La coherencia histórica de la oligarquía vacuna. Por Juan Carlos Junio

Tiempo Argentino | Etchevehere en la línea de los Martínez de Hoz

El discurso del presidente de la Sociedad Rural en la inauguración fue la imagen viva del cinismo de esa institución.

El discurso de Luis Miguel Etchevehere con motivo de la inauguración de la 128° Exposición de la Sociedad Rural no se corrió de las posiciones tradicionales de la entidad de inspiración oligárquica y fiel sustento de todas las dictaduras que asolaron nuestro país. En líneas generales, su argumentación va por carriles previsibles: la insoportable injerencia del Estado en el sector, el sacrificio de los productores frente a la voracidad gubernamental; el deterioro de la productividad por la política pública y la definición general del período como «la década depredada». Hubo, sí, algunas referencias sorprendentes como la que advierte que «este gobierno no quiere resolver los problemas de los más necesitados; se los quiere sacar de encima y valerse de ellos como capital electoral» y que «este proyecto no tiene alma, no tiene amor por la patria ni por los argentinos».

Podríamos, por contraste, imaginar que en el marco de la crítica explícita a un gobierno desalmado, demagógico, antipopular y antipatriótico, se alzaría la SRA en general y Etchevehere en particular como la expresión misma del alma nacional, de la defensa de quienes menos tienen, de la expresión misma de la Patria hecha institución. La Patria como sinónimo de Sociedad Rural, tal como sostenía esta misma institución en los años de su fundación, alrededor de 1870, mientras se perpetraba el genocidio de nuestros pueblos originarios que oscureció la fundación del Estado Nacional. Como relata crudamente Osvaldo Bayer en su película Awka Liwen, la campaña del General Julio Argentino Roca fue financiada por la Sociedad Rural, que se beneficiaría durante la presidencia de Nicolás Avellaneda. Tras la matanza, unos 1000 estancieros recibieron 42 millones de hectáreas. Al entonces presidente de la Sociedad Rural -nada menos que José Martínez de Hoz- se le entregaron 2,5 millones hectáreas. Como sabemos, Martínez de Hoz es un símbolo de esta especie oligárquica. Es un apellido con un historial al que debe reconocérsele, cuanto menos, su inalterable coherencia histórica. Se conoce poco, pero de acuerdo al historiador económico Mario Rapoport, el primero de la saga familiar fue un comerciante español de esclavos que llegó a fines del siglo XVII, llamado José Martínez de Hoz. El hombre se dedicó además a rubros de la producción agraria, a la par que se desempeñó como alcalde de primer voto del Cabildo. En 1806 -durante las Invasiones Inglesas- fue nombrado administrador de Aduanas por los invasores y en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 manifestó su lealtad a España, votando por la continuidad del virrey Cisneros. Un godo puro. Fue José Toribio Martínez de Hoz el fundador y primer presidente de la Sociedad Rural Argentina, en 1866. «El José Toribio» recibió los beneficios de la Campaña del Desierto y llegó a ser Senador Nacional y presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires. La oligarquía triunfaba y comenzaba a ser «la Patria telúrica».

Otro miembro de la familia, Federico Lorenzo Martínez de Hoz presidió la Sociedad Rural entre 1921 y 1931 y tuvo activa participación en episodios antisemitas y contra los trabajadores de la Semana Trágica. Resultó electo gobernador de la Provincia de Buenos Aires en 1932, pero debió dejar el cargo en 1935, luego de un juicio político por mal desempeño de sus funciones. La saga siguió hasta José Alfredo -Joe- el ministro e inspirador de la dictadura cívico-militar genocida que asoló nuestro país entre 1976 y 1983.

El ministro Martínez de Hoz, expresión de tan rancia tradición, tuvo el apoyo indubitable de la Sociedad Rural que, de manera cristalina, publicó una solicitada de apoyo a la dictadura cívico-militar. En dicho testimonio titulado «La Sociedad Rural Argentina al país» – publicado el 24 de marzo de 1977- advierte que el gobierno de la Junta Militar fue una respuesta a un país que se «debatía en la más profunda crisis por la que ha atravesado en su historia. La corrupción, la falta de autoridad, el desgobierno, el crimen como medio político eran caracteres dominantes de la situación.» El remedio, según el texto, fue la decisión de las Fuerzas Armadas que «tomaron las riendas del país con patriótico empeño, para evitar su desarticulación total. Su advenimiento al gobierno fue apoyado por todos».

En el plano económico, la tarea era clara: «debemos desarmar el andamiaje creado por casi 35 años de una lenta pero sistemática estatización socializante, que en definitiva ha demostrado su fracaso al empobrecernos a todos y al no haber dado los frutos que algunos sectores ansiosos, confundidos o equivocados esperaban de su aplicación».

Tampoco el eje de la lucha contra la corrupción puede ser sostenido por la SRA, cuya marca de nacimiento fue un proceso combinado de genocidio, esclavitud y latrocinio a los habitantes preexistentes en la tierra luego llamada Provincias Unidas del Sur. En la película de Bayer -dicho sea de paso, que fue denunciado penalmente por la familia Martínez de Hoz- se muestran avisos de diarios de época: «Hoy, entrega de indios a toda familia que lo requiera se le entregará un indio como peón, una china como sirvienta y un chinito como mandadero.»

Esta historia que evidencia prácticas esclavistas en pleno proceso de construcción del Estado Nacional permite entender las huellas culturales que habitan el alma profunda de Etchevehere. Claro, este Estado Nacional no es el mismo que construyó su oligarquía sanguinaria y él sólo puede negar con palabras lo que gritan los hechos.

El propio terreno de la Exposición fue adquirido por la SRA a precio vil en los años ’90, en un hecho que no habla de su autoridad moral para enjuiciar supuestos actos de corrupción que ve en el gobierno nacional. Si algo hizo la Sociedad Rural con los más humildes -a quienes Etchevehere cita para cuestionar al gobierno nacional- fue humillarlos, reprimirlos, oprimirlos, negarlos.

Por eso siempre le ha brindado apoyo incondicional a las metrópolis extranjeras. Primero con Inglaterra, luego con EE UU; la Sociedad Rural Argentina es el paradigma de la servidumbre al amo extranjero.

Las palabras de Etchevehere -preocupadas por los pobres, por la corrupción, por las reservas del Banco Central- suenan a falsete, no sólo por la posición institucional de la SRA sino también por la experiencia individual de ese señor con denuncias penales que preside la muy oligárquica entidad. Sus palabras suenan a cinismo, pero, como nos recuerda François de La Rochefoucauld, «la hipocresía es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud».

Nota publicada en Tiempo Argentino el 01/08/2014

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