Tiempo Argentino | historia y economía
Las raíces en las que se asienta esa cuestión se nutren de concepciones teóricas que tocan discusiones centrales, como la disyuntiva entre Estado y mercados.
Por Juan Carlos Junio
En forma reciente han vuelto a surgir con fuerza los debates acerca de la denominada «restricción externa», vinculada a las crecientes necesidades de divisas para garantizar las importaciones que demanda el proceso de crecimiento así como los pagos de la deuda, una situación que en mayor o menor medida afecta a todas las economías de los países en desarrollo. Las raíces en las que se asienta esta «restricción» se nutren de concepciones teóricas que tocan discusiones centrales, como la disyuntiva entre Estado y mercados. Uno de los casos más paradigmáticos es el concepto de las «ventajas comparativas», idea introducida por David Ricardo en 1817, a partir del cual se sostiene que cada país debe especializarse exclusivamente en la producción de aquello en lo que es relativamente más productivo. En realidad, esta visión es precisamente la opuesta a lo que hicieron en materia económica las potencias capitalistas centrales. Recién retiraron sus estímulos a la producción local y abrieron sus fronteras al comercio internacional, tras impulsar y subsidiar activamente sectores considerados estratégicos, pero que inicialmente eran muy poco competitivos.
Nuestra historia económica no está exenta de lo que en ese entonces prescribían los «modernos» manuales de economía. Durante la primera parte del siglo XIX, la Argentina, ya liberada de 300 años de yugo colonial, se dedicaba a las actividades de tipo artesanal y a la agricultura, que satisfacían apenas las necesidades básicas de una demanda local todavía muy débil. El ingreso de las primeras manufacturas de Inglaterra, a la sazón la gran potencia capitalista emergente, generó un sacudón en esa sociedad tradicional esclerosada por el monopolio español de tres siglos. La penetración de los productos ingleses se expandió de modo continuo desde ese entonces.
No fue hasta mediados de ese siglo que surgieron los pioneros fabriles en el interior del sistema económico local –aunque con escalas productivas muy modestas– de los cuales muy pocos consiguieron sostener el despegue de sus producciones. Se afirmaba el modelo exportador de materias primas: primero las ganaderas y luego se sumarían las agrícolas. La generación del ’80 construía su modelo político y cultural que expresaba a ese país hegemonizado por una oligarquía subordinada a la división mundial del trabajo.
La vulnerabilidad de este esquema quedó al descubierto durante la Primera Guerra Mundial, y luego con la crisis del ’30: los precios de los bienes primarios se derrumbaron, mientras una mayoría abrumadora de los mercados disponibles se cerraban a la oferta de nuestros productos, a lo que se sumó la imposibilidad de obtener nuevos créditos. En ese momento comenzó a verificarse el problema de la restricción externa. El «cuello de botella externo» se aliviaba creando controles de cambio rudimentarios cuyo reparto de divisas se basaba en la subordinación a los grandes grupos económicos locales por encima de las demandas objetivas y de más largo plazo de la economía nacional.
Durante el primer peronismo se generó un cambio importante a partir de un fuerte proceso de sustitución de importaciones, la incorporación de millones de trabajadores al mercado interno y consecuentemente una nueva distribución de riqueza, con el sector trabajo participando en una porción inédita de la torta del ingreso nacional. Justo cuando las exportaciones industriales comenzaban a mostrar signos de despegue, la irrupción de la dictadura cívico-militar realizó una apertura indiscriminada de las fronteras comerciales, promoviendo el ingreso de todo tipo de bienes del exterior, en línea con los parámetros librecambistas. La misma estrategia fue seguida y profundizada en los noventa. Así, el Estado Nacional, lejos de estar ausente, facilitó la consecución de ingentes beneficios por parte de los grandes grupos concentrados y extranjerizados. En ese período, el problema de la escasez de divisas fue «resuelto» a través de un endeudamiento externo que generó importantes condicionalidades a las políticas económicas troncales. No hay que dejar de mencionar la privatización de los recursos hidrocarburíferos. Aquellas decisiones continúan siendo un lastre, expresado en la pérdida del autoabastecimiento energético. Esta limitación estructural será revertida en el mediano plazo a partir de la nacionalización de YPF, con el consecuente incremento de las inversiones y de la producción.
Desde 2003 el Estado Nacional demostró una clara voluntad política de favorecer la producción de bienes y la generación de empleo, tomando al trabajo como eje central y fortaleciendo al mercado interno con su positivo impacto en los sectores pymes y medios en general. Los datos hablan por sí mismos: las exportaciones de manufacturas de origen industrial se incrementaron un 270% en los últimos diez años, constituyendo más de una tercera parte de las ventas al exterior. Los términos de intercambio se incrementaron un 50%, mientras que el valor total exportado lo hizo en un 180 por ciento. Se profundizó el comercio intra-Mercosur, cuyo mayor exponente, a pesar de los múltiples desafíos que existen, es la industria automotriz: pasaron de exportarse 65 mil unidades en 2003 a 420 mil en 2013. Las exportaciones primarias también tuvieron un notable crecimiento. Es destacable, en esta cuestión crucial que una parte importante de las divisas obtenidas por esta vía no se destinaron en su totalidad a engrosar los bolsillos de los monopolios del sector. La implementación de las retenciones a los productos agrícolas e hidrocarburíferos fue un factor importante en el fortalecimiento de la recaudación del Estado. Se abonó también una política redistributiva de recursos, no sólo en el frente social, sino también en materia de incentivo a diversos sectores, como el de la construcción con la línea de créditos Pro.Cre.Ar, para citar un caso.
Todas estas cuestiones no suelen ser mencionadas por analistas y políticos del establishment local, enceguecidos por una visión de desarrollo basado en las «fuerzas del mercado», que no incluye en su agenda tópicos como la planificación estratégica de la Nación y el fomento de la industria, particularmente con un perfil nacional y de mayor desarrollo de las pymes. A la luz de lo anterior, es indispensable avanzar con la máxima determinación política hacia el objetivo de sustituir importaciones, sostener niveles adecuados de empleo y actividad económica, y mejorar la distribución de la riqueza, todo lo cual debe ir en línea con la necesidad de profundizar el conjunto de los programas estratégicos para el 2020.