Tiempo Argentino – Macri y su pedagogía de mercado.
Tal vez impulsado por las coincidencias ideológicas que lo acercan a su amigo Sebastián Piñera, Mauricio Macri apura la importación a la Ciudad de Buenos Aires del muy cuestionado modelo educativo chileno, que se debate en una crisis terminal por la lucha de los estudiantes, apoyada por la mayoría de la sociedad. Así, el jefe de gobierno porteño replica las líneas maestras del neoconservadurismo trasandino: represión y tecnocracia.
Plazas cercadas, represión frente al conflicto social y, luego de cinco años, una manifiesta incapacidad para la gestión de los problemas que hacen a la cotidianeidad de las ciudadanas y los ciudadanos. Todo lo cual constituye la contrapartida de un discurso autojustificatorio, sustentado en una vastísima cobertura mediática de los medios hegemónicos, la promoción de sus iniciativas marketineras y el ocultamiento de sus furcios permanentes cuando debe enfrentarse a uno de sus más endiablados enemigos: el micrófono.
El gesto desopilante del ingeniero con su DNU sobre la Libertad de Expresión en la Ciudad desnuda la sociedad política y económica existente entre los grupos hegemónicos y su obediente jefe porteño. Sin embargo, la faceta tecnocrática macrista ha sido hasta aquí la menos visible. Justamente, la política educativa está siendo objeto de notables esfuerzos en este sentido: la iniciativa de crear un «Instituto de Evaluación de la Calidad y Equidad» de la educación supone un salto cualitativo que bien vale la pena ponderar.
Pero surge una pregunta central: ¿cómo se define el mentado concepto de «calidad educativa»? Podríamos señalarla como el resultado de exámenes estandarizados llevados adelante por el Ministerio de Educación a partir de la producción teórica de expertos, su traducción en manuales de texto y la transmisión fiel de dichos contenidos de docentes a alumnos para su posterior medición, rankeo y publicación de resultados.
Así es que calidad sería sinónimo de repetición de contenidos; docente, de aplicador de un paquete pedagógico elaborado por fuera de su práctica y de la institución escolar; y ministerio sería sinónimo de evaluador. Y, consecuentemente, todo lo que ocurra en las aulas sería responsabilidad única de docentes y directivos.
Desde su ideología retrógrada, vestida de falsa modernidad, Macri se propone aplicar este proyecto político pedagógico sustentado en una visión del mundo a través de contenidos definidos burocráticamente a partir del trabajo paciente y muy bien remunerado de tecnócratas. Por un lado, fortalece una idea que el maestro precursor Simón Rodríguez ya criticaba, señalando que era un modo de formar «papagayos». Segundo, supone una propuesta enajenada de trabajo docente, reducido a un mero implementador. Tercero, exime al ministerio de su responsabilidad por el funcionamiento de este modelo y lo pone como juez. Cuarto, agudiza la lógica de promoción de la competencia entre alumnos, entre docentes y entre escuelas. La competencia se transforma así en un nuevo y moderno tótem. Este vínculo fundado en ganarle al otro –lo que deriva en la idea de que el otro debe perder– resulta una manera odiosa de perpetuar y legitimar la desigualdad educativa. Por último, todo este aparato de reproducción, enajenación y exclusión perpetrado en nombre de la pomposa «calidad educativa» se nos presenta como un régimen apolítico, técnicamente infalible, éticamente incuestionable y pedagógicamente eficaz.
Como planteamos al inicio, resulta interesante mirar el espejo chileno, ya que en el país hermano se aplica a rajatabla: los resultados de sus evaluaciones determinan el aporte financiero del Estado y qué salario percibirán los docentes según esos resultados. Se propicia una formación que obtura la capacidad de reflexionar, crear y construir colectivamente. Ni siquiera los medios más recalcitrantemente neoconservadores pueden ocultar que este modelo pedagógico ha suscitado en Chile gigantescos rechazos y movilizaciones. Claro, aquí se aprecia la ideología y los estilos similares de Piñera y Macri, quienes para terminar los conflictos que generan sus propias políticas han utilizado el «palito de abollar ideologías», que Mafalda ya estigmatizó.
La idea de calidad nos remite a la pregunta fundamental acerca de para qué educar. Nosotros aspiramos a formar hombres y mujeres libres, que piensen con cabeza propia, que desarrollen todos los aspectos de su personalidad con un sentido multifacético y sean productores libres y ciudadanos plenos, más aun: futuros dirigentes sociales, culturales y políticos. Para este fin, auténticamente superador, debemos pensar y construir un modelo pedagógico y una idea de calidad verdadera. El neoliberalismo, por el contrario, busca formar obreros dóciles y ciudadanos conformistas.
El mencionado Instituto de la Calidad y Equidad de la Educación promete un nuevo paso en la profundización del neoliberal-conservadurismo educativo, a tono con la ideología general de la propuesta macrista. Contra este proyecto, el lunes 13 de mayo se expresó en la Legislatura un amplísimo abanico de voces contra este modelo pedagógico y ese instituto: los propios trabajadores del ministerio, sindicatos docentes, organizaciones sociales, la Universidad Pública, referentes pedagógicos y los bloques de la oposición, entre otros.
Hay evidencias de que en Macri las palabras y los actos discurren por caminos que –como las paralelas– se encuentran en el infinito. ¿Será este un nuevo caballito de batalla del «diálogo constructivo» a que nos tiene acostumbrados nuestro émulo de Osvaldo Cacciatore? ¿O en realidad resultará ser un enorme Caballo de Troya, que en su interior guarda sigilosamente a los que asaltarán la escuela pública, gratuita, obligatoria y de «calidad emancipatoria»?