Tiempo Argentino | El quite de horas de Historia
No parece que Mauricio Macri se inspire en los autores clásicos para pensar sus iniciativas de gobierno.
El proyecto político educativo promovido por el gobierno de Mauricio Macri y su ministro Esteban Bullrich ha generado en los últimos días renovados remesones en la comunidad educativa. Los sucesivos ministros de Educación de la gestión PRO han promovido una contrarreforma pedagógica de talante neoliberal, autoritaria y tecnocrática, a tono con los valores que sustentan su visión del mundo.
Del ministerio de Educación Nacional surgió en 2009 un documento sobre la Nueva Escuela, sustentando la idea central de que el nivel secundario debe democratizarse, para lo cual tiene que cambiar revisando su modo de construcción del currículo, de vincularse con la realidad y con el contexto, asumiendo las inquietudes y necesidades de los adolescentes y jóvenes que son sujetos de derecho y como tal, deben ser formados.
Lo ocurrido con esta situación es un muy ilustrativo ejemplo del modo en que confrontan dos modelos antagónicos de pensar la sociedad, la política y la educación.
La mayoría de la ciudadanía valora que desde 2003 hay un camino abierto, desde el Estado Nacional, orientado a la reparación y a la ampliación de derechos conculcados desde hace décadas. La incorporación al beneficio jubilatorio de 2 millones y medio de personas que estaban excluidas, la Asignación Universal por Hijo, Fútbol para Todos, la recuperación de millones de puestos de trabajo, la reciente Ley de fertilización asistida, el Matrimonio Igualitario y la secundaria obligatoria se inscriben en una misma inspiración democratizadora e igualitaria.
Tras la sanción en 2006 de la Ley de Educación Nacional, el ministerio de Educación y el Consejo Federal elaboraron las orientaciones que se expresaron en el Plan Nacional para la Educación Secundaria que, como señalamos, pasó a ser obligatoria.
En su formulación se advertía la necesidad de que la institución escolar revirtiera su marca de origen. En la constitución del sistema educativo este nivel fue un puente para llegar a la Universidad, aunque, hasta bien avanzado el siglo XX, una parte de los jóvenes de nuestro país todavía no se había incorporado a ese nivel. La estructura enciclopedista, formalista y jerárquica fue una marca estructural del secundario, independientemente de que muchos docentes y directivos propusieron y ejercieron modelos pedagógicos más democráticos y participativos. El problema no era, pues, de voluntad individual de los trabajadores de la educación, sino más bien de un formato que estaba pensado sistémicamente para una selección de carácter excluyente.
En el marco de un sistema educativo descentralizado, en el que cada provincia es responsable por sus niveles educativos, el Gobierno Nacional propicia directrices que apuntan a reformular de manera sustancial la Educación Secundaria. La idea central es que la matriz de la educación tradicional en ese nivel debía ser transformada profundamente para que su obligatoriedad no quedara como una mera declaración de buenas intenciones.
En 2012, cuatro años después del pronunciamiento del Consejo Federal de Educación, el gobierno de Macri, de manera inconsulta, intentó imponer una nueva estructura de materias y orientaciones. La respuesta fue una gran protesta estudiantil, fundamentalmente de las escuelas técnicas, que obligó al Gobierno de la Ciudad a revisar su metodología.
Es un ejercicio bien interesante, entonces, analizar el modo en que una iniciativa democrática y participativa propiciada por la Nación y las provincias es «retraducida» a un documento que la convierte en un cuento de fantasía y, a la vez, en una herramienta de vaciamiento pedagógico.
El documento del Gobierno de la Ciudad habla de «revisar los tiempos y los espacios, propiciar el trabajo colectivo docente, tener en cuenta los intereses de los jóvenes, vincular la escuela a la vida, centrarse en las necesidades de los educandos». En suma, aunque no se diga, refundar la escuela. Nuevos formatos, como seminarios y talleres, vendrían a complementar las actuales clases; nuevos agrupamientos de alumnos de distintos años alterando la estructura graduada.
Ahora bien, este gran cambio propuesto en el discurso omite decir cómo se hará, qué recursos se asignarán, qué modo desplegará la transición entre la educación heredada y la nueva escuela. Demasiadas omisiones.
La propuesta incluye, como se señaló al inicio de la nota, la quita de materias o la reducción de orientaciones. Además del riesgo de perder puestos de trabajo, implica un empobrecimiento de las orientaciones de ese nivel. Especialmente lo ocurrido con la Historia o la reducción de Filosofía o Formación Ética y Ciudadana de los últimos años de la secundaria que, de aplicarse, significará un evidente vaciamiento de la función formadora de ciudadanía de la escuela.
Resulta notable, entonces, cómo la supuesta aceptación a una política democratizadora, muta y se convierte en una amenaza contra la educación pública existente. Es esta una conducta coherente con la ideología conservadora de Macri que siempre valora lo privado y desprecia lo público.
En definitiva, esta propuesta, alineada con la otra recientemente anunciada del Instituto de Evaluación de la Calidad y la Equidad Educativa, van conformando la señalada contrarreforma que, como resulta inevitable, genera masivos rechazos de la comunidad educativa y del conjunto de la sociedad.
Frente a este rumbo, que propone un pseudo modernismo ecléctico tendiente a formar jóvenes asépticos y que se atreve a relativizar los estudios de Historia, me permito traer a nuestra memoria la sabiduría cervantina que mantiene la vigencia de los grandes clásicos: «Historia madre de la verdad, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia del porvenir.» Como vemos, no parece que Macri se inspire en los clásicos para pensar sus iniciativas de gobierno.