Tiempo Argentino | La educación según el PRO
Una solicitada del gobierno porteño del 5 de septiembre advierte acerca de la eventualidad de tomas de establecimientos educativos.
Septiembre es, en Argentina, un mes que por diversos motivos está simbólicamente ligado a la educación. En 1943, la Conferencia Interamericana de Educación, integrada por educadores de toda América, se reunió en Panamá y estableció el 11 de septiembre como Día del Maestro, en consonancia con el aniversario del fallecimiento del educador argentino Domingo Faustino Sarmiento. Cada 21 de septiembre se conmemora el Día del Estudiante. El 16, pero de 1976, fue el día en el cual una decena de estudiantes secundarios fue secuestrada -la mayoría de ellos asesinados- en lo que se denominó La Noche de los Lápices. Un 14 de septiembre, pero de 1966, nacía el maestro neuquino Carlos Fuentealba, asesinado por la policía del ex gobernador Jorge Sobisch.
La juventud, y particularmente los estudiantes, conciben el mes de septiembre como un momento de celebración y festejos, pero también de lucha. Desde sus sueños y utopías, propios de esa etapa de la vida, aspiran a superar las injusticias del orden social vigente, con la mirada puesta hacia una sociedad más justa e igualitaria. En 1918 fue el Movimiento Estudiantil el que hizo desde la acción y desde la propuesta, la más radical y valiosa creación política de la estructura y la vida de nuestros claustros académicos: la Reforma Universitaria. En ese gran movimiento se clausuró la legitimidad de un orden pedagógico con fuertes elementos medievales, abriendo cauce a un proyecto universitario democrático, popular, científico y emancipador, consustanciado con el destino común de los pueblos sudamericanos. Los protagonistas de entonces advertían que «la juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros.»
Paradójicamente, el pensamiento neoliberal-conservador tiene una particular tirria con los jóvenes y los estudiantes.
Llega a tal punto su rechazo que el 5 de septiembre último una solicitada publicada en los diarios, titulada «Mantengamos entre todos las escuelas abiertas», advierte preventivamente acerca de la eventualidad de tomas de establecimientos educativos que ocurrirían en la Ciudad de Buenos Aires.
La pieza propagandística del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires asume que el escenario planetario está mutando: «El cambio no es caprichoso, arbitrario ni forzado: es necesario. El mundo cambia a diario y de una manera tan intensa que es necesario acompañarlo con una revolución educativa.» Resulta obligado advertir que el mundo actual contiene un nivel inédito de desigualdad social. Un ejemplo contundente y político es el hecho de que las 300 personas de mayor fortuna del planeta tienen más riqueza que los tres mil millones más pobres. Además, las entidades más reconocidas y representativas de la comunidad internacional advierten que el capitalismo en su fase financiera actual está depredando el planeta. Junto con esto, el protector implacable global del orden -Estados Unidos- aplica sin misericordia la ley del más fuerte, e invade territorios, perpetra genocidios, se apropia de recursos naturales renovables y no renovables. Este mundo inconfesable es el que Macri propone acompañar desde la política educativa.
La Revolución Pedagógica, que presenta retóricamente el ministro Esteban Bullrich, pasa por las computadoras personales y la enseñanza del inglés y asegura -sin sonrojarse- que «las escuelas están reacondicionadas y calefaccionadas para que nuestros chicos aprendan en un lugar seguro y digno». Otras medidas y propuestas complementarias del ministro, como el Instituto de Evaluación de la Calidad y la Equidad Educativa o la importación de modelos de escuelas extranjeras -como el finlandés u otros que suenan tan lejanos a nuestras realidades- vienen a dar cuenta de la idea y de los motivos esenciales en que se fundamentan para definir el «para qué» educar.
La solicitada propicia entonces una pedagogía que naturaliza un modelo de educación fundado en la medición de resultados, y desde ese lugar reivindica -al finalizar el comunicado- su predisposición a la buena convivencia: «Si hay algo que existe en esta gestión, es diálogo.» Pero aunque la solicitada carece de la firma de algún funcionario de gobierno, todo indica, por el tenor del texto, que la suscribe Mauricio Macri, quien no ha hecho del diálogo una profesión de fe democrática durante su gestión. Así lo testimonia la labor de la UCEP apaleando pobres, que le valió un procesamiento, o reprimiendo a la cultura en la Sala Alberdi o en el Hospital Borda.
Se agrega a estos elementos la demonización de las tomas que, para el firmante, «no son manifestaciones auténticas a favor de una mejor educación, ni una forma válida de expresión de los chicos». Toda una definición que omite el hecho de que las tomas son el corolario de largas marchas que recorren un circuito administrativo y formas de petición que no reciben respuesta por parte del Ejecutivo de nuestra Ciudad. Recordemos que en los primeros años de gestión se hicieron marchas y tomas por el estado crítico de muchos de los establecimientos escolares. Ese reclamo, la lucha sostenida por los estudiantes, y la intervención de la justicia, permitieron comenzar a reparar las deudas del Gobierno de la Ciudad con la infraestructura. El fundamento contra las tomas es que perjudica a los padres porque deben trabajar, y que «en las escuelas tomadas bajó la inscripción y aumentó la repitencia. Hubo escuelas que perdieron hasta el 40% de los inscriptos.» Se trata de una subestimación y desprecio a la inteligencia ciudadana en el afán de sostener hipótesis tan audaces como que las tomas -en muchos casos extendidas a decenas de escuelas- pueden ser expulsoras de estudiantes.
El macrismo anticipa tomas de colegios que nadie anunció, difundiendo un mensaje amenazante, cuando en realidad es la propia gestión tecnocrática y mercantilista la que opera como la causa verdadera de buena parte de los conflictos con los estudiantes. La cuestión de fondo está dada en la no aceptación de que las comunidades educativas tienen todo el derecho democrático a peticionar y expresarse. En cuanto a la propuesta de «Revolución» del macrismo, es indudable que se trata de una retórica vacía y cínica, ya que su ideario no contempla jamás ninguna revolución. Todo lo contrario: aguas estancadas, mantenimiento y conservación inmutable del orden constituido.