Los candidatos derechistas se sacan el antifaz

Tiempo Argentino | Sinceramiento ideológico

Dan muestras de su adhesión no sólo al programa económico thatcherista que inspiró a los economistas neoliberales sino al perdón a los asesinos.

Por Juan Carlos Junio
El sábado 13 de diciembre las inesperadas tormentas de verano no llegaron a empañar la alegría popular que desbordó la histórica Plaza de Mayo en un nuevo aniversario de la Democracia Argentina, luego de la más oscurantista y sanguinaria dictadura de nuestra historia.
Una vez más se planteó un parteaguas entre quienes, independientemente de sus elecciones ideológicas y partidarias, repudian el genocidio, la tortura, el robo de bebés y el exilio, y otros dispuestos a retomar la bandera del Punto Final, en un vano intento oportunista por retrotraer hacia el pasado la rueda de la historia.
Es preciso advertir que los límites entre dictadura y democracia no deben ser lábiles; por el contrario debe haber una muralla china infranqueable entre ambos conceptos vitales para la sociedad. Resulta entonces imprescindible el aliento popular en las calles y la movilización de fuerzas sociales que expresan la voluntad colectiva de no retroceder ante la barbarie.
Algunos connotados referentes de la oposición de derecha, como Mauricio Macri y Sergio Massa, están dando muestras discursivas de su adhesión no sólo al programa económico thatcherista que inspiró a los economistas neoliberales durante tres décadas, sino lisa y llanamente al perdón a los asesinos, para «cerrar de una buena vez», las decisiones kirchneristas en materia de Derechos Humanos, que se transformaron en políticas de Estado. A la inversa del enfoque ideológico del gobierno nacional, y como lúcidamente denunció Rodolfo Walsh, la inhumanidad asesina del régimen dictatorial se montó sobre un gigantesco dispositivo de terror estatal.
En este contexto, las recientes declaraciones realizadas por el «Nabo» Barreiro –máximo responsable del campo de concentración de La Perla en Córdoba, condenado por su responsabilidad en asesinatos, desapariciones y torturas– forman parte de una estrategia más amplia destinada a frenar el proceso de Memoria, Verdad y Justicia que vienen impulsando valientemente y con tozuda sabiduría los organismos de Derechos Humanos desde los tiempos de la dictadura y que el kirchnerismo ha llevado hasta lo profundo de la conciencia de la sociedad, logrando el respeto y la admiración de nuestro pueblo y de toda la humanidad democrática.
Resulta indispensable entonces ponderar las declaraciones de los candidatos opositores, ya que dejan entrever una cada vez más clara subestimación de los crímenes de la dictadura, e intentan utilizar este tema tan sensible como parte de su propaganda electoral.
El más visible ha sido Mauricio Macri, quien en el matutino La Nación hizo una reflexión en torno al tema de la lucha por los Derechos Humanos de la Argentina: sentenció que él iba a «terminar con el curro de los Derechos Humanos». Para esto usó la figura de la fundación Sueños Compartidos y el accionar de los hermanos Schoklender. Esa lectura de la realidad es amañada e injusta, pues las Madres y los organismos fueron los principales artífices en nuestro país, cuando pocos lo hacían, de una dignidad que tiene proyecciones civilizatorias en su lucha inclaudicable por juicio y castigo a los responsables del horror. De allí, su notable reconocimiento universal.
El jefe de Gobierno ha tenido otros exabruptos del mismo tenor ideológico: confesó que su modelo de Intendente era el brigadier Osvaldo Cacciatore, el delegado dictatorial que entre 1976 y 1982 asoló la Ciudad de Buenos Aires. No resulta casual que los dos primeros jefes de su Policía Metropolitana –Jorge Fino Palacios y Osvaldo Chamorro– estén acusados de delitos graves. Tampoco es extraño que Eugenio Burzaco –tercer jefe, el primero civil, de la Metropolitana– haya sido asesor en materia de seguridad del gobernador neuquino Jorge Sobisch y haya tenido una fuerte intervención en la reforma de la policía neuquina en el momento en que se produjo el asesinato del maestro Carlos Fuentealba. Si algo hay que reconocerle a Macri es la coherencia entre sus dichos más retrógrados –que se le escapan de vez en vez, cuando no tiene cerca quien le sople el libreto– y sus prácticas efectivas de gobierno.
Otro de los candidatos presidenciales, el diputado «15 minutos» Sergio Massa (no concurre casi nunca a la Cámara y cuando lo hace es por un cuarto de hora), hizo contundentes declaraciones con similar definición pro impunidad. Advirtió sobre la necesidad de cerrar el ciclo de los Derechos Humanos, compitiendo con Macri en quién se presenta como el más restaurador de las ideas de derecha antidemocráticas. Es evidente que a ambos algún especialista en ganar votos como sea les indicó que les convenía decir eso y allá fueron.
Detrás de esta disputa sobre los límites entre la democracia y la tradición autoritaria y antipopular se encarnan proyectos –como bien advirtió la presidenta en su contundente exposición del Día de los Derechos Humanos– que expresan dos modelos de país, enclavados en lo profundo de nuestra historia.
Cristina encarna (así lo advirtió) la continuidad de la lucha de los pueblos americanos desde que la Corona Española, en su estadio feudal-absolutista, regó de sangre nuestras tierras perpetrando uno de los más gigantescos genocidios de que tenga memoria la Humanidad, en su afán de saqueo de nuestras riquezas naturales. Frente al imperio español, criollos y pueblos originarios lucharon por la Primera Emancipación bajo el liderazgo de Bolívar y San Martín. Esos heroicos hombres y mujeres simbolizan las múltiples identidades y tradiciones de los pueblos nuestroamericanos que desde fin del siglo XX vienen luchando por la conformación del Proyecto de la Patria Grande. Sus logros están a la vista, pues a quince años del histórico inicio chavista se avanzó a pasos agigantados en la reparación de los efectos antisociales de las políticas neoliberales.
En suma, se está librando una batalla política, cultural, económica e institucional entre dos modelos de Patria y de democracia. Uno, auténticamente popular e integrado al torrente latinoamericanista, lo encarna el kirchnerismo. El otro, claramente restaurador de lo peor de nuestra historia. La alternativa es clarísima: defender el proyecto nacional de justicia y liberación, frente al proyecto de los políticos de sonrisa cínica y pensamientos oscurantistas.

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