Frente a la quimera del fin de ciclo
Tiempo Argentino| Opinión
Se reiteran en nuestro país los mismos cantos de sirena que en Uruguay, Brasil y Bolivia sentenciaban un cambio continental, o la derrota de la Venezuela bolivariana.
Por Juan Carlos Junio
Bastante antes de que en la medianoche del 31 de diciembre se extinguiera el 2014, ya habían comenzado, a tambor batiente, los debates sobre 2015, particularmente los relacionados con posicionamientos electorales.
En el plano de las variables económicas –como la inflación, las reservas internacionales y el valor del dólar– los pronósticos de la derecha económica, cultural y partidaria anticipaban cataclismos y la reedición bíblica del diluvio universal, escenarios que obviamente no se presentaron.
En el campo de la política electoral, la oferta de nombres y la miopía persistente de una oposición ideológicamente extraviada han ocupado, cual crónicas del espectáculo, las páginas de los diarios con una seguidilla de alianzas, rupturas y sucesivos vaivenes de los autoconvocados aspirantes a terminar con «el fenómeno populista criollo», que para colmo se generalizó en una buena parte del continente. La exigencia del establishment, de una entente unificada capaz de plasmar la quimera neoliberal –aunque con una retórica más disimulada– se viene expresando en declaraciones de los referentes opositores: la llamada de Sergio Massa a cerrar el ciclo de Derechos Humanos; la confesión de Hermes Binner reivindicando la mano invisible del mercado o su opción, en Venezuela, por el otrora golpista Henrique Capriles Radonski; las expresiones de Mauricio Macri llamando a «insertarnos en el mundo», fotografiándose con Angela Merkel; las advertencias sobre la decisión de derogar las leyes sancionadas en el período abierto en 2003; y la promesa de terminar con las retenciones al «campo» constituyen diversas manifestaciones de un proyecto regresivo, que cuenta con facetas inconfesables. De allí que los sinceramientos que se leen en los grandes medios resultan incompatibles con promesas como la de mantener la Asignación Universal por Hijo.
El abordaje sesgado y de bajo vuelo de los medios hegemónicos –que oculta las profundas discrepancias entre los distintos proyectos de país– obtura una perspectiva más profunda y verdadera de lo que el pueblo argentino tendrá que definir en este 2015. Esta ausencia de propuestas claras no cabe sólo para las fuerzas de la oposición, sino también para algunos actores que integran las filas del propio oficialismo, como señaló la presidenta de la Nación.
En el último cuarto del siglo XX, el neoliberal-conservadurismo fue el paradigma hegemónico en la región. El inicio del nuevo siglo –cuando ya los pueblos se hartaron de las fórmulas mercantilistas, represivas y tecnocráticas que fueron el soporte de las viejas políticas públicas– abrió un proceso profundo de transformaciones en nuestros países.
En ese sentido resultó esencial el papel que jugaron Hugo Chávez Frías y Néstor Kirchner en el proceso de recuperación histórica del proyecto americanista de Patria Grande.
El predominio del capital financiero y su convivencia con modelos de desarrollo predatorios; la política guerrerista de EE UU –que mantiene zonas calientes generadoras de grandes tragedias humanitarias–; la insoportable desigualdad social que es atizada (especialmente en Europa) por las viejas fórmulas neoliberal-conservadoras; o la configuración de verdaderos narco-Estados como ocurre con México, van colocando al planeta en un lugar cada vez más inhóspito, que reclama cambios profundos. A la inversa, la unidad de nuestros países ha hecho posible que América Latina y el Caribe sean una realidad de «territorios de paz».
Frente a este contexto mundial, la región se ha planteado el desafío histórico de recuperar el papel del Estado como garante de niveles de vida dignos, con la política como instrumento de transformación. Ciertamente, ese reto ha sido asumido por los pueblos y tales caminos fueron convalidados en las urnas y en las calles.
Cuando, por su parte, la derecha local pronostica el fin de ciclo kirchnerista –como si fuese un fenómeno de la naturaleza– recurre a una metáfora política ya utilizada en los noventa: por entonces las cosas ocurrían no por la acción deliberada de grupos económicos y políticos, sino por efectos de fenómenos externos a cualquier voluntad. Se concebía la globalización neoliberal como algo parecido a la lluvia o al sol. Hoy resulta más difícil sostener los augurios fatalistas, no sólo porque los vientos de la historia han cambiado de sentido, sino porque en nuestro continente se ha sumado a la lucha política una enorme gama de colectivos, muy particularmente juveniles, y la democracia fue adquiriendo mayor contenido y una participación más profunda por parte de la ciudadanía. El escenario resulta irreconocible si lo comparamos con las décadas hegemonizadas por la Nueva Derecha, a fines del siglo XX.
Cuando algunos candidatos se embarcan en rencillas personales y promesas difusas pierden de vista toda comprensión del momento histórico e intentan hacer un equilibrio imposible entre las tendencias restauradoras del viejo modelo, y las fuerzas que impulsan una transformación liberadora. Las últimas encuestas han puesto una luz roja para la derecha opositora, ya que la imagen positiva presidencial sigue en ascenso, lo cual señala una perspectiva política de crecimiento, diluyendo las profecías de una crisis sin fin. Se reiteran en nuestro país los mismos cantos de sirena que en Uruguay, Brasil y Bolivia sentenciaban un fin de ciclo continental, como antes preanunciaron la derrota de la Venezuela Bolivariana y del presidente Rafael Correa en Ecuador.
Los nuevos tiempos desafían a los gobiernos populares a profundizar las conquistas a favor de las grandes mayorías sociales, quienes son el soporte político de los gobiernos populares. Las nuevas políticas públicas generaron nuevas demandas, y los avances y conquistas debieron hacerse a partir de una constante reinvención, enfrentando la oposición permanente de las corporaciones de poder.
El fin de ciclo por el cual es preciso velar es el del capitalismo predador, que lleva a los pueblos y al planeta a un callejón sin salida. A ese modelo en crisis habrá que contestarle: «¿Por quién doblan las campanas? Doblan por ti», como escribió el filósofo John Donne en 1624.