La educación: debates y desafíos. Por Juan Carlos Junio

En nuestro país, el mes de septiembre está ligado por razones diversas y divergentes a la educación.

Desde fines del Siglo XIX, en muchas de las conmemoraciones surge la figura central de Domingo Faustino Sarmiento: tanto el Día del Maestro como el Día del Estudiante se referencian en el fundador del sistema educativo argentino. El 11 de septiembre de 1888 Sarmiento murió -paradójicamente- en Asunción, capital del Paraguay, país hermano que los ejércitos de Brasil, Argentina y Uruguay devastaron en la Guerra de la Triple Alianza, rebautizada -para siempre- por Juan B. Alberdi como «Guerra de la Triple Infamia».

¿Cómo se originó la conmemoración del Día del Estudiante? Fue a partir de la propuesta del entonces presidente del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras, Salvador Debenedetti, quien en 1902 -a sus 18 años- propuso que en su facultad el 21 de septiembre se celebrase el TMDía de los Estudiantes», como homenaje a Sarmiento, pues aquél día de 1888 habían sido repatriados sus restos. Alrededor de la figura del sanjuanino hubo, hay y habrá inevitables controversias que adquieren sentido en la medida que ayudan a comprender los conflictos de esa época y aportan enseñanzas para el presente. El educador argentino fue objeto de valoraciones binarias que -alineadas en una crítica monolítica o una defensa sin fisuras- apreciaron sus aspectos regresivos o sus costados más luminosos.

Una mirada que aprecie su pensamiento y acción por una escuela que incluya a todos los ciudadanos; laica, apuntalada por un Estado docente, con ámbitos participativos (tomados del particular modelo de democracia norteamericana típico del siglo XIX), no puede dejar de reconocer que tal propuesta implicó un avance en la democratización del acceso a la educación y al conocimiento científico por parte de las mayorías populares secularmente excluidas de la institución escolar. Sin embargo, justipreciar su legado supone cuestionar su racismo explícito contra los pobladores originarios de estas tierras, desde una visión que privilegiaba la inmigración europea; la concepción jerárquica de la escuela tradicional, y su cientificismo, que subestimaba las culturas y saberes populares. También resulta necesario advertir el modo en que actuó política y militarmente, asumiendo su papel de intelectual orgánico de un proyecto nacional en construcción, que combinó dosis de consenso y ampliación de derechos para legitimarse, incluyendo sus enfrentamientos con la «oligarquía con olor a bosta», pero también la dominación bajo una hegemonía oligárquica, que cuajaron en un proyecto de país primarizado en su economía y subordinado a las grandes potencias mundiales.

Resulta interesante advertir que en nuestro país se constituyó desde sus orígenes una corriente pedagógica profundamente democrática y emancipadora que se resume y trasciende en los nombres de Carlos Vergara, Luis Iglesias, Florencia Fossatti y Olga y Leticia Cossettini, entre algunos de sus referentes más importantes.

En épocas recientes, el triunfo cultural y político del neoliberalismo y el estado de marasmo en que quedó sumergida la escuela pública obligaron a una imprescindible revisión de las posiciones de algunas corrientes de los años setenta, que reivindicaban una educación contrahegemónica revalorizando la escuela pública, al Estado docente y a la noción de educación como derecho social.

En 2011 el gobierno de la moderna derecha conservadora de Mauricio Macri distribuyó computadores para la innovación educativa en el marco del denominado «Plan Sarmiento». Nuevamente se zamarreaba su legado con un uso de la Historia acrítico y al servicio de visiones elitistas. En Educación, otras efemérides septembrinas resultan de hechos trágicos condenados por la inmensa mayoría de la sociedad. Tal es el caso del 16 de septiembre, la Noche de los Lápices, cuando en La Plata estudiantes secundarios fueron secuestrados por grupos de tareas y la mayoría de ellos fueron luego asesinados por la dictadura cívico-militar genocida. En cada nuevo aniversario de ese hecho atroz, las nuevas generaciones estudiantiles expresan su compromiso con la Memoria, la Verdad y la Justicia, retomando en la realidad de su época y como un legado vivo las banderas por las cuales lucharon sus antecesores.

Una tercera -y menos conocida como efeméride puntual- tiene fecha el 14 de septiembre. Se trata del natalicio del maestro Carlos Fuentealba, cuya vida y muerte se han convertido en un símbolo de lucha por la justicia en su sentido más amplio. La vida de Fuentealba ha sido un ejemplo consecuente de solidaridad y compromiso con la lucha por una sociedad más justa. Nacido en un hogar humilde, trabajador de la construcción, descubrió su inclinación por la educación y ya avanzados sus 30 años decidió -con el apoyo decisivo de su compañera Sandra Rodríguez- iniciar la carrera docente. Muy tempranamente -ya en el mismo profesorado- reveló sus rasgos de educador comprometido integralmente con sus estudiantes. Los registros de sus prácticas pedagógicas expresan la preocupación por el aprendizaje de los jóvenes, su confianza irrestricta en la capacidad de aprender de quienes habitaban la escuela y la resuelta concepción del carácter político, transformador y democrático de la educación. Si bien es poco conocido su legado pedagógico, el estudio de su experiencia docente da cuenta de su tozuda apuesta por una educación emancipadora y por asumir una lectura crítica del mundo.

Por el asesinato de quien en vida fue un ejemplo como educador, su familia, los maestros y la sociedad todavía esperan un juicio justo y el castigo a los responsables políticos y materiales de su ejecución sumaria y brutal.

En estos días, cuando resurgen debates y planteos sobre la «mano dura», colocando bajo sospecha a los ciudadanos nacidos en países hermanos que habitan nuestro territorio, la escuela pública debe afirmarse como alternativa democrática y solidaria.

No se trata de obtener buenos resultados en operativos estandarizados de evaluación sino de la formación de hombres y mujeres libres, solidarios, capaces de construir un proyecto colectivo para el presente y el futuro.

Son necesarios como nunca los maestros que dan hasta su último aliento por una sociedad fraternal, igualitaria, diversa y participativa. Es la presencia necesaria de Carlos Fuentealba la que nos conduce a recordar su ejemplo como educador, como constructor de una pedagogía liberadora.

Nota publicada en Tiempo Argentino el 12/09/2014

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