Otra vez el «fin de ciclo». Por Juan Carlos Junio

Tiempo Argentino | Mitología y pronósticos del establishmentLa imperiosa necesidad de la derecha de resucitar las ideas que sustentaron el modelo conservador y antinacional.

La calurosa presión veraniega de la derecha vernácula, fogoneando desde diversos frentes que incluyeron levantamientos policiales, saqueos y corridas sobre el tipo de cambio, muestra con claridad la actitud política de núcleos minoritarios que siguen tratando de socavar los cimientos del modelo económico-social y cultural iniciado diez años atrás. Se trata de una versión recargada del ya remanido «fin de ciclo», que desde diversos medios intentan volver a instalar.

La primera maniobra para presentar este producto propagandístico es una supuesta semejanza respecto de eventos como el «Rodrigazo» o la hiperinflación de 1989. Se trata de razonamientos falaces que asimilan acontecimientos históricos incomparables, pero que obligan a advertir que ambos episodios constituyeron la antesala para la implementación del recetario neoliberal y conservador que guió a la dictadura genocida, primero, y a los gobiernos de Menem y la Alianza, después.

Los intentos por naturalizar un hipotético fin de ciclo fueron bien reflejados por algunos medios de comunicación, locales e internacionales. Lo ocurrido con la tapa del ultraconservador The Economist, promocionada antes de que se conociera incluso su contenido, no así el título («La Parábola de Argentina»), da cuenta de la intencionalidad política que subyace en el comportamiento de sus seguidores criollos, quienes optaron por asumir una actitud cipaya frente a estos voceros del poder financiero internacional. Como era de esperar, la nota finalmente no defraudó, inclusive entre algunos de sus pasajes sobresalen frases sugestivas como éstas: «Cuando la gente considera lo peor que le podría pasar a su país piensa en el totalitarismo. Dada la falla del comunismo, esta creencia no parece probable. El verdadero peligro es transformarse sin advertirlo en la Argentina del siglo XXI», que posee, entre otras, «débiles instituciones», o que muestra un «rechazo a confrontar la realidad». Sin dudas, un mensaje que apunta a desterrar del imaginario global, incluyendo el argentino, la posibilidad de llevar a cabo modelos alejados de las corporaciones y del sometimiento a las estrategias internacionales del FMI y del Departamento de Estado.

Para no ser menos, la maquinaria local también aportó lo suyo, destacándose una nota que Clarín publicó el miércoles, en la que Carlos Melconian sostiene que «el mejor escenario macroeconómico de aquí al final del mandato es no chocar, es decir, transitar la actual crisis evitando un colapso de los que históricamente ha tenido el país». Una interesada opinión, que se arrima veladamente a la idea de fin de ciclo, de un economista que fue el elegido de Menem, en su ocaso, para ocupar el Ministerio de Economía si hubiera sido electo presidente en 2003, y que más tarde recaló como asesor de Mauricio Macri. El hombre fue consecuente, por lo cual en 2001, antes del desmoronamiento de la convertibilidad y del sistema financiero argentino, señalaba que los bancos estaban «sólidos», pronosticando que serían un ejemplo para el mundo. Tampoco se privó de mostrar su adhesión al ALCA, sosteniendo: «Institucionalmente me gusta jugar con los americanos. Nos recontraconviene.» Ciertamente, este señor, pronosticador de huracanes y paraísos que nunca llegan, ha logrado con su oportunismo que los medios monopólicos lo pongan a diario en una suerte de extravagante cadena nacional.

Queda clara, una vez más, la imperiosa necesidad del establishment de catapultar las ideas que en otros tiempos le han dado sustento al modelo conservador y antinacional. Ante ello, es preciso asumir el carácter esencial de la puja ideológica, transformada en la arteria principal por la que debe transitar cualquier proyecto político que luche por mejorar las condiciones de vida de la población, por un camino independiente de los poderes mundiales.
En esta gran disputa cultural, hay que ubicar las declaraciones de los principales analistas del establishment, que bregan todos los días por el próximo colapso del gobierno, contrariados por las políticas autónomas de los perimidos organismos internacionales, por el protagonismo argentino en la construcción de nuevos sistemas americanos (como Unasur y la CELAC); o las políticas de Derechos Humanos, consecuentes con el principio de Memoria, Verdad y Justicia.

En este marco, el gobierno ha retomado la iniciativa, luego de un claro intento desestabilizador, expresado en los sucesos recientes en torno al dólar. En lo económico, la clave ahora está dada en la cuestión de la formación de precios, ya que las corporaciones están haciendo lo de siempre: aumentar por las dudas, abusando de su posición dominante, lo cual afectará indefectiblemente al segmento que percibe ingresos fijos, muy particularmente a los sectores más humildes y vulnerables.

En los hechos, dado que la inflación obedece a un fenómeno de puja distributiva por la apropiación del ingreso, es preciso profundizar la lógica de los Precios Cuidados, desentrañando las estructuras de las cadenas de valor y costos, por mucho que le pese a la Asociación Empresaria Argentina (AEA) y a sus horrorizados comunicadores. Es necesario ponderar los niveles de las ganancias empresarias, particularmente porque los sectores monopólicos, expertos pescadores de río revuelto, se proponen obtener rentas extraordinarias, retroalimentando con fuerza la propia dinámica inflacionaria.

La iniciativa gubernamental comprende el sinceramiento del índice de precios y la apertura de las compras de dólares de los minoristas para atesorar. El plan Progresar, por su parte, es una clara señal de que el camino elegido está en las antípodas del ajuste fiscal, donde confluyen la mayor parte de los economistas y opinadores de ocasión, quienes, encandilados con las teorías de los grandes números, no reparan en -o no les importan- los dramáticos impactos que se conjugarían sobre el frente social si se vuelven a aplicar sus fracasadas ideas. Por lo demás, la experiencia de estos días ha demostrado palmariamente que se debe crear un mecanismo estatal que regule el comercio de granos evitando el manejo discrecional de las corporaciones internacionales.

Ganar más y más está en la naturaleza de los grupos económicos concentrados. Por lo tanto, sólo desde la intervención del Estado se puede poner en práctica una visión que se proponga democratizar la riqueza para una sociedad más igualitaria y solidaria.

Nota publicada el 21/02/2014 en Tiempo Argentino

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