Tiempo Argentino| libertad de prensa vs. libertad de empresa
La libertad que reclaman a gritos en realidad es la empresaria, que ven cuestionada por un Estado activo y presente.
En los últimos meses, desde distintos sectores de la derecha argentina, política y mediática, se han lanzado al unísono a advertir que peligra la libertad de expresión y que hay un supuesto avance del totalitarismo sobre la democracia. Ante la evidente falta de un proyecto político que la agrupe y cohesione, y mucho menos de una propuesta de gobierno para la sociedad, la oposición salió a embanderarse abiertamente con los intereses de los grandes grupos mediáticos hegemónicos, que por su extendida presencia en todo el país, lideran la ofensiva contra el gobierno nacional y fijan los principales lineamientos de los núcleos dominantes del país.
Cabe preguntarse entonces: ¿de qué ataque a la libertad de expresión están hablando? Ciertamente, la censura fue una práctica cotidiana de cada una de las dictaduras que vivimos en nuestro país. Fue precisamente durante la última dictadura cívico-militar que se generaron las bases económicas e ideológicas para que en la década del noventa esos grandes medios alcancen un alto nivel de concentración, lo cual les permitió posicionarse como poderosos actores políticos y económicos, a partir del manejo de la agenda temática y de la manipulación de la opinión pública. Pasaron de ser medios de comunicación social para transformarse en medios de dominación cultural.
La libertad que reclaman a gritos en realidad es la empresaria, que ven cuestionada por un Estado activo y presente que interviene en la economía con el fin de generar una sociedad más igualitaria para todos los ciudadanos.
Los intempestivos Decretos de Necesidad de Urgencia (DNU) del jefe de gobierno porteño Mauricio Macri, y del gobernador de la provincia de Córdoba José Manuel de la Sota están orientados precisamente en ese sentido. Se trata de fortalecer la lógica de la libertad de empresa, bajo el disfraz de la libertad de prensa.
A tal punto es así, que una de las plumas más caracterizadas del diario La Nación, Joaquín Morales Solá, tuvo la audacia de calificar la medida de Macri como «el decreto de necesidad y urgencia más progresista sobre la libertad de expresión que se haya dictado en el país en las últimas décadas». El editorialista del diario de los Mitre logra milagrosamente transformar a Mauricio Macri en un exponente del progresismo argentino. Un verdadero e inexplicable contrasentido.
Sin embargo, la otra cara de la moneda es que en la región americana vivimos tiempos de cambios. Así es que en varios países, como Brasil, Ecuador, Venezuela y Uruguay ya se despliegan distintos proyectos de ley para democratizar la comunicación.
En el fondo, es esta la verdadera causa por la cual la derecha de todos estos países reacciona con furor para frenar las transformaciones tendientes a que los medios expresen las distintas voces de la sociedad y sean caja de resonancia de la diversidad social y cultural de la época.
Al inicio de la nota nos preguntábamos cuál es la libertad de prensa que reclaman. Interrogante que volvemos a hacernos al repasar el texto de Federico Sturzenegger, presidente del Banco Ciudad de Buenos Aires y referente económico del PRO, quien escribió en un tweet: «Querer parar la inflación con juventudes hitlerianas es como querer parar un tren gritándole que pare.» Estas repudiables declaraciones las hizo en referencia al plan Mirar para Cuidar, lanzado por la presidenta, quien convocó a las organizaciones juveniles y sociales a ser protagonistas para controlar que los formadores de precios respeten los acuerdos y no actúen, como lo hacen habitualmente, incrementando los precios, apropiándose de los aumentos salariales y las mejoras sociales que implementa el gobierno para los sectores del trabajo y los núcleos más humildes del pueblo.
En el mismo sentido, el lunes 27 de mayo el diario La Nación, en otro editorial, insiste con una nueva comparación entre el nazismo y el kirchnerismo. Dice textualmente: «Hace 80 años el mundo fue testigo, silencioso y tolerante, de la gradual desaparición de una república y, en pocos meses, de la instalación de una dictadura con el apoyo entusiasta de la población y sus fuerzas vivas. La República de Weimar fue remplazada por un régimen totalitario que concentró en una persona los tres poderes del Estado, eliminó los derechos individuales, controló la justicia, suprimió la prensa independiente y, finalmente, ejecutó el terrible Holocausto.» Palabras que más tarde fueron repudiadas por los mismos trabajadores del matutino, además de las organizaciones representativas de la comunidad judía y muchos otros sectores políticos y culturales.
¿Censura? ¿Falta de libertad de expresión? Todo indica que nada de esto existe en la realidad. En todo caso, la pregunta obligada es otra: ¿cómo es posible una comparación tan primitiva y brutal de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner (se esté o no de acuerdo con ellos) con un sistema que practicó un genocidio de seis millones de judíos y fue uno de los causantes principales de una guerra en la que murieron más de 60 millones de seres humanos? El nazi fascismo y la Segunda Guerra Mundial fueron sin duda la tragedia más grande y dolorosa de la historia de la humanidad. De forma tal que todas esas comparaciones son un patético y peligroso despropósito y muestran acabadamente el extravío de estos exponentes de la oposición política y mediática.
Lo paradójico es que se coloque a la libertad de prensa como mascarón de proa mientras ofenden nuestra memoria y se burlan del esfuerzo de la mayoría de nuestro pueblo por construir esta democracia que, como pudimos ver en la multitudinaria Plaza del 25 de Mayo, la ciudadanía argentina está decidida a defender con creciente protagonismo.