Tiempo Argentino | Día internacional de las cooperativas
La celebración de mañana es otra reafirmación militante en un mundo que privilegia el capital financiero por encima de las soberanías.
Los cooperativistas del mundo celebramos este 5 de julio el Día Internacional de las Cooperativas. Como siempre, para nosotros el acontecimiento simbólico constituye, en primer lugar, una reafirmación militante. Con motivo de la conmemoración, el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (IMFC) señala: «¿Cómo definir a esa gigantesca utopía contemporánea? Se trata de asegurar la paz justa y duradera en todos los rincones del planeta, así como el respeto por el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Y a la par de estas condiciones indispensables para garantizar la vida, hace falta mucho más para una existencia digna de todos los seres humanos. Hay que poner fin a la especulación financiera que pretende someter a los Estados soberanos, mediante condicionamientos avalados por una justicia asociada con las grandes corporaciones. Los llamados ‘fondos buitre’ son instrumentos del modelo neoliberal para perpetuar la dependencia» e imponer una legalidad que legitime sus intereses, me permito agregar.
Esta gran causa colectiva, continúa diciendo la declaración del IMFC, «requiere de ciudadanos conscientes de sus derechos, suficientemente cultos para ser libres, respetuosos de la diversidad de géneros, etnias y credos».
Un mundo en el que las 85 fortunas individuales más grandes tienen más riquezas acumuladas que los 3500 millones de seres humanos más pobres; y en el que las potencias imperialistas invaden países en pos de sus recursos naturales, contra el más elemental principio de respeto a la vida y al derecho internacional vigente, es claramente un mundo profundamente injusto y en el que la vida humana y el hábitat que nos alberga junto con todas las especies va perdiendo valor.
Se trata de un mundo que privilegia el capital financiero por encima de la soberanía de una nación y de un pueblo libre, como ocurrió con el fallo contra el Estado argentino del patético juez Griesa, quien no tiene reparos en sacrificar el presente y el futuro de los pueblos ante el altar del «moderno» tótem a adorar: la ganancia superlativa de una asociación de vulgares usureros que se presentan con total impudicia como modernos financistas. Frente a un mundo hegemonizado por un capitalismo voraz, que impone un orden inmoral desde sus cimientos, que desprecia la vida y la naturaleza, resulta imperioso impugnar y señalar no sólo la inviabilidad de este orden mundial, sino también proponer las claves de su superación por un modelo de sociedad radicalmente diferente, que ponga en el centro al ser humano y al cuidado de la madre tierra, ambas dimensiones vitales para una alternativa civilizatoria de esencia humanista, en la que el cooperativismo tiene mucho para aportar a partir de sus principios, su práctica social y su eficiencia.
Mañana -en rigor, el primer sábado de julio- se celebra el Día Internacional de las Cooperativas. La fecha fue dispuesta por las Naciones Unidas, el 16 de diciembre de 1992, justamente a pocos días de haberse cumplido 500 años de la invasión de América por un régimen colonial que impuso, por la cruz y la espada, el más grande genocidio de la historia, en pos de la explotación de una masa fenomenal de mano de obra esclava, durante 300 años.
La conmemoración, en las actuales circunstancias históricas, a los cooperativistas argentinos y latinoamericanos nos interpela y nos convoca a la unión fraternal de los pueblos de nuestro continente por una segunda y definitiva emancipación de los poderes mundiales.
El cooperativismo del que nos sentimos herederos nació en la cuna del capitalismo, en la Inglaterra del siglo XIX, sustentado en el pensamiento de Owen, Fourier y Saint Simon. Mientras se consolidaba un orden social fundado en la explotación económica, la dominación política y la hegemonía cultural, la naciente clase obrera desplegó, en la primera mitad de aquel siglo, tres importantes invenciones organizacionales y políticas: el sindicato como expresión de la defensa de los intereses de los trabajadores, las cooperativas como forma colectiva de resolución democrática y eficaz de necesidades vitales comunes y el socialismo como ideario político. En aquel momento fundacional se propusieron la transformación de la sociedad mediante la comunidad de bienes y la distribución equitativa del producto generado en común. De hecho, es la fundación de la cooperativa de consumo de los Probos Pioneros de Rochdale en Manchester, en 1844, la que se concibe como punto de partida del cooperativismo moderno. Aquellos luchadores no vieron a la cooperativa como un instrumento del cambio social, sino como una forma de resistencia al monopolio para defender sus magros salarios. Esa experiencia práctica y la labor de intelectuales que venían denunciando el carácter esencialmente injusto del capitalismo fueron configurando una experiencia social que llegó a nuestro continente a través de la masiva inmigración de hombres y mujeres empujados por el hambre, la falta de trabajo o el exilio político. Esta tradición solidaria se proponía fundar un mundo alternativo, basado en los principios de cooperación y solidaridad.
La defensa de la igualdad como fundamento de la auténtica democracia en la que cada persona vale por su condición de tal y no por el capital aportado, la noción de participación efectiva en los asuntos comunes y la novedosa afirmación de la igualdad de géneros, son parte del acervo progresista de nuestros predecesores. Estos principios y valores ideológicos están más vigentes que nunca, teniendo en cuenta que desde las usinas de ideas del poder se levantan conceptos retrógrados como parte de una ofensiva teórica que presenta al egoísmo, al individualismo y al consumo sin límite como virtud para el hombre y como motor del sistema social.
Ya en 1993, el notable cooperativista Floreal Gorini criticaba con vehemencia al pensamiento ultraneoliberal Friedrich Hayek, Premio Nobel, quien declaraba: «La desigualdad no es deplorable, sino sumamente satisfactoria.»
En suma, los cooperativistas del siglo XXI nos afirmamos en nuestros principios solidarios y convicciones de siempre: la cooperación, que hoy representa a millones de ciudadanos, debe ser valorada como un instrumento de la lucha inmemorial por liberarse de colonialismos e imperios anacrónicos, sustentada en un pensamiento político y social imbuido de fuertes valores éticos y con un sentido de equidad distributiva, justicia social, independencia económica y soberanía nacional.