De acuerdo al simbolismo que conlleva la fecha patria, algunos hitos que marcaron la historia de nuestras luchas.
La sobreabundancia de información, controlada por los medios monopólicos que generan un decisivo efecto comunicacional sobre la sociedad, y el vértigo de los acontecimientos nos inducen a apelar a la Historia, un notable reservorio de enseñanzas.
Entre diciembre de 1902 y principios de 1903, las marinas de guerra del Imperios Británico, de Alemania y del Reino de Italia bloquearon y luego cañonearon los puertos venezolanos de La Guaira y Puerto Cabello. Las potencias realizaron el brutal ataque imperial como corolario de un litigio por deudas de la Nación venezolana. El presidente Cipriano Castro lanzó su famosa acusación: «La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la Patria.» Por entonces, nuestro ministro de Relaciones Exteriores Luis María Drago enarboló la doctrina mediante la cual fundamentó la ilegalidad de la utilización de formas violentas en casos de deudas por parte de acreedores extranjeros en detrimento de las soberanías nacionales. Actualmente, el neoliberal-conservadurismo como proyecto civilizatorio tiene aún la hegemonía económica-militar y cultural. Sin embargo, en muchas latitudes, especialmente en Nuestra América, ese paradigma está impugnado por los pueblos, a partir de su fracaso como alternativa para la vida social colectiva.
Es preciso leer en este marco mundial la sentencia de la Corte Suprema de EE UU a propósito del conflicto del Estado Argentino con los fondos buitre, que se desplazan por el planeta sin pertenecer a ninguna Patria. Se sabe que el capital financiero globalizado no tiene raíces nacionales de ningún tipo, sino aspiraciones económicas que son siempre extremas.
El mes de junio, en Argentina, es un tiempo con muchos significados importantes. Uno de gran trascendencia transcurre hoy mismo, cuando conmemoramos el Día de la Bandera. Su creación tuvo un enorme valor simbólico en un país que todavía no existía como tal. El acontecimiento debe ser ponderado como un acto de rebeldía y un trascendente aporte político para forzar la marcha de la historia en aquellas circunstancias brumosas y cargadas de peligro para la Patria naciente. Fue una audaz intuición independentista y de afirmación de nuestra identidad, frente a las corrientes moderadas inclinadas a retardar la ruptura con el antiguo orden. Por entonces conquistamos la Independencia política, pero los órdenes oligárquicos y los localismos existentes promovieron la consolidación de una América dividida en patrias chicas, subordinada a los poderes imperiales de cada momento histórico. A fines del siglo XX, la asunción en Venezuela de Chávez significó una nueva ruptura del orden neoliberal capitalista y la unión continental en la búsqueda de una sociedad integralmente independiente de los grandes poderes mundiales.
Mucho antes, la resistencia de los pueblos originarios al primer genocidio nacional perpetrado bajo la cínica denominación de Campaña del Desierto; la Revolución del ’90, que expresó la voluntad política de los nuevos emergentes sociales por terminar con el régimen oligárquico, y la persecución a trabajadores extranjeros de filiación anarquista, socialista o más tarde comunista mediante la Ley de Residencia fueron otros hitos de las batallas de nuestro pueblo.
Y si el 20 de Junio es un día de afirmación identitaria nacional, otros junios nos señalan más trágicamente quiénes somos y cómo se fue constituyendo el país.
El 16 de junio, pero de 1955, la Aviación Naval, inspirada en una ideología de odio antiobrero, bombardeó Plaza de Mayo en una acción genocida, inédita hasta entonces, de Fuerzas Armadas que atacaron a su propio pueblo. Casi un año después, el 9 de junio de 1956, fueron masacrados militantes peronistas en un basural de José León Suárez.
Hay un último junio que queremos traer a esta página, ocurrido en Córdoba en el año 1918. Por entonces, una lúcida y valiente juventud universitaria denunciaba un régimen anacrónico e irracional. La crítica a aquel modelo oscurantista era integral, tal como denunciaba el Manifiesto Liminar de los reformistas: «La juventud Universitaria de Córdoba se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docente, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban en beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni reglamentos por temor de que alguien en los cambios pudiera perder su empleo. Los métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la Universidad apartada de la Ciencia y de las disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la repetición interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas, trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración del silencio puede ser ejercitada en contra de la Ciencia.»
Esa lucha parió un nuevo modelo de Universidad. Aquellos jóvenes refundaron una institución democrática que debía aportar al desarrollo social con una pedagogía emancipadora, comprometida con la formación de científicos y profesionales capaces de contribuir a una sociedad más justa, igualitaria y participativa, integrada a un proyecto de país con desarrollo industrial y científico. Los actuales debates sobre la democracia, la soberanía y la patria adquieren, a la luz de la historia, perspectivas negadas por la cultura tradicional «republicana» y por los medios de comunicación monopólicos, ya mutados a medios de dominación cultural y de propaganda de ideología conservadora.
El final, desde luego, no está escrito, aunque continúan inconmovibles los anhelos y las tareas de quienes sienten que transitan por la huella de las grandes tradiciones democráticas y libertarias de nuestro pueblo. Las luchas de este siglo reasignan nueva vigencia a las palabras iniciales del Manifiesto Liminar. Decía también aquel bello y lúcido texto: «Hombres de una República libre: desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.»
A un siglo de aquellos valientes enunciados, nos sentimos mucho más cerca en el camino de la utopía americanista en post de la definitiva independencia de los poderes mundiales. Ni buitres extranjeros ni caranchos nativos desviarán a nuestro pueblo del sueño de una Patria Grande.