dos modelos en disputa, el gran protagonista del 1 de marzo fue el pueblo, que irrumpió nuevamente en la escena política, expresando su apoyo y amor al liderazgo de Cristina.

Nota publicada en Tiempo Argentino el 6 de marzo de 2015

Scroll al inicio