Tiempo Argentino | elecciones y proyectos políticos
Aspiramos a la construcción de una sociedad de verdadera convivencia democrática.
En las próximas elecciones que se desarrollarán en agosto (PASO) y en octubre de 2013 se ratificará un fenómeno que –aunque ya registre una década de existencia– no deja de expresar una novedad de época. Y es que las elecciones, lejos de poner de manifiesto un trámite burocrático, se convierten en un momento de confrontación entre proyectos políticos que el pueblo puede ponderar para decidir su postura.
Recordamos con dolor que, especialmente en los años noventa, el acto electoral asumía las veces de un simulacro institucional carente de sentido, pues se elegían variantes de un mismo proyecto político. Se trataba de completar el elenco de administradores de un modelo que se fundaba en la lógica del egoísmo, la desigualdad y la exclusión social, de género, religiosa y generacional.
En el momento del estallido de diciembre de 2001, el 53% de la población estaba por debajo de la línea de pobreza; pero si hacemos foco en el universo de niños, jóvenes y adolescentes, ubicaba al 73% de ellos como pobres e indigentes. Esta tremenda realidad permite comprender por qué en aquellos tiempos la consigna más coreada era «no hay futuro».
La política ya no tenía nada que hacer como instrumento para mejorar la vida del pueblo. Para «ser moderno y no perder el tren de la historia», había que aplicar sostenidamente la doctrina de la –entonces– Nueva Derecha, que articuló en novedosas fórmulas las peores tradiciones del liberalismo y el conservadurismo. El macrismo fue un emergente de esa ideología y la expresión del ideario desigualador que se aplicó desde la política. Si se quiere, desde la peor política: la que subordina al Estado, de modo directo e inmediato, a las fracciones más concentradas del capital corporativo y mediático.
El nuevo siglo vino con vientos de cambio de época. Muchas de las nuevas ideas sostenidas por gobiernos populares y de izquierda permitieron innegables avances sociales y culturales en nuestra región, al punto de que es posible afirmar que América se ha transformado en el lugar insignia, que propone y despliega nuevas alternativas a la ortodoxia neoliberal que campea en Europa, y que quieren traer a toda costa nuevamente al continente americano. Nuestro país ha sido una expresión clara de salida de la crisis, rompiendo con el viejo modelo, como base para mejorar la vida de las grandes mayorías sociales.
Claro que este avance en América Latina no ha sido lineal. Hay gobiernos que, con otro discurso, continúan las políticas neoliberales de los noventa. Los encuentros promovidos por la Fundación Pensar –expresión orgánica del macrismo– han sido un espacio sistemático de intercambio y difusión del ideario de la Internacional de la Injusticia y Subordinación Manifiesta.
Macri, por su parte, ha sido conspicuo aplicador de políticas neoliberal-conservadoras; cierto es que hasta ahora lo hizo con apoyo electoral, a pesar de que la gestión real de la Ciudad ha sido elitista e ineficiente.
En las elecciones de agosto y octubre, a diferencia de los años noventa, confrontan dos proyectos de sociedad y, con ellos, dos proyectos de Ciudad.
Uno, conservador con disfraz de moderno; propone una Ciudad fracturada y nivelada hacia arriba, excluyendo y echando a muchos ciudadanos de clase media baja y trabajadora. Su retórica se fue aggiornando con un sentido de oportunidad, pues ahora habla en nombre de la defensa de lo público aunque en los hechos se profundizan variantes privatistas y autoritarias que dan un talante esquizoide al discurso del macrismo.
Una Ciudad distinta es la que proyecta –a tono con el cambio que transita América Latina y la Argentina– el ideario de una Ciudad democrática. El modelo de seguridad es una manifestación clara de las dos miradas. Este grave problema, que tanto nos preocupa, no se resuelve ni se mejora cuando se agudiza la represión, sino cuando todos los habitantes de la Ciudad vamos hacia un franco crecimiento de derechos para la mayoría. Un camino verdaderamente democrático pasa por generar canales de participación efectiva de la comunidad, aprovechando el conocimiento de los vecinos. Este gran potencial latente en los propios ciudadanos seguramente mejorará la prevención del delito.
La educación, el trabajo, la cultura, la salud, la vivienda, la recreación, el transporte constituyen –entre otros– derechos sociales y humanos cuya ausencia es en sí misma un acto de violencia y causal directa de situaciones que luego se extreman. La exclusión y la desigualdad son el caldo de cultivo de la violencia cotidiana y una policía que escucha ilegalmente o que pretende resolver el conflicto con métodos coercitivos y represivos, lejos de resolver la inseguridad, la multiplica hasta lo insoportable.
Los ciudadanos porteños tendríamos que pensar en este dilema cultural-político acerca de las dos ciudades. La pretendida por el macrismo y la democrática, en la que creemos muchos otros sectores.
Nosotros aspiramos a la construcción de una sociedad de verdadera convivencia democrática, que tiene un momento significativo para su futuro el día de las elecciones.
Desde ese sentido, fundado en un ideal humanístico de Ciudad para todos, proponemos que los inevitables conflictos, propios de una gran urbe, se encaren con basamento en este concepto convivencial.
El contrario sería aceptar la inevitabilidad de la discriminación a las minorías y diversidades, el racismo y la expulsión de extranjeros, el desprecio a los pobres, y la mediocridad y el oscurantismo cultural.
Volvemos entonces al dilema principal: ¿quién es el verdadero demócrata? ¿El que amplía derechos para las mayorías aceptando su diversidad? ¿O el que los restringe a favor de una mentalidad de minorías elitistas?
Estamos convencidos de que la opción democratizante conducirá a nuestra querida Ciudad y a sus habitantes hacia una vida más feliz, compartiendo entre todos un proyecto colectivo y digno para el conjunto de los porteños.