En la Cámara de Diputados, esta semana tuvimos un interesante debate en la reunión conjunta de las comisiones de Cultura y Presupuesto y Hacienda. Dimos dictamen favorable al traslado del monumento a Cristóbal Colón que estaba emplazado detrás de la Casa Rosada, pero llamativamente la discusión política tuvo como eje la pertinencia de su reemplazo por la estatua de Juana Azurduy, que fue donada por el Gobierno del Estado Plurinacional de Bolivia.
No tengo ninguna duda, tal como dije el martes en el Congreso, polemizando con el diputado Roy Cortina, que Juana Azurduy puede estar en cualquier plaza de la Patria. Nombrada teniente coronela por Belgrano y ahora generala por la Presidenta de la Nación, fue una gran heroína, luchadora y militante. Perdió a 4 hijos en una retirada y contribuyó a la gran estrategia de sostener el Norte argentino de la venida de las fuerzas coloniales desde Perú hacia Buenos Aires, posibilitando la formación del Ejército de los Andes y su posterior cruce de la Cordillera.
No estamos ahora en el Siglo XVIII o en el Siglo XIX, reivindicando símbolos del colonialismo español ni de ningún colonialismo. Lo que estamos haciendo en esta época, en Argentina y en casi todo el continente, es reivindicar el latinoamericanismo, la unión de los pueblos de América y, fundamentalmente, rechazar el genocidio. En la Argentina, poner en el lugar de un símbolo de la venida del colonialismo, la estatua de la líder de las milicias conformadas por criollos e indios, símbolo de la resistencia de los pueblos originarios masacrados en uno de los más grandes genocidios de la historia de la Humanidad, tiene mucho que ver con los tiempos que corren en nuestro continente.
La reivindicación de los pueblos originarios no es abstracta, no es una novela, no es «La cabaña del Tío Tom». Es en contraste con los grandes poderes mundiales que generaron el genocidio. Por eso, desde nuestra visión americanista y de reivindicación de los pueblos originarios, afirmamos que está muy bien que Juana Azurduy ocupe ese lugar.